XXXI: Señora Amelia

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Erik le hacía caras graciosas a Delia mientras el carruaje se balanceaba de un lado a otro a causa del mal estado de la calle, tensaba sus labios y ponía los ojos turnios o sacaba su lengua e intentaba tocar la punta de su nariz. La recompensa eran las dulces carcajadas de la niña que llegaban a oírse más allá de los altos árboles del camino.

Las ruedas, como siempre ocurría en aquellos tiempos, se sumergían en grandes surcos lodosos y desequilibraba todo dentro de la cabina. El suelo parecía reusarse a secarse a pesar de que un sol cálido se alzaba en lo alto y un viento fresco se filtraba por la puerta. El cielo lucía más azul que nunca, las plantas con sus gotas de rocío daban la impresión de haber vuelto a revivir de una noche sombría. Cuando Erik salió esa mañana, lo primero que hizo fue tomar aire profundamente. Llenar sus pulmones con ese frío que abundaba a su alrededor y contenerla en su interior para estar de buen humor, lo llenó de energía. 

Basil le recetó "tranquilidad" hasta que lograra estar sano. Si explotaba, su mente borraría la causa de su rabieta. Erik le temía a esto, porque ya había ocurrido antes con Louis, y no fue para nada lindo advertir como se desmoronaba mientras su hermano lo miraba con lástima. Así que tomó cartas en el asunto; no iba a sobresaltarse más de lo debido nunca más.

El vidrio del carruaje se empañó a medida que llegaban a la zona urbana y Erik no tardó en dibujar una cara feliz con la punta de su dedo índice. Sentada en la falda de Tara, Delia lo miró fijamente, parecía grabar en su cabeza los movimientos que su padre generaba meticulosamente con sus extremidades largas. Lucía como un ángel de piel dorada al tener solo sus ojos azules a la vista bajo el gorro de lana. Erik acomodó su abrigo y se quitó la corona para estar más ligero. No había salido del castillo desde que fue dado de alta del hospital, pues Basil recomendó que era mejor mantenerse bajo techo mientras se curaba.

De repente, un largo balbuceo de Delia hizo que Erik regresara a la realidad. Giró la cabeza y se sentó frente a su hija para hacer lo mismo, ambos comenzando a balbucear para acallar el aburrimiento. Tara negó para sí misma al verlo, parecía un adulto al que se le arrebató la infancia, pero a pesar de ello, era lindo observarlo con la pequeña, no muchos hombres abrían su corazón a sus hijos, especialmente cuando eran mujeres.

Tara acomodó a Delia en sus piernas e intentó no poner demasiada atención a Erik por miedo a que el muchacho se avergonzara y la sacara a patadas de la cabina. Tomó una inhalación profunda y cerró los ojos. Erik alzó su mirada de inmediato al oírla, no era primera vez que Tara hacía algo similar, actuar como si estuviera encarcelada. Erik se enderezó y sacudió sus hombros, volviendo a mirar por la ventana. No le agradaba que su servidumbre se mantuviera en silencio solo porque él estaba cerca.

Cuando Delia le intentó tomar la mano para que siguiera jugando, Erik olvidó el mal rato y se inclinó hacia ella otra vez. Agarró una de sus piernas y la tironeó suavemente, la pequeña rio tan alto como pudo cuando Erik le gritó con voz suave e infantil: "No, no me comas, no me comas".

Al cabo de una media hora, el panorama cambió. Por las ventanillas ya no se avistaba el bosque, ni campos con casuchas rodeadas de animales de granja, ahora, las velas de los barcos se distinguían tenuemente entre la civilización. Las casas del puerto se alzaban oscuras, lúgubres en comparación con lo que Erik había visto toda su vida. Inevitablemente arrugó la nariz, repugnado, y decidió en ese preciso instante en dejar a Delia dentro del carruaje. Quien sabe que podría ocurrirle si era vista, que rufianes intentarían tomarla.

Tara al ver el rostro asqueado de Erik, carraspeó.

—¿No había estado en esta parte de Ribëia, majestad?

Erik la fulminó con la mirada cuando su voz irrumpió en el silencio, consciente de que su rostro defraudado habló por él. Creyó que vería casas hermosas, elegantes, no tejados corridos y gente en harapos. Carraspeó, en un movimiento ágil sacó un pañuelo de su bolsillo y limpió la barbilla de Delia que se manchaba con algo de saliva.

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora