Capitulo 7

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Lina, con paso rápido y determinado, recorría los amplios pasillos de su imponente palacio. Su mente bullía de anticipación por la promesa del Anciano de haber completado la traducción del pergamino. Cada paso resonaba en la majestuosa arquitectura del lugar, mientras que a su lado seguían una y Birum, dos allegados a ella cuya presencia ofrecía un reconfortante respaldo.

A su escolta se sumaban varios guardias, cuya sola presencia imponía respeto y temor. Su deber era asegurar la seguridad de Lina y acompañarla dondequiera que decidiera dirigirse, proporcionando una capa adicional de protección.

Descendieron por una serie de escaleras que conducían al sótano, adentrándose en las profundidades del palacio. Allí, oculto bajo toneladas de piedra y magia, se encontraba el lugar más seguro de toda Roam: la prisión Imperial. Un laberinto de pasillos oscuros y celdas reforzadas, custodiado por una legión de guardias y los más poderosos guerreros al servicio de Lina.

La prisión, un testamento a la autoridad y al control, era el último bastión de la justicia de Lina. Los prisioneros que se atrevían a amotinarse desafiando su poder enfrentaban una escalada de obstáculos insuperables. Desde los guardias ordinarios hasta los elites entrenados para la batalla, y finalmente los formidables Goblins, dignos rivales de los más grandes guerreros de Roam.

Pero incluso más allá de estas defensas, la prisión estaba concebida para ser inexpugnable. Ubicada a una profundidad que desafiaba cualquier intento de fuga, su única entrada y salida podía ser sellada al instante en caso de motín o amenaza. Los amotinados que se aventuraban en sus sombríos pasillos enfrentaban un destino sombrío: la asfixia, atrapados en un laberinto sin salida, condenados a perecer en la oscuridad de sus mazmorras.

En aquella fortaleza de reclusión, solo habitaba un prisionero: Kumik, el renombrado líder cuyas ambiciones lo habían llevado a desafiar el orden establecido en Roam, ahora confinado en las sombrías profundidades de la prisión.

Cuando Lina llegó a la celda donde el anciano estaba retenido, su paso denotaba impaciencia y urgencia. Sin dilación, se detuvo ante el anciano, cuyos ojos reflejaban años de sabiduría y experiencia.

—Viejo... Quiero ver el pergamino —susurró Lina, con una mezcla de determinación y ansiedad.

El anciano, con gesto sereno, señaló una mesa cercana. Lina se aproximó con paso decidido, observando la escena ante ella. Sobre la superficie de madera, una colección de papeles y pergaminos reposaba, entre ellos el objeto de su búsqueda: el pergamino que prometía el secreto de la información de cómo cambiar su género, custodiado por una hoja que revelaba su contenido en palabras comunes.

—El pergamino... Es para el aprendizaje de una extraña habilidad o magia, no lo sé con exactitud —comentó el anciano con voz grave, acercándose a Lina con cautela—. Pero lo que sí sé es que sirve para cambiar el género de quien lo aprenda... Solo tienes que poner un poco de tu magia en él y luego romperlo.

Las palabras del anciano resonaron en la mente de Lina, quien asimiló la instrucción con atención. Observó la hoja detenidamente, absorbida por las posibilidades que el pergamino ofrecía. La tarea por delante se volvía más clara a medida que comprendía el ritual necesario para desencadenar su poder.

Con determinación y una chispa de anticipación en sus ojos, Lina se preparó para romper el pergamino y probar el poder que le otorgaría.

Lina, a pesar de carecer del dominio de la magia, tenía la habilidad innata de canalizarla, aunque esta destreza pareciera ser más un mero gesto que un medio para alcanzar un fin práctico; al fin y al cabo, la magia era solo energía en su estado más puro.

Con sumo cuidado, depositó una pizca de su esencia mágica en el pergamino. Este, al recibir el toque de su magia, pareció revitalizarse, envuelto en un titilante resplandor que luego se desvaneció al soltarlo, devolviéndolo a su aspecto original. Sin embargo, Lina comprendía que debía impregnarlo nuevamente antes de romperlo.

Con determinación, volvió a infundir el pergamino con su magia y lo rompió. El antiguo documento se deshizo en polvo ante sus ojos, aparentemente sin producir efecto alguno. No obstante, tanto Lina como el anciano permanecieron imperturbables, conscientes de lo que se suponía que debía ocurrir.

De repente, la tierra comenzó a estremecerse ligeramente, como si una fuerza oculta se removiera bajo su superficie, y el cuerpo de Lina empezó a contorsionarse ante la atónita mirada de todos los presentes.

Lina se concentró en la imagen mental de alterar el género de su cuerpo, desencadenando una transformación que resultó ser dolorosa en extremo. Cada célula de su ser parecía retorcerse bajo la influencia de un dolor agudo e insoportable, que Lina sentía martillando en lo más profundo de su ser. A pesar de la intensidad del sufrimiento, apenas podía mantenerse firme en su determinación de completar la metamorfosis que se desplegaba ante ella.

Su presencia, envuelta en un aura de poder indomable, latente y oculta durante mucho tiempo debido a la restricción de su fuerza, emergió nuevamente con una intensidad abrumadora. Lina ya no pudo contenerla, sucumbiendo al dolor que la atravesaba como dagas ardientes. Lo más asombroso fue que esta energía desatada comenzó a expandirse más allá de los límites conocidos, extendiendo su influencia mucho más allá de las fronteras de Roam.

El mundo entero tembló ante el poder que trascendía las barreras de lo común, sacudiendo los cimientos de la realidad misma. Sin embargo, en el vasto cosmos, no era la única entidad imbuida de un poder sobrecogedor; existían seres que contemplaban con indiferencia la demostración de fuerza y presencia.

Cuando el proceso de metamorfosis llegó a su apogeo, frente a los espectadores se alzaba una figura imponente: un Goblin masculino, en la novena etapa de evolución de su raza.

Emanaba una presencia majestuosa y poderosa, cuya imponente estatura de 185 centímetros proyectaba una imagen de fuerza y dominio. Su cuerpo, esculpido en músculos tonificados y bien definidos, revelaba una fuerza latente apenas contenida bajo la superficie de su piel. Una piel firme y saludable, carente de exceso de grasa, irradiaba vitalidad y vigor. Su postura erguida y seguro de sí mismo, testimonio de su poder y equilibrio, imponía respeto y reverencia.

Los rasgos de su rostro, marcados y distintivos, irradiaban singularidad y carácter. Sus ojos almendrados, con tonos dorados y rojizos, destilaban un magnetismo inigualable, otorgándole una mirada penetrante y llena de determinación. Una mandíbula fuerte y decidida, junto con una expresión vivaz, completaban su semblante imponente. Coronando su frente, un cuerno blanco translúcido confería un aura de misterio y poderío, agregando un toque de intriga a su presencia magnética. Su cabello, de un blanco resplandeciente, fluía con gracia y elegancia más allá de sus hombros, con las puntas teñidas de un rosa vibrante, como destellos de luz en la oscuridad.

Lina se examinó detenidamente, y un impulso irrefrenable la llevó a dirigir su atención hacia su entrepierna. Con un nudo en la garganta, tomó aliento y con cuidado separó un poco la pretina de su pantalón del área de su abdomen inferior para poder observar con mayor claridad.

Permaneció allí, absorta en su propio examen, mientras una mezcla de emociones revolvía su interior. Entonces, una sonrisa de pura alegría se dibujó en su rostro, iluminando sus facciones. —Por fin... —susurró con voz entrecortada, dejando escapar un suspiro de alivio—. ¡He vuelto a ser varón!

La sensación de recuperar su identidad perdida llenó su corazón de un cálido resplandor, disipando las sombras de la incertidumbre que habían pesado sobre ella. En aquel momento de revelación, se sintió completo nuevamente, en armonía con su ser interior y su apariencia exterior. Era un retorno a la autenticidad, un reencuentro con su verdadero yo que había sido anhelado y esperado con fervor.

Lina la Goblin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora