XXV: Visitas indeseadas

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ERIK

A pesar de que la habitación estaba a oscuras, unos cuantos rayos de sol tibio se colaron entre las largas cortinas que cubrían las ventanas y tocaron el rostro de Erik con fuerza. Él cerró sus ojos en el sueño y los abrió para ver que ocurría después, maldiciendo por lo bajo al darse cuenta de que un nuevo día había comenzado. Se giró de costado sobre el cómodo y gran colchón de su cama, cubriéndose más de lo necesario la cabeza con el cobertor para volver a dormir bajo la falsa penumbra.

Después de la huida de Louis, Erik no se había detenido a descansar. La delgadez que había adquirido al estar internado meses en el hospital se había agravado, tornando su pálido rostro en uno demacrado. Pómulos filosos se alzaban debajo de sus ojos, pronunciando aún más las ojeras y el hueco de las mejillas. Su mentón caía puntiagudo, enmarcando los hombros duros y el cuello largo. Aquel rostro sano y lleno de arrogancia que tuvo años atrás... se convirtió en un recuerdo fastidioso. Las manos llenas de las cicatrices delgadas y rugosas, ahora pretendían ser la sombra del hundimiento y su fracaso. Sin embargo, a él no le interesaba que su estómago rugiera de hambre, o que sus ojos pesaran y ardieran en una súplica para conseguir un poco de decente descanso, él solo quería una cosa, y si de conseguirlo, si de ganar, tenía que no alimentarse ni dormir lo haría.

Pero ocurrió.

Había perdido la noción del tiempo en su despacho cuando un extraño ataque se desencadenó en su cuerpo. Primero sus brazos se sintieron pesados y después nada de lo que miraba pareció ser real. Las cartas desparramadas sobre el escritorio, el mapa, los sellos, las velas, todo se distorsionó y se reflejó como algo ajeno a la realidad. No se sentía él. Y el pánico de sentir sus pies flotando, su rostro adormecido, le hizo desmayar. Al menos caer en los brazos de un desconocido mal pagado, o un sirviente, mejor dicho, le ayudó a dormir bien y no soñar con nadie cuando su cuerpo fue tumbado en su cama.

Pero a pesar de estar refugiado allí abajo ahora, Erik no pudo volver a cerrar los ojos, su respiración encarcelada en las sábanas pronto se tornó ardiente al golpear una y otra vez con ellas. Notó como sus pulmones comenzaban a trabajar más de lo normal, como su cuerpo se acaloraba y el sudor perlaba su frente. Se hizo un ovillo y empuñó sus manos cerca de su pecho para concentrarse en ello y no en la frustración que lo absorbía. El corazón le latía rápido, constante, recordándole una vez más que solo era un humano como cualquiera, que la muerte lo acechaba y que tenía miedo.

Miedo real.

Volvió a cerrar los ojos con mayor fuerza, aumentando a propósito las inhalaciones.

Era un nuevo día, y tal como su médico le aconsejó en privado, comenzó a recitar nombres, lugares, juguetes, todo lo necesario para convencerse de que todo estaba bien en su cabeza, que el latir desenfrenado de su corazón solo era provocado por simplezas y no por que la situación se le fue de manos.

Le daba vergüenza, pero allí debajo de las sábanas, solo era él luchando contra sí mismo otra vez.

—Laura, Alastor Styles, Katia Styles, Philip Styles, Sebastian, Teresa, Marcus, Margaret, Einar, Derrick, Harry, Louis... Erik. —Una pequeña sonrisa se formó en sus labios al ver que sí podía, pero esta se rompió a la misma vez. El labio inferior le tembló y volvió a pronunciar lo mismo con un nudo en su garganta —. Laura, Alastor ... —negó para sí mismo, sus nombres eran irrelevantes ahora —Me llamo Erik, Erik Harald Styles, soy Rey, soy... soy Rey, tengo un hermano llamado Louis... mi verdadera madre es Céline. Es invierno... me llamo Erik, Erik, Erik, Erik...

De repente golpearon la puerta. Erik dejó de cantar su mantra y se descubrió la cabeza apresuradamente, dejando ver su torso desnudo y plagado de pequeñas cicatrices provocadas por los vidrios que cayeron sobre él cuando cayó por el ventanal. Golpearon otra vez y Erik llevó su atención a las venas rojizas en su antebrazo, las acarició con sus dedos mientras notaba el aire frio de la habitación enfriarle el sudor que se creó en su nuca. Un fugaz recuerdo de Laura riendo junto a él en esa misma cama apareció ante sus ojos, pero este se desvaneció cuando volvieron a golpear, esta vez, anunciando que solo se trataba de la servidumbre. Erik suspiró, había creído que Louis volvería a entrar y lo despedazaría como la última vez: enterrando un cuchillo en el costado de su vientre.

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora