Capitulo 7

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En los confines de Roca Amarilla, el territorio yacía inmerso en un caos inquietante, sumido en la desordenada danza. La expectación se apoderaba de la multitud ansiosa mientras su líder, en un regreso inesperado, se convertía en el epicentro de una aglomeración febril.

A medida que avanzaban hacia la ciudad, sus pasos tropezaban con cadáveres desollados, cada uno exhibiendo un cartel macabro que proclamaba: "castigo por insurgencia". Un sendero sombrío marcado por la brutalidad se extendía ante ellos, evocando una narrativa desgarradora.

Desde los confines más lejanos del territorio, los líderes transitaban por este macabro camino antes de alcanzar la entrada, donde reposaba el cuerpo desollado y desmembrado de un goblin ampliamente reconocido: aquel que había capturado con vida al rey de Monteverde.

—¡¿Qué demonios está sucediendo?! —exclamó un líder, su voz resonando en la vastedad—. Todos los súbditos poseen algún valor para Roca Amarilla. Esto es tiranía. Ha segado vidas, violando las normas con impunidad.

El cartel en el cuerpo desmembrado del goblin clamaba: "ambicionar lo imposible".

Los líderes, atónitos ante la visión grotesca, se encontraron ante la ciudad donde se confiscaban bienes y se arrestaban goblins. Allí, se apoderaban de todas las esclavas que alguna vez habían servido a los guerreros de honor.

Al llegar a las imponentes murallas de la fortaleza que albergaba a Lina, se les prohibió el acceso, generando una protesta indignada.

—¿Por qué nos niegan el paso? ¿Acaso ignoran nuestra distinción? —protestaron los líderes, cuestionando la afrenta a su autoridad.

—Órdenes del líder; se les permitirá la entrada cuando todos hayan llegado —respondieron los nuevos guardianes, marcando una espera tensa.

Mensajeros salían constantemente, y los formidables guerreros de élite de las primeras generaciones galopaban velozmente fuera de la ciudad. Finalmente, cuando todos los líderes estuvieron reunidos afuera de la fortaleza, las puertas se abrieron para dejarlos pasar.

—Debemos detener esta tiranía —conversaban entre ellos con susurros llenos de determinación—, debemos hacerle saber que esta situación es insostenible.

Los treinta líderes, encargados de los vastos territorios, fueron congregados y, con paso decidido, ingresaron a la sala de guerra donde Lina los aguardaba en su trono de madera.

La tensión en la sala era tan palpable que los guardias sudaban profusamente, y a quienes traspasaban el umbral les costaba respirar, pues el miedo los envolvía como un manto oscuro.

—¿Son estos los encargados de administrar los territorios? —inquirió Lina, con un dejo de enojo y curiosidad, su voz resonando en la sala como un trueno distante.

Un líder intentó articular una respuesta, pero Lina lo interrumpió y desvió su mirada furiosa hacia un rincón de la sala. Allí estaban las líderes Ghea y Kuga, encadenadas y visiblemente maltratadas.

—Sí, jefe —respondió Ghea—, son ellos. Los elegimos porque demostraron competencia.

Lina se puso de pie y se aproximó a ellos, examinándolos uno por uno con ojos penetrantes. Los líderes, impotentes, solo podían callar y mirar hacia el suelo, sintiendo el peso de la culpabilidad.

—Débiles... —murmuró Lina con amargura, su voz resonando como un eco sombrío—. ¿Qué se debería hacer ante la captura de una ciudad? ¿Quién se atreve a responder?

Un silencio pesado se apoderó de la estancia hasta que uno de ellos, venciendo el temor, se aventuró a hablar.

—Saquearla y traer de vuelta el botín —articuló con voz temblorosa.

Lina la Goblin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora