Cuando era un niño de doce años, Harry solía escabullirse a altas horas de la noche de su habitación para rondar por los pasillos vacíos del castillo. Esperaba a que su familia cayera en el sueño profundo y abría la puerta de su cuarto con sumo sigilo para echar a correr sin zapatos por las elegantes alfombras. Siempre sintiéndose distinto al resto, más cuando desobedecía las reglas en esos momentos en donde el insomnio lo ponía inquieto en la cama.Amaba oler el humo de las velas que apenas se habían apagado cuando atravesaba los pasillos en la penumbra, la cera de otras que continuaban consumiéndose. Habitaba un silencio tranquilo cuando todos se iban a dormir, apaciguador, que le agradaba percibir tras horas de gritos. No le atemorizaba que los guardias reales lo vieran correr de aquí para allá, hurtando dulces de la cocina o sentándose frente al piano en el enorme salón al que nadie iba mientras mecía sus pies.
Para esos días a Harry no le importaba su futuro, el pasado o el presente, él solo esperaba que el día siguiente fuera más alegre que el anterior, que sus hermanos por fin lo vieran como su igual y que el bosque le entregase más insectos y plantas a las cuales dibujar.
Sus caminatas nocturnas de una u otra forma acaban en el salón real, sus ojos color esmeralda, cargados de pureza, contemplaban el enorme e imponente trono en donde su padre se sentaba; donde la gente se arrodillaba y enseñaba su lealtad ante el reino. Cada vez que sucedía, para él era impresionante ver cómo las personas cedían y agradecían todo lo que sus padres hacían, aunque él no entendiera mucho de esto.
Esa noche la luna iluminaba aquel trozo de plata, como si amase bañar los tallados pulcros con su luz. La alfombra de terciopelo se veía suave y las escaleras para llegar al asiento susurraban que diera un paso. Harry solía echar un vistazo a su espalda, a los rincones del salón y, dejando ver una sonrisa traviesa, avanzaba hacía ellas, con sus rizos bien formados cayendo por sus mejillas y rozando sus hombros. Era un niño hermoso, alegre y angelical. Varias mujeres le pellizcaban las mejillas cuando llegaban al castillo para los bailes reales, y reían cuando él les comentaba todas sus aventuras en el jardín y los comienzos del bosque.
El corazón de pronto le latía más rápido y sus manos pequeñas cosquilleaban cuando acariciaba los reposabrazos acolchados. Harry quería ser como su padre, como su abuela Delia, y aunque sus progenitores simplemente reían ante esta idea descabellada cuando la decía en voz alta, él se mantenía firme en sus sueños. Philip era quién debía reinar y luego él tomaría su lugar después de Erik. La espera valdría la pena si al final del camino se sentaría en aquel asiento y ver a la gente demostrarle el respeto que se merecía.
Sin dudarlo, Harry se sentó en el trono durante la noche, oculto de sus padres que dormían plácidamente en el piso de arriba. Pensaba en el odio que Philip demostraba tener de aquel puesto, en Erik que le daba igual tomarlo o no, ¿Cómo podían vivir sin la idea de ser rey? Habían nacido para ello, los tres, pero ninguno demostraba un verdadero interés más que él. Harry dejó caer sus manos sobre sus muslos y observó la grandeza de su hogar. No temía a los muros, a las estatuas y a la gente que lloraba a escondidas. Para él todo era un nuevo mundo que debía descubrir día tras día, hasta que su turno pudiera llegar. Y él lo tomaría, abrazaría aquella oportunidad sabrosa y aceptaría todo lo que viniera con ella. Sería un buen padre, amaría a su esposa, y le daría a su gente todo lo necesario para un buen vivir. Sin embargo, estas ideas fueron creadas cuando él solo era un niño. Un niño que no sabía que le deparaba el futuro.
Mientras miraba el salón real, Harry sintió sus ojos aguarse y una voz lejana que lo llamaba constantemente. Notaba sus manos temblar, el miedo de lo desconocido carcomerlo lentamente, como una pequeña lombriz escarbando en su vientre. Respiró hondo, cerró sus ojos y contó hasta diez. Tan pronto como lo hizo, la frialdad de la catedral le erizó la piel, el olor a incienso y velas de vainilla se adueñó de su nariz. Debía mantener la calma, dejar ir los recuerdos del pasado y concentrarse en el presente; en la gente que ahora mismo lo observaba con curiosidad, tristeza y molestia en su coronación.
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Mariposa (ls)
FantasiaCuando el príncipe Harry huye de Ribëia con Louis, su vida se torna oscura y despiadada. Creyendo que afuera encontraría libertad, la vida le muestra su cara más dura y las pesadillas que intentó dejar en aquel castillo regresan con más fuerza. Har...