📌 Capítulo 9
En el almuerzo, me mantengo esperando que las personas traigan a colación la aparición de Peeta, pero nadie lo hace. Alguien debe haberlo visto además de Finnick y yo.
Tengo entrenamiento, pero Gale tiene programado trabajar con Beetee en armamento o algo, así que consigo permiso para llevarme a Finnick al bosque. Vagamos un rato y entonces tiramos nuestros comunicadores bajo un arbusto. Cuando estamos a salvo en la distancia, nos sentamos y discutimos la emisión de Peeta.
—No he escuchado ni una sola palabra al respecto. ¿Nadie te ha dicho algo? —pregunta Finnick. Niego con la cabeza. Él hace una pausa antes de preguntar—. ¿Ni siquiera Gale? —Me estoy aferrando a la pizca de esperanza de que Gale honestamente no sabe nada sobre el mensaje de Peeta. Pero tengo un mal presentimiento de que sí lo sabe—. Quizá está tratando de encontrar el momento para decírtelo en privado.
—Quizá —digo.
Nos quedamos en silencio tanto tiempo que un ciervo pasa cerca. Lo derribo con una flecha. Finnick se lo lleva arrastrando de vuelta a la valla.
Para la cena, hay picadillo de carne de venado en el estofado. Gale me lleva de regreso al compartimento después de que comemos. Cuando le pregunto lo que ha estado sucediendo, de nuevo no hay mención de Peeta. Tan pronto como mi madre y mi hermana están dormidas, deslizo la perla fuera del cajón y paso una segunda noche en vela con la perla firmemente agarrada en mi mano, repitiendo las palabras de Peeta en mi cabeza. “Pregúntate a ti misma, ¿realmente confías en las personas con las que estás trabajando? ¿Realmente sabes lo que está sucediendo? Y si no lo sabes… averígualo”. Averígualo. ¿Qué? ¿De quién? ¿Y cómo puede Peeta saber nada excepto lo que el Capitolio le dice? Es sólo un propo del Capitolio. Más ruido. Pero si Plutarch piensa que es sólo la línea del Capitolio, ¿por qué no me contó al respecto? ¿Por qué nadie nos lo ha hecho saber a Finnick o a mí?
Bajo este debate está la verdadera fuente de mi angustia: Peeta. ¿Qué le han hecho? ¿Y qué le están haciendo en este momento? Claramente, Snow no se tragó la historia de que Peeta y yo no sabíamos nada sobre la rebelión. Y sus sospechas han sido reforzadas, ahora que yo aparecí como el Sinsajo. Peeta puede sólo suponer las tácticas de los rebeldes o inventar cosas para decirles a sus torturadores. Mentiras que, una vez descubiertas, serían severamente castigadas. Qué abandonado por mí se debe sentir. En la primera entrevista, trató de protegerme tanto del Capitolio como de los rebeldes, y no sólo he fallado en protegerlo, sino que he traído más horrores sobre él.
[...]
Nuestras miradas se enganchan, y me doy cuenta de lo furiosa que estoy con Gale. Que no creo por un segundo que él no haya visto el propo de Peeta. Que me siento completamente traicionada porque no me dijera sobre eso. Nos conocemos el uno al otro demasiado bien para que él no lea mi humor y suponga lo que lo provocó.
—Katniss…—él empieza. Ya la admisión de culpa está en su tono de voz.
Agarro mi bandeja, cruzo al área de depósito, y pongo violentamente los trastes en el estante. Para cuando estoy en el pasillo, él ya me ha alcanzado.
—¿Por qué no dijiste algo? —pregunta, sujetando mi brazo.
—¿Por qué no lo hice? —Libero mi brazo de un tirón—. ¿Por qué tú no lo hiciste? Y lo hice, por cierto, ¡cuando te pregunté anoche sobre lo que había estado sucediendo!
—Lo siento. ¿De acuerdo? No sabía qué hacer. Quería decirte, pero todos tenían miedo de que ver el propo de Peeta te pusiera enferma —dice.
—Tenían razón. Me puso enferma. Pero no del todo tan enferma como el que tú me hayas mentido por Coin. —En ese momento, su communicuff comienza a sonar—. Ahí está ella. Más vale que corras. Tienes cosas que decirle.
ESTÁS LEYENDO
Everlark a través de los libros
RandomRecopilación de los fragmentos de los libros de la saga de Los Juegos del Hambre [Suzanne Collins] donde se desarrolla la historia de Katniss Everdeen y Peeta Mellark.