V: Hasta que se vuelva polvo

35 7 1
                                    


El ruido estrepitoso de la música finalmente despertó a Harry. La cabeza le dolía y el pie aún más. Miró entre la leve oscuridad de la habitación la venda en su tobillo y se volvió a acomodar en la cama cuando comprobó que seguía de la misma forma que hace dos días atrás. La habitación era iluminada por dos velas, mientras que la tenue luz de los faroles en la calle se colaba ahí dentro, tornando la habitación de un color amarillento. Harry quedó viendo un rato los faroles, hasta que una sensación incómoda comenzó a punzar en su coxis por no haberse levantado desde una semana. Haciendo una mueca se puso de pie lentamente. Astrid le había prohibido hacerlo, al menos no hasta que su tobillo sanase totalmente. Pero ir allá afuera a tomar un poco de aire invernal no creía que le hiciera tanto mal.

Cogió una pequeña manta de lana que había a los pies de la cama y la pasó por sus hombros, su piel se erizó en cuanto los dedos de sus pies hicieron contacto con el suelo de madera. Harry afirmó la manta cerca de su pecho y fue cojeando hasta el ventanal, viendo desde la altura del balcón como los carruajes pasaban en distintas direcciones por la calle. Hombres carcajeaban y otros con botellas de licor transitaban por la acera. Arrugó la nariz y retrocedió. Era un sector bastante vulgar y temerario. Nada comparado a la villa desolada de su casa.

Al recordar esos días los hombros de Harry pesaron como si tuviera sacos de piedras sobre ellos. Volvió a avanzar a la ventana con valentía y salió al balcón a tomar aire. Cubrió su rostro con sus rizos largos para prevenir que lo reconocieran, aunque era difícil estando en un tercer piso y se sentó en una de las sillas que Astrid mantenía ahí. Apoyó su cabeza en sus brazos cruzados sobre la madera del balcón, contemplando entre la humedad del ambiente el pueblo. Corría una brisa suave, cargada de sal al estar cerca del puerto, la misma que sintió cuando llegó en el barco de Elov junto a Louis.

Elov...

En su mente los ojos marrones, la sonrisa sincera y la humildad que proyectaba ese hombre se hicieron añicos. El simple nombre le hacía apretar la mandíbula y querer explotarle los ojos con los pulgares. Y cuando recordó su cara contraída por el arrepentimiento, el sonido de la escopeta, la carcajada de los guardias... Fuego doloroso quemó dentro de su corazón.

Sus ojos irremediablemente se cristalizaron.

No había tenido tiempo desde que escapó del manicomio en pensar en Louis, tampoco sobre qué haría ahora estando solo en ese mundo vil y venenoso. Sin Louis y sin un hogar, se sentía perdido, era como un pájaro sin un nido volando entre nubes grisáceas. Si iba a casa, los problemas básicos comenzarían a atormentarlo y no habría más opción que salir para comprar provisiones. Y si se quedaba ahí, en el lado bohemio de Terian, los guardias o quien quiera que lo esté buscando no tardaría en dar con su ubicación en unos días.

Estaba en las mismas garras del infierno. Inhaló profundo y miró al cielo. Era extraño sentir esa soledad otra vez, pero más cruda en comparación a aquella que experimentó en el castillo. Harry solo podía recordar, seguir atado en el pasado, estar perdido y sin rumbo. El dolor a veces cesaba, sus manos constantemente heladas se adormecían. No había ánimos de continuar viviendo o de encontrar un buen sitio para iniciar de cero ¿Cuál sería el punto si lo hacía? Louis... Él no estría ahí para él. Sus ojos sacados de un cuento de hadas ya no lo contemplarían. Ya no le harían sentir como el hombre más afortunado del mundo, solo por ver en ellos un amor profundo e incondicional. Aquellas manos toscas no volverían a trazar caricias en su cuerpo, decididas a descubrir cada sitio oculto en sus piernas y brazos. No volvería a rozar sus labios con los de Louis, en un beso que lo dejaría sin aliento. Y comenzaba a creer que el único lugar agradable era el dormir. Dormir por todo el día para que su mente y corazón dejasen de doler y mortificarlo con recuerdos.

Sus sollozos fueron silenciosos, heridos mientras miraba la avenida de Daisies hus.

Extrañaba a Louis, esa era cruel verdad, extrañaba su voz, su mirada, su calor y temía olvidarla. Que se disipara y solo se convirtiera en un murmullo desfigurado en el tiempo, una melodía que él solía oír antes de dormir.

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora