XLIII: En camino al carnaval

40 7 2
                                    




Harry jamás creyó que volvería a pasar una noche solo en la oscuridad que invadía el gélido castillo de su familia, quedando sordo por el silencio aterrador que lo rodeaba.

Después de reusarse a levantarse del suelo en donde estuvo llorando por horas, se arrastró por éste mismo hasta llegar a la cama, con la esperanza de hallar en ella algún rastro de Louis. Pero a su martirio, no había absolutamente nada. Empuñó sus manos, arrugando las sábanas a su paso con rabia cuando se tumbó arriba.

El llanto había cesado a cuestas, seguramente porque su cuerpo estaba agotado y deshidratado. No le importaba, ningún malestar físico podía importarle ahora cuando por dentro se descomponía. Los ojos de Harry lucían opacos, sin ningún atisbe de brillo que hiciera juicio a los buenos días que vivió. Louis no estaba y eso significaba que realmente todo había llegado a su fin. Su padre debería estar riendo en su tumba pensó, mientras se hacía un ovillo en el borde de la enorme cama que Erik les dejó. Su padre por fin descansaba en paz gracias al engendro que crio como suyo.

Cerró los ojos ante el intrusivo pensamiento. Erik no tenía la culpa de sus acciones, su crianza y el amor obsesivo que su madre le brindó lo convirtieron en ello, pero, aunque intentase consolarse o buscar formas de perdonar todo lo que Erik le hizo y dijo en el salón real, ya no tenía fuerzas para eso. Sentía que el pecho se le comprimía con el pasar de las horas, que sus manos se tornaban heladas y el ánimo de continuar se esfumaba por sus pies.

Miró el cielo, las nubes cargadas en nieve todavía no permitían ver la luna, la única pieza brillante que lo salvaría de su miedo a la oscuridad. Dejó ir un suspiro repentino, cargado en dolor. ¿Así era estar de luto? Comenzó a preguntarse, ¿aquel dolor lograría irse en un futuro? Poco a poco sus ojos volvieron a humedecerse y, aunque muy en el fondo sabía que no conseguiría nada, una parte de él le obligó a mirar a la pared, alzar su mano y golpearla suavemente en un íntimo llamado. Pronto el escenario cambió, de repente, solo era él en su antigua habitación, con la chimenea ardiendo a los pies de su elegante cama mientras su piel era calentada por los camisones de tela fina.

Harry sonrió, el dolor se había ido repentinamente.

Volvió a golpear con cuidado, recibiendo como respuesta otro golpe. El corazón le dio un vuelco y no evitó sentarse en la cama para mirar a su alrededor. Entonces, el chirriar de la puerta hizo eco en la soledad que lo acompañaba, permitiendo que una mano alumbrara desde ella. Fantasmal. Harry entreabrió los labios, su respiración se entrecortó mientras se apoyaba en sus rodillas y contemplaba como su chico salía del otro lado de la pared.

—¿Louis?

Él apareció con su capa, ojo blanco y el cabello rozándole los hombros completamente desordenados. Era Louis, el fantasma y asesino que lo persiguió. Una sonrisa tímida se hizo presente en su rostro a medida que él lo contemplaba. Notó sus mejillas sonrojarse y las manos hervir.

—¿Es impresión mía o me has esperado, príncipe?

—Yo... ¿tal vez?

Louis sonrió de lado y cerró la puerta. Harry gateó por la cama hasta quedar en el borde contrario, donde el castaño le rodeó la cintura delicadamente para atraerlo a él. Dejó ir un suspiro pesado, mientras sus manos se dirigían a sus mejillas hundidas. Louis le besó la muñeca, sin apartar su mirada coqueta de sus ojos.

Podría acostumbrarme a esto, a tenerte aquí, en la cama, esperando por mí —susurró, mordiendo sutil una porción de su piel. Harry cerró los ojos.

Nada me haría más feliz.

Louis le besó la frente, luego su mejilla. Harry contrajo su ceño cuando sintió las manos rasposas de él deslizarse por sus piernas, sus dedos dirigiéndose a su trasero, a la misma vez que se enterraban en la carne de ellos. Tímido, rodeó los hombros de Louis y escondió su rostro ahí para inhalar tan profundo su aroma como sus pulmones se lo permitiesen.

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora