III: Fuga

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Hacía frío, siempre hacía frío en esa habitación.

Harry dejó ir un suspiro de frustración y llevó sus piernas arriba de la cama, apegando sus rodillas a su pecho para usar su propio calor como una manta, si es que eso era posible estando dentro de esas paredes de piedra recubiertas con colchas sucias. Ocultó sus brazos bajo su misera camisa y cerró los ojos mientras apretaba la mandíbula para no hacer castañear los dientes, cuando un repentino escalofrío le hizo toser y estremecerse. Sobre él, la ventana dejaba entrar gélidas ráfagas del viento invernal al tener un pedazo roto. Temblando se levantó, corrió el velador junto a la cama y subió a éste para mirar afuera. La mejilla se le heló al instante en cuanto se acercó al alfeizar lleno de barrotes de hierro. Desde ahí, pudo ver la altura de la reja alta con pinchos que resguardaba el edificio de quienes osaban escapar. Lucía como fuego negro, demasiado lejos para correr hasta ella sin salir con vida.

Si hubiera sabido que ahí en Terian había manicomios, tal vez habría considerado la opción de navegar a otra parte un año atrás, pero si algo aprendió en esos meses, fue que ya no había caso en pensar en el "qué hubiera pasado si...". Las cosas estaban hechas, y lo único que tomaba relevancia era huir, hallar la manera de ir hasta esas rejas y saltar y correr lo más lejos que sus piernas le permitiesen llegar.

La ventana de su habitación era rectangular, demasiado estrecha, no servía para usarla como una vía fiable de escape, como había hecho en el baño del hospital en Ribëia. Harry miró más allá del sombrío paisaje, al bosque típico que rodeaba todo el pueblo. Algún día podría estar ahí pensó, mientras buscaba en su bolsillo una enorme bola de papel higiénico y lo colocaba en aquel circulo roto de ventana: El viento automáticamente dejó de entrar.

Harry bajó del velador y volvió a sentarse en la cama, fijó sus ojos en el suelo con cerámica blanca y repasó cada uno de los sectores del edificio en su cabeza sin importarle que esta le doliera como el infierno. Había solo una opción de salida y la única forma de llegar a ella era con una pizca de suerte.

Subió sus manos a su rostro y posicionó sus dedos índices en cada circulo rugoso y rojizo de sus sienes, los tratamientos o la nueva ciencia como le decían los médicos era una verdadera pesadilla. Harry ya estaba harto de entrar a la habitación con olor a cuerina y hielo.

Demasiado asustado.

Cada vez que la recordaba, la pregunta de a quien se le había ocurrido que podían quitar la homosexualidad de alguien empleando aquel método llegaba a su cabeza. Cerró los ojos al recordar como el hielo penetraba su piel y bajó las manos a sus piernas. El pantalón blanco se arrugó levemente, y sin advertir, pequeñas gotas de lágrimas agrias cayeron a él. Harry sabía que ya no había más días, aquella era su última noche con vida antes de su condena ya dictada para mañana.

Estaba llorando, como siempre ocurría a esa hora. La noche era una tortura, se transformaba en un huracán de recuerdos felices que le gustaría borrar, al menos hasta que pudiera volver a los brazos de quién le brindó mares de cariño y amor. Limpió su nariz con molestia y resopló. Ya no podía seguir con el atuendo blanquecino, con las zapatillas sucias y el cabello largo.

Él no podía morir mañana en la horca. 

Había dos opciones en su mente: La ventana del baño, y... la ventana del baño. Durante los dos meses que ha estado metido ahí, formuló un plan que con un poquito de suerte lograría desarrollar a la perfección.

Miró a la ventana otra vez, el cielo anunciaba lluvia, pero a estas alturas, una lluvia mientras corría no era un gran problema. Puso los labios en una línea y se levantó. Ya no había tiempo que perder.

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora