XXXIII: Misión

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2 días

Es impresionante como los días logran pasar tan rápidos que apenas se es consciente de ello. Harry aún creía que le quedaba otro par de días de viaje, sin embargo, el pronóstico que había dado Isak fue claro: Ribëia esa misma mañana seria vista, sus casas y montañas volverían a ver el rostro de quién permaneció encerrado durante diecisiete años en las murallas de un castillo oscuro y sin amor.

Fue el cuerpo de Harry quién comenzó a agitarse antes de que él despertara. Las tripas se le fueron contrayendo, y rápidos latidos agitaron su corazón. Harry abrió los ojos cuando su respiración se rehusó a ser más calmada. Era jadeante, ruidosa. Se sentó rápido en la cama, diciéndose a sí mismo que solo se trataba de otra infernal pesadilla.

La panza le sonó suavemente, intentando decirle que no se hallaba solo en esto. Harry se abrazó a sí mismo mientras clavaba sus ojos en la luz pálida bajo la puerta. El barco aún se movía al compás de la marea, pero ningún ruido le indicó que sus amigos habían despertado. Sabía que no estaba solo y que el plan por el cual se desvelaron noches atrás era el mejor. Debería estar calmado, ¿verdad? 

Respiró hondo, aún quedaban veinticuatro horas a lo mínimo para llegar. A su lado Louis seguía durmiendo como si nada, cubierto por las gruesas mantas. El deseo de permanecer acurrucado junto a su cuerpo fue tentador, pero si se quedaba en esa cama un minuto más, entraría en colapso. Prefirió inclinarse y besarle la mejilla antes de ponerse en pie y enfundarse en una camisa y abrigo. Él y Louis aún no intimaban desde su reencuentro gracias a los fastidiosos comentarios de Astrid junto a Niall. No era una necesidad, pero intuía que no le vendría nada mal sumergirse en las profundidades del deseo para acallar la ansiedad.

Antes de salir de la habitación, se calzó las botas, lavó su rostro y dientes. El viento combinado con el olor de mar le picó en la nariz. Harry inhaló profundo, ya sintiendo el característico aroma de su tierra natal envolverlo de pies a cabeza. Se cubrió un poco con el cuello del abrigo y se echó a caminar por toda la cubierta a pasos tranquilos. El sonoroso canto de las gaviotas se escuchó por las nubes, contrario a los días pasados, ahora estas ya avisaban lo cercano que estaban de tierra. Quiso ignorar esa observación, pero sus ojos se lo hicieron difícil. Justo frente a él, el paisaje cubierto por una extensa bruma se hizo ver: casas, barcos, las montañas, esas benditas montañas que se memorizó tan bien volvieron a saludarlo con un suave murmullo que decía "¿Cómo te ha ido, Harry, ya has dejado de llorar?"

Claro, había dejado de hacerlo por simplezas, pero al ver su tierra, el lugar en donde creció, fue imposible no hacerlo. Por un tiempo creyó que no volvería, que su vida en Ribëia había desaparecido como los cuentos de hadas para un adulto, llevándose consigo su propia personalidad, pero, ahora entendía que todo siempre se trataba de una razón, y el regresar significaba poner fin a su tortura. Sorbió por la nariz, sonriendo cálidamente. Su país era tan bonito como lo recordaba en sueños.

—¿Se encuentra bien, príncipe?

La voz de Isak se hizo oír a lo lejos, o, mejor dicho, desde arriba. Harry secó rápido sus ojos y alzó la cabeza. El muchacho al cual había estado ignorando desde su ataque de celos bajó por una cuerda hasta cubierta. Su cabello cobrizo se agitó con el viento al igual que su abrigo oscuro. Cargaba con él ojos preocupados, los cuales lo miraban tímidamente mientras ocultaba sus manos en sus bolsillos. Harry le sonrió, lo que lució a su mala suerte más como una mueca.

—Si, Isak, estoy bien. —respondió —. Solo... me emocioné al ver que ya estamos llegando a Ribëia.

—¿Llora por ver su país? —Harry susurró un pequeño "si" mientras un puchero amenazaba con hacer tiritar su mentón.

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora