XIII: Antes de que la puerta se cierre

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La taberna de Niall era simple, no había cuadros o adornos más que un simple barril lleno de cerveza sobre un montón de aserrín en una esquina, el cual intentaba dar un aspecto acogedor al sitio con poca luz y cargado de olor a polvo y madera.

Cuando Harry entró, contempló la pequeña casa de dos plantas desde el techo al suelo y de un lado a otro, no había jardín delantero como en las casas comunes antes de llegar a la zona urbana, en esta, un cartel que anunciaba: "El duende alcoholizado" con una flecha, dejaba en claro que se trataba de un lugar para pasar la tarde y la noche.

No había gente, y las mesas eran redondas con cuatro sillas alrededor. Velas gruesas y blancas reposaban apagadas sobre paños de croché para decorar. Harry miró a Astrid, ella observaba y sonreía por lo bajo con un deje de nostalgia en su rostro, parecía que recordaba cosas que en algún momento la hicieron feliz mientras sus mejillas se teñían de un suave color rosado. Pensó en preguntar si se encontraba bien, pero cuando ella suspiró alegremente, tomó la decisión de no abrir la boca.

—No se ve como un mal lugar —decidió comentar casi en un susurro, con los brazos cruzados sobre su pecho. Astrid arqueó una ceja y empujó su hombro juguetonamente. 

Claro que no, es el mejor de todos. Vamos, tengo mucha hambre, y no veo a Niall desde... —tomó una exagerada inhalación y miró el techo.

Harry pudo ver algo de lágrimas brillar en sus ojos. Ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Astrid?

—Hace bastante tiempo...

Pero ella le tomó la mano y lo arrastró hacia adentro. Harry intentó no sonreír, pero fue inevitable no curvar levemente sus labios hacia arriba cuando ella lució como una niña guiándolo a un lugar prohibido para jugar. Se detuvieron frente a las mesas bajo un gran candelabro antiguo. Harry no había notado que algunas sillas seguían sobre las mesas y que un solitario chico limpiaba el suelo con una escoba mientras bostezaba. Usaba una camisa de mangas sueltas, pantalón de cuero hasta la cintura y una chaquetilla que le recordó a las suyas cuando vivía en el castillo. Astrid fue hasta él sin miedo a que la reconociera o lo hiciera con Harry.

El chico, quién suponía era Niall, los miró en cuanto escuchó sus pasos con cara de pocos amigos. Harry al verlo abrió sus ojos de par en par, pues poseía unos fuertes ojos azules, algo pequeños, pero tan profundos como los de Louis. La respiración se le quedó atascada en la garganta y las mejillas se le tiñeron de un horrible color rojo. Nunca se había preguntado como luciría Louis con sus dos ojos sanos, y la curiosidad le llevó a imaginarlo, haciéndole torcer disimuladamente los labios en una mueca al ver que perdería su esencia.

Cuando el chico de ojos azules y cabello castaño vio a Astrid, dejó la escoba recostada en una de las mesas para ir hasta ella con la boca abierta y brazos extendidos. Totalmente atónito.

—No puede ser —le escuchó decir Harry. Su voz era varonil, ronca. Tomó a Astrid por la cintura y le hizo girar en el aire cuando la abrazó. Ella carcajeó mientras se afirmaba de su cuello para no caer. Harry desvió la vista, de repente sintiéndose como un estorbo en la taberna, y cuando Astrid volvió a estar en el suelo, el chico miró a ambos tres veces, frunciendo el ceño con desconfianza, para finalmente, cambiar a emocionado e ignorarlo —Astrid, ¿qué haces aquí? Tan lejos de tu casa, del burdel. ¿Estoy soñando?  

Ella rio, como si hubiera dicho el chiste más gracioso del mundo. Harry se mantuvo quieto junto a la mesa, escrutando en silencio al chico, había algo en la mirada y postura de él que no le daba buena espina. En su rostro habitaba una cicatriz curvada y sobresaliente desde la comisura de su labio hasta la mejilla, había ojeras bajo sus ojos y observaba a la pueta como si quisiera huir.

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora