📌 Capítulo 8
Los adultos empiezan a chismorrear sobre el tiempo y yo dejo que Peeta me mire a los ojos. Él arquea las cejas, como si preguntara: «¿Qué ha pasado?». Me limito a sacudir la cabeza rápidamente. Después, cuando llega el segundo plato, oigo decir a Haymitch:
—Vale, basta de cháchara. ¿Lo habéis hecho muy mal hoy?
—Creo que da igual —responde Peeta—. Cuando aparecí, nadie se molestó en mirarme; estaban cantando una canción de borrachos, creo. Así que me dediqué a lanzar algunos objetos pesados hasta que me dijeron que podía irme.
Eso me hace sentir mejor; Peeta no ha atacado a los Vigilantes, pero al menos a él también lo provocaron.
—¿Y tú, preciosa? —me pregunta Haymitch.
Por algún motivo, oír que me llama preciosa me molesta lo suficiente para ser capaz de hablar.
—Les lancé una flecha.
—¿Que qué? —exclama Effie, y el horror que se refleja en su voz confirma mis peores temores. Todos dejan de comer.
—Les lancé una flecha. Bueno, no a ellos, en realidad, sino hacia ellos. Fue como dice Peeta: no me hacían caso mientras disparaba y... perdí la cabeza, ¡así que apunté a la manzana que tenía en la boca su estúpido cerdo asado! —exclamo, desafiante.
—¿Y qué dijeron? —pregunta Cinna, con cautela.
—Nada. Bueno, no lo sé, me fui después de eso.
—¿Sin que te diesen permiso? —pregunta Effie, pasmada.
—Me lo di yo misma —respondo.
Recuerdo que le prometí a Prim hacer todo lo posible por ganar, y me siento como si me hubiesen tirado encima una tonelada de carbón.
—En fin, ya está hecho —concluye Haymitch, untándose con mantequilla un panecillo.
—¿Crees que me detendrán? —pregunto.
—Lo dudo. A estas alturas sería un problema sustituirte.
—¿Y mi familia? ¿Los castigarán?
—No creo. No tendría mucho sentido. Tendrían que desvelar lo sucedido en el Centro de Entrenamiento para que tuviese algún efecto en la población, la gente tendría que saber lo que hiciste; pero no pueden, porque es secreto, así que sería un esfuerzo inútil. Lo más probable es que te hagan la vida imposible en el estadio.
—Bueno, eso ya nos lo han prometido de todos modos —dice Peeta.
—Cierto —corrobora Haymitch, y me doy cuenta de que ha pasado lo imposible: están intentando animarme. Haymitch coge una chuleta de cerdo con los dedos, lo que hace que Effie frunza el ceño, y la moja en el vino. Después arranca un trozo de carne y empieza a reírse—. ¿Qué cara pusieron?
—De pasmados —respondo, empezando a sonreír—. Aterrados. Eeeh..., ridículos, al menos algunos. —Una imagen me viene a la cabeza—. Un hombre tropezó al retroceder de espaldas y se cayó en una ponchera.
Haymitch se ríe a carcajadas y todos lo imitamos, excepto Effie, aunque está reprimiendo una sonrisa.
—Bueno, les está bien empleado. Su trabajo es prestaros atención, y que seas del Distrito 12 no es excusa para no hacerte caso —afirma. Después mira a su alrededor, como si hubiese dicho algo escandaloso—. Lo siento, pero es lo que pienso —repite, sin dirigirse a nadie en concreto.
—Me darán una mala puntuación —comento.
—La puntuación sólo importa si es muy buena. Nadie presta mucha atención a las malas o mediocres. Por lo que ellos saben, podrías estar escondiendo tus habilidades para tener mala nota adrede. Hay quien usa esa estrategia —explica Portia.
—Espero que interpreten así el cuatro que me van a dar —dice Peeta—. Como mucho. De verdad, ¿hay algo menos impresionante que ver cómo alguien levanta una bola pesada y la lanza a doscientos metros? Estuve a punto de dejarme caer una en el pie.
Sonrío y me doy cuenta del hambre que tengo. Corto un trozo de cerdo, lo mojo en el puré de patatas y empiezo a comer. No pasa nada, mi familia está a salvo y, si están a salvo, no hay ningún problema.
[...]
El Distrito 12 sale el último, como siempre. Peeta saca un ocho, así que, al menos, un par de Vigilantes lo estaban mirando. Me clavo las uñas en las palmas de las manos cuando aparece mi cara, esperando lo peor. Entonces sale el número once en la pantalla.
¡Once!
Effie Trinket deja escapar un chillido, y todos me dan palmadas en la espalda, gritan y me felicitan, aunque a mí no me parece real.
—Tiene que haber un error. ¿Cómo..., cómo ha podido pasar? —le pregunto a Haymitch.
—Supongo que les gustó tu genio. Tienen que montar un espectáculo, y necesitan algunos jugadores con carácter.
—Katniss, la chica en llamas —dice Cinna, y me abraza—. Oh, ya verás el vestido para tu entrevista.
—¿Más llamas?
—Más o menos —responde, travieso.
Peeta y yo nos felicitamos. Otro momento incómodo. Los dos lo hemos hecho bien, pero ¿qué significa eso para el otro? Escapo a mi cuarto lo antes posible y me entierro debajo de las mantas. La tensión del día, sobre todo el llanto, me ha hecho polvo. Me quedo dormida, como si me hubiesen indultado, aliviada y con el número once todavía grabado en la cabeza.
[...]
No puedo evitar comparar lo que tengo con Gale con lo que finjo tener con Peeta. Nunca cuestiono los motivos de Gale, mientras que con Peeta es todo lo contrario. En realidad, no es justo compararlos, porque Gale y yo nos unimos para sobrevivir, mientras que Peeta y yo sabemos que la supervivencia del otro significaría la muerte. ¿Cómo se puede pasar eso por alto?
[...]
—Bueno, ¿qué está pasando? Hoy nos prepararéis para las entrevistas, ¿no?
—Sí —respondió Haymitch.
—No tenéis que esperar a que acabe. Puedo escuchar y comer a la vez.
—Bueno, ha habido un cambio de planes con respecto al enfoque.
—¿Cuál?
No estoy segura de cuál es nuestro enfoque; la última estrategia que recuerdo es intentar parecer mediocres delante de los demás tributos.
—Peeta nos ha pedido que lo entrenemos por separado —responde Haymitch, encogiéndose de hombros.
ESTÁS LEYENDO
Everlark a través de los libros
RandomRecopilación de los fragmentos de los libros de la saga de Los Juegos del Hambre [Suzanne Collins] donde se desarrolla la historia de Katniss Everdeen y Peeta Mellark.