En llamas IV

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📌 Capítulo 4

Caminamos trabajosamente de vuelta al tren, en silencio. Cuando llegamos a mi puerta, Haymitch me da una palmadita en el hombro y dice:

—Podría ser mucho peor, ya lo sabes.

Después se va a su compartimento, llevándose consigo el olor a vino.

En mi cuarto me quito las zapatillas, la bata y el pijama, porque todo está mojado. Hay más en los cajones, pero me meto debajo de las mantas de la cama en ropa interior y me quedo mirando la oscuridad, pensando en mi conversación con Haymitch. Todo lo que ha dicho es cierto: las expectativas del Capitolio, mi futuro con Peeta e incluso su último comentario. Por supuesto que acabar con Peeta no es lo peor que podría pasarme, ni mucho menos, aunque ésa no es la cuestión, ¿no? Una de las pocas libertades que tenemos en el Distrito 12 es el derecho a casarnos con quien queramos o a no casarnos, y hasta eso me lo han quitado. Me pregunto si el presidente Snow insistirá en que tengamos hijos. Si los tenemos, tendrán que enfrentarse a la cosecha todos los años, y ¿no sería emocionante ver cómo seleccionan al hijo no de un vencedor, sino de dos? Los hijos de los vencedores han salido elegidos varias veces. Atrae mucho a la gente, que comenta que la suerte no está de parte de la familia. Sin embargo, sucede con demasiada frecuencia para que se trate de mala suerte. Gale está convencido de que el Capitolio lo hace a propósito, que amaña el sorteo para que sea todo más dramático. Teniendo en cuenta todos los problemas que he causado, seguro que cualquier hijo mío tendrá garantizado un sitio en los juegos.

[...]

Ni siquiera puedo mirar a Peeta, mi futuro marido, a pesar de que sé que no es culpa suya.

La gente se da cuenta e intenta meterme en la conversación, pero me los quito de encima. En cierto momento el tren se detiene y nuestro ayudante nos informa de que no es una parada para repostar: se ha estropeado una pieza del tren y deben reemplazarla. Necesitarán al menos una hora. Eso hace que a Effie le dé un ataque; saca su horario y empieza a calcular cómo afectará el retraso a todos y cada uno de los acontecimientos del resto de nuestras vidas. Al final no puedo soportar seguir escuchándola.

—¡A nadie le importa, Effie! —le suelto. Todos me miran, incluso Haymitch, con el que yo creía poder contar, ya que sé que Effie le destroza los nervios. Me pongo de inmediato a la defensiva—. ¡Es verdad, no le importa a nadie! —exclamo; después me levanto y salgo del vagón.

[...]

Al cabo de un rato oigo pasos detrás de mí. Será Haymitch que viene a regañarme. Aunque me lo merezco, no quiero oírlo.

—No estoy de humor para un sermón —le digo, con la vista fija en las malas hierbas que tengo junto a los zapatos.

—Intentaré ser breve —responde Peeta, antes de sentarse a mi lado.

—Creía que eras Haymitch.

—No, sigue trabajando en esa magdalena —contesta, y observo cómo coloca su pierna artificial—. Mal día, ¿eh?

—No es nada.

—Mira, Katniss —dice, suspirando—, quería hablar contigo sobre mi comportamiento en el tren. Es decir, en el tren anterior, el que nos llevó a casa. Sabía que tenías algo con Gale, ya estaba celoso de él antes de conocerte oficialmente, así que no fue justo pedirte cuentas por algo que pasó en los juegos. Lo siento.

Su disculpa me pilla por sorpresa. Es cierto que Peeta me dio de lado después de que le confesara que mi amor por él en los juegos había sido fingido, pero no se lo tomé a mal. En la arena interpreté el romance todo lo que pude, y hubo veces en las que realmente no sabía qué sentía por él. La verdad es que sigo sin saberlo.

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