XXI: La curandera

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Parecía que el destino quería jugarle una mala pasada, porque el camino y los mismos árboles que atravesó en su niñez aparecieron a su alrededor. Louis intentó no regresar a ese cruel día de su pasado, donde la entrada al paraíso lo esperaba al final de su travesía después de la muerte de su madre, pero fue imposible. El amargor y desamparo nuevamente tomaron su mano.

Mientras caminaba pensó que solo faltaría la nieve para completar aquel espejismo, hacerse más pequeño y encontrar al lobo que quiso cenarlo entre los arbustos, pero lo cierto era que, no quería que ocurriera ninguna de las dos, estaba totalmente desprotegido, sin comida y sin un lugar para pasar la noche, que apareciera el lobo solo arruinaría el plan que intentaba crear en su cabeza mientras la herida de bala le adormecía las extremidades.

La bala no llegó a perforar su brazo, pero si logró rozarle la piel, dejando una fea lesión que Louis tuvo que sellar con un trozo de su propia camisa. La pérdida de sangre le había hecho decaer, el sueño se adueñó de sus párpados, tornándolos pesados y llenos de cansancio. La idea de tumbarse a los pies de un árbol para poder dormir y quizás permitirse no despertar, lo llamaba, pero cuando esta idea hacía mella en su cabeza, Louis volvía a recordar a Harry y lo pronto que tenía que encontrarlo antes de que Erik pusiera sus manos en él.

Mucho más ahora que había escapado.

Tenía una vía fiable para ir a Terian, pero la incertidumbre de si Isak, el primo de Elov que lo trajo a Ribëia dos meses atrás, estaba aún en puerto, le hizo reimplantarse las opciones de escape. No tenía ninguna certeza de que estuviera ahí, y de no ser así, Louis estaría obligado a buscar una casa en donde pasar la noche o un hospital para sanar su brazo. Claramente no podía tomar ese camino, las enfermeras o el doctor Basil lo acusarían ante el rey en cuanto hiciera acto de presencia en el consultorio.

Siguió caminando a un lado de la orilla del rio, con la cabeza gacha mientras frías perlas de humedad caían por las puntas de su cabello ante la densa neblina. El traje tan elegante que Erik le había dado ahora era un desastre de tiras y manchas de lodo, el cual le hacía estremecer constantemente mientras pasaba encima de los arbustos y entornaba los ojos para ver a lo lejos. Agudizó el oído cuando percibió el ajetreo nocturno de los pueblerinos de Flamänn, de las carretas y carruajes transitar por las avenidas iluminadas con los faroles y con su mano corrió algunas ramas para observar el estado de la ciudad. Sin embargo, teniendo en cuenta que apenas había escapado, no dudaba que Erik ya hubiera enviado a sus soldados para encontrarlo.

Louis observó con cautela detrás de los árboles a la ciudad. La gente no parecía perturbada, continuaban entrando y saliendo de las cafeterías, vistiendo sus abrigos elegantes de piel después de haber ido a cenar, mientras la gente más pobre intentaba conseguir alguna limosna interponiéndose en su camino. Era obvio que muchas personas continuaban teniendo privilegios con Erik siendo el rey ahora. Negó para sí mismo y retrocedió, volviendo a perderse en los árboles mientras buscaba otro camino para llegar al puerto y subir al barco de Elov, o mejor dicho, el barco de Isak, el chico que Louis rechazó amorosamente cuando tenía diecisiete años.

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Finalmente consiguió llegar a la calzada del puerto, donde algunas casas de marineros y capitanes se mantenían a oscuras, otras con una leve luz que se reflejaba en las ventanas. Louis bajó por una de las calles desiertas hasta el muelle y caminó entre los pescadores que le clavaban los ojos con horror por la obvia sangre que empapaba su rostro y prendas de vestir, más el albino ojo que no pudo cubrir al no contar con su parche.

No había rastros de soldados a su suerte, solo aquellos marineros borrachos que caminaban por el muelle observándolo de pies a cabeza mientras algunos dormitaban entre las redes de pesca con sus botellas de licor firmemente abrazadas. Louis los ignoró y caminó a cuestas, sintiendo como sus músculos ya empezaban a tensarse y acalambrar, exigiendo de aquella forma que se detuviera y diera por vencido. Tenía sed y su estómago era un constante remolino de nauseas. A medida que el tiempo transcurría, sus pasos se tornaron torpes, pero lo bastantes marcados como para seguir derecho y hacer ruido en las tablas del muelle.

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora