Capitulo 9

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Un mensajero, exhausto y empapado en sudor, había llegado a la imponente capital montando sobre uno de dos caballos que, tras días de incansable carrera, finalmente sucumbió, cayendo pesadamente al suelo con un último suspiro. La urgencia en su rostro era palpable mientras se aproximaba a los imponentes portones del castillo, custodiados por los altos guardias.

—¡Déjenme pasar! —Exclamó el mensajero, su voz resonando con ansiedad y determinación—. ¡Traigo un mensaje de suma importancia para el Emperador! ¡Hoy mismo, dos delegaciones están en camino!

Sin embargo, las órdenes emanadas de la poderosa Lina eran inquebrantables: "sin importar la relevancia del mensaje, cada mensajero debía ser minuciosamente revisado y despojado de todo salvo su ropa y el mensaje mismo, antes de ser admitido en la ciudad".

Los guardias, cumpliendo rigurosamente con su deber, procedieron con celeridad a inspeccionar al mensajero. Lo sometieron a una serie de pruebas mágicas para detectar cualquier encantamiento o engaño. Con meticulosidad, lo despojaron de su pesada armadura y ropajes. Nada quedó fuera de su escrutinio; revisaron meticulosamente cada pertenencia, cada pliegue de su piel, incluso sus cavidades más íntimas, en busca de cualquier indicio de peligro oculto.

Mientras tanto, el caballo que había llegado junto al mensajero no fue excluido de la inspección. Los guardias, con respeto pero sin vacilación, examinaron cada centímetro de su fornida anatomía. Con manos expertas, revisaron su pelaje, sus patas y hasta se aventuraron a explorar el interior su culo en busca de posibles armas o artefactos prohibidos.

Tras una exhaustiva y detallada inspección, los guardias finalmente concedieron el acceso al mensajero y su mensaje, asegurándose de que ningún peligro amenazara la seguridad del castillo.

Rápidamente, el mensajero, con el corazón golpeándole el pecho por la urgencia del mensaje que portaba, se apresuró a dirigirse a la majestuosa sala del trono, donde la reina Lina se encontraba inmersa en la atención de una petición urgente por parte de un Goblin Gobernador.

Con pasos rápidos pero respetuosos, el mensajero atravesó la gran puerta de madera labrada y entró en la sala iluminada por la luz que se filtraba por las ventanas. Pasó de largo, sin desviar la mirada hacia el Goblin Gobernador, cuya presencia era notable pero ahora eclipsada por la gravedad del mensaje que llevaba.

Al llegar frente a la imponente figura de Lina, el mensajero se arrodilló con reverencia, depositando el pergamino ante ella como un tributo de suma importancia.

—Disculpe mi irrupción —dijo el Goblin con voz respetuosa—, pero le traigo un mensaje urgente desde las fronteras del imperio.

Ghea, ahora consejera de Lina, se levantó de su asiento con una expresión de preocupación, tomando el pergamino entre sus manos con cuidado y comenzando a leerlo con atención.

—Jefe... Vienen el Héroe y un general del Rey Demonio —informó Ghea con voz cargada de amargura—. Permítame encargarme del Héroe, escapó la última vez que lo enfrentamos.

Los músculos de Kuga se tensaron ante la noticia, apretando el puño con determinación.

—¡Sí! Esta vez no habrá lugar para el perdón —exclamó, con la mirada fija en el horizonte, como si ya pudiera visualizar la batalla por venir.

Lina, con una expresión de concentración, apoyó la cabeza sobre su puño mientras reflexionaba sobre la situación.

—¿Se menciona para qué vienen? —inquirió, con la mirada fija en el pergamino en manos de Ghea.

—Buscan una audiencia —respondió Ghea, levantando la mirada para encontrarse con la intensa mirada de su reina.

Ante la urgencia del momento, Lina se puso de pie con decisión, estirando sus músculos con determinación. Realizó algunas sentadillas y lagartijas, preparando su cuerpo y mente para el desafío que se avecinaba, mientras contemplaba el camino hacia la salida de la sala del trono.

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⏰ Última actualización: Mar 26 ⏰

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