XXXVIII: Unidos

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Se notaba el aura distinta y sensaciones nuevas recorriendo de un lado a otro dentro. El castillo parecía un lugar amenazante, lúgubre y olvidado en el tiempo a pesar de las pomposas decoraciones y la tenue música de un solitario violinista que tocaba en la esquina del salón. Aterrado.

Mientras los guardias llevaban a Harry y Louis con Erik, el expríncipe observó la nueva alfombra que sembraba el suelo del salón real, las cortinas rojizas que hacían juego con el dorado; esculturas góticas que le erizaban la piel por las criaturas que lo observaban fijamente enseñando sus colmillos. Los pasos de todos croaban hasta el inmenso techo, fuertes, suaves, algunas trémulas.

A pesar de que su padre no existía, Harry siempre podría sentirlo mientras el salón real permaneciera vivo y con los mismos patrones adornándolo: la música clásica, los aromatizantes de su madre, las velas por doquier. Y el trono, aquella pieza con asiento acolchado y ranuras finamente detalladas en el respaldo hasta llegar a la cúspide, todo siempre le haría querer huir lejos y esconderse hasta morir.

Mentiría si dijera que recordaba a su abuelo sentado ahí, o a su abuela Delia cuando ella pasó a gobernar al quedar viuda. Él la recordaba como una mujer jubilada, a quién solo le interesaba ganar partidas de ajedrez contra sus sirvientes. Había sido una mujer tan decente y justa, que le asombraba que permitiese a su padre tomar su lugar. Apartó la mirada para fijarla en Louis, si no fuera por ella, él nunca habría sobrevivido a la desherencia de Alastor.

Sabía lo que vendría, Erik aparecería en cualquier momento por una de las puertas, les hablaría o mataría, a menos que desease jugar un poco con ellos. Harry respiró hondo, nunca se puso a pensar en el miedo que le tenía a la muerte hasta ahora, cuando vio que no había vivido ni la mitad de su vida junto a Louis o sus amigos. No puede acabar así, pensó. Todo el trayecto, todas las lágrimas desparramadas, el miedo que lo comió en vida, nada de eso podía quedar flotando en la nada por los caprichos de Erik.

De un momento a otro, nuevos pasos se sumaron a los suyos. Los guardias les hicieron parar frente al trono y se enderezaron, manteniendo la vista fija en un solo punto. De soslayo, Harry vio como Louis tensaba la mandíbula y optaba la misma postura para demostrar que no temía ni un poco. Su rostro filoso estaba herido, la ropa con sangre y la capa rota. Era un desastre vulnerable, pero, aun así, sus piernas o mentón no temblaban. 

—¡Increíble! —La voz de Erik estalló y rompió el pesado silencio, incluso el violinista detuvo su música abruptamente. Harry notó un fuerte ardor quemarle en su vientre hasta subirle a la garganta. La respiración le jugó en contra para hacerlo entrar en pánico. Para ser un año, la voz de su hermano había cambiado ligeramente a una más ronca, más despiadada y fría, demasiado fría. Cerró los ojos, no podía creer que siguiera con vida— Increíble forma de llegar a lo que fue sus hogares, mis queridos... ¿cuñado y hermano?

Este no fue mi hogar y no lo será hasta que limpie el desastre que has hecho. Pensó Harry, preparándose como Louis para hacerle frente. Respiró hondo por la nariz y soltó el aire por la boca, la chaqueta del soldado le quemaba la piel.

—¿Querías cestas con flores y arroz?

Abrió los ojos de golpe cuando Louis habló, giró la cabeza con brusquedad para verlo, su esposo sonreía engreído, apenas demostraba el miedo que confesó en el carromato. Erik carcajeó alto a sus espaldas, haciéndole estremecer. Sus pasos se volvieron rápidos, el violín regresó, a la misma vez que aparecía por el costado de Louis con ojos brillantes, endemoniados. Se limpiaba las manos con un paño y su cabello negro iba corto, peinado casi igual a como él lo hacía. Vestía de negro, y su piel... la piel de su rostro mantenía las horribles cicatrices de su caída, finas líneas gruesas pintaban desde su cuello a la frente de color blanco y rosa pálido.

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora