En llamas IX

99 10 3
                                    

📌 Capítulo 9

Alguien me sacude el hombro, así que me enderezo. Me he quedado dormida con la cara sobre la mesa, de modo que la tela blanca me ha dejado arrugas en la mejilla buena, mientras que la mala, la que recibió el latigazo de Thread, me late de dolor. Gale está en otro mundo, aunque tenemos los dedos entrelazados. Huelo a pan recién hecho, y al volverme, con el cuello rígido, veo a Peeta mirándome con mucha tristeza. Me da la impresión de que lleva un rato observándonos.

-Vete a la cama, Katniss, yo cuidaré de él -me dice.

-Peeta, sobre lo que te dije ayer de huir...

-Lo sé, no tienes que explicarme nada.

Veo las barras de pan sobre la encimera a la pálida luz de una mañana de nieve, así como las sombras azules bajo sus ojos. ¿Habrá dormido algo? Seguro que no mucho. Pienso en cómo había aceptado huir conmigo ayer, en cómo dio un paso adelante para proteger a Gale, en lo dispuesto que estaba a darlo todo por mí, con lo poco que yo le daba a cambio. Haga lo que haga, siempre sale alguien herido.

-Peeta...

-No te preocupes, vete a la cama, ¿vale?

[...]

Ojalá estuviera aquí Peeta para abrazarme; entonces recuerdo que no debería desear eso nunca más, que he elegido a Gale y la rebelión, y que la idea de vivir con Peeta era del Capitolio, no mía.

[...]

-¿Dónde está Peeta? -pregunto.

-Se fue cuando oyó que te levantabas. No quería dejar su casa desprotegida durante la tormenta -responde mi madre.

-¿Llegó bien? -pregunto, porque en una ventisca te puedes perder en cuestión de metros y acabar vagando por ahí.

-¿Por qué no lo llamas para comprobarlo?

Entro en el estudio, un cuarto que procuro evitar desde la reunión con el presidente Snow, y marco el número de Peeta, que responde después de unos cuantos timbrazos.

-Hola, sólo quería asegurarme de que habías llegado bien -le digo.

-Katniss, vivo a tres casas de ti.

-Lo sé, pero con el tiempo y eso...

-Pues estoy bien, gracias por llamar. -Después de una larga pausa, añade-: ¿Cómo está Gale?

-Está bien, Prim y mi madre le están poniendo una capa de nieve.

-¿Y tu cara?

-Yo también tengo una capa. ¿Has visto a Haymitch hoy?

-Me he pasado por allí. Borracho como una cuba. Le he encendido la chimenea y le he dejado un poco de pan.

-Quería hablar con... con los dos. -No me atrevo a contar nada más por teléfono, porque seguro que está pinchado.

-Probablemente tendrás que esperar hasta que se calme el tiempo. De todos modos, no habrá mucho movimiento hasta entonces.

-No, no mucho.

La tormenta tarda dos días en amainar y nos deja con unos montículos de nieve más altos que yo. Después necesitamos otro día para limpiar el camino que lleva de la Aldea de los Vencedores a la plaza. Durante ese tiempo ayudo a cuidar de Gale, me aplico capas de nieve en la mejilla e intento recordar todo lo que puedo del levantamiento del Distrito 8, por si nos sirve de ayuda. La hinchazón de la cara se reduce y acabo con una herida que me pica y un ojo muy negro. Sin embargo, en cuanto puedo, llamo a Peeta para ver si quiere ir al pueblo conmigo.

Levantamos a Haymitch y lo arrastramos con nosotros. Él se queja, pero no tanto como siempre. Todos sabemos que hay que discutir lo sucedido y que no podemos hacerlo en un sitio tan peligroso como nuestras casas en la Aldea. De hecho, esperamos a dejarla bien atrás antes de hablar. Mientras, me entretengo examinando las paredes de nieve de tres metros de altura que están apiladas a ambos lados del estrecho sendero que han limpiado, preguntándome si se nos caerán encima.

Al final, Haymitch rompe el silencio.

-Entonces nos vamos todos a tierras desconocidas, ¿no? -me pregunta.

-No, ya no.

-Ya has visto los fallitos de tu plan, ¿no, preciosa? -me pregunta-. ¿Alguna idea nueva?

-Quiero iniciar un levantamiento.

Haymitch se ríe. Ni siquiera es una risa cruel, lo que me resulta más inquietante, ya que me demuestra que ni siquiera me toma en serio.

-Bueno, necesito un trago. Ya me dirás cómo te va, ¿eh?

-¿Y cuál es tu plan? -le pregunto, furiosa.

-Mi plan es asegurarme de que todo esté perfecto para el día de tu boda -responde-. Llamé para cambiar la fecha de la sesión de fotos sin dar demasiados detalles.

-Ni siquiera tienes teléfono.

-Effie lo arregló. ¿Sabes que me preguntó si querría ser el padrino y entregarte en matrimonio? Le respondí que, cuanto antes te entregara, mejor.

-Haymitch -le digo, y noto que mi tono tiene algo de súplica.

-Katniss -responde, imitándome-. No funcionará.

Nos callamos cuando un grupo de hombres con palas pasa a nuestro lado en dirección a la Aldea de los Vencedores. Quizá ellos puedan hacer algo sobre esas paredes de tres metros. Cuando están lo bastante lejos para no oírnos, ya nos encontramos demasiado cerca de la plaza. Entramos en ella y nos detenemos de repente.

«No habrá mucho movimiento durante la ventisca», eso era lo que Peeta y yo pensamos. Sin embargo, estábamos muy equivocados.

[...]

-Bueno, será mejor que vaya a comprobar si al boticario le sobra algo de alcohol.

Se aleja arrastrando los pies y yo miro a Peeta.

-¿Para qué lo quiere? -pregunto, hasta que me doy cuenta-. No podemos dejar que se beba eso. Se matará o, como mínimo, se quedará ciego. Tengo licor blanco guardado en casa.

-Yo también. Quizá logremos mantenerlo con eso hasta que Ripper consiga volver al negocio -dice Peeta-. Necesito ver a mi familia.

-Yo tengo que ver a Hazelle. -Estoy preocupada, creía que aparecería en nuestra puerta en cuanto limpiasen la nieve, pero no hemos sabido nada de ella.

-Iré contigo. Me pasaré por la panadería de vuelta a casa.

-Gracias -respondo; de repente me asusta mucho lo que pueda descubrir.

[...]

Cuando salimos, me vuelvo hacia Peeta.

-Vuelve tú, yo quiero pasarme por el Quemador.

-Iré contigo.

-No, ya te he metido en suficientes problemas.

-Y evitar un paseo por el Quemador va a arreglarlo todo, ¿no? -Sonríe y me da la mano. Juntos recorremos las calles de la Veta hasta llegar al edificio en llamas. Ni siquiera se han molestado en dejar por allí a los agentes de la paz. Saben que nadie intentaría salvarlo.

El calor de las llamas hace que se funda la nieve a nuestro alrededor, y unas gotas oscuras me manchan los zapatos.

-Es todo ese polvo de carbón de los viejos tiempos -digo. Estaba en todas las grietas, incrustado en los tablones del suelo. Es asombroso que este lugar no se haya incendiado antes-. Quiero ver si Sae la Grasienta está bien.

-Hoy no, Katniss, no creo que los ayudes con una visita.

Volvemos a la plaza y le compro unos pasteles al padre de Peeta, mientras hablamos sobre el tiempo. Nadie menciona los feos instrumentos de tortura que están a pocos metros de la puerta. Lo último que compruebo al abandonar la plaza es que no reconozco a ninguno de los agentes.

Everlark a través de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora