Prefacio

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Erik no apartaba los ojos de los suyos.

Sus dedos teñidos en rojo temblaban.
Y las ropas rojas y negras que vestía se contrastaban con el bosque blanquecino. El cabello caía por sus pómulos filosos, enmarcando a la perfección su rostro angelical y carente de sentimientos.
Sus labios se surcaron en una sonrisa venenosa y astuta, consiguiendo que Harry retrocediera en el frio bosque. La nieve crujió bajo sus botas sucias, convirtiéndose en charcos de agua y sangre. A segundos, su cuerpo daba espasmos de dolor, mientras que por su mentón un hilo de espesa sangre escarlata se deslizaba lúgubremente.

Harry tragó la saliva de su boca, el regusto metálico y caliente ardiéndole en la punta de su lengua mientras la nieve que caía del cielo intentaba menguar la hinchazón en sus ojos, sus pómulos y nudillos.

Erik lo cogió por el cuello, sus dedos largos quemaron en su piel ya magullada.

Harry jadeó ante el brusco agarre.

—¿Creíste que un par de kilómetros me iban a mantener alejado de ti?

Harry rodeó las muñecas de Erik, ejerciendo presión en ellas para que lo soltara mientras las lágrimas caían por sus mejillas, barriendo la sangre. Intentó respirar, pero solo consiguió tomar arduas bocanadas de aire, sus pulmones convulsionando por falta de oxígeno. Iba a morir ahí en el bosque y su cuerpo perecería bajo la fría nieve para que nadie lo encontrara.

—¿Estas feliz con lo que has hecho?

No.

Por supuesto que no.

Haber lanzado a Erik por el ventanal, a pesar de haber tenido la intención, no era un motivo de celebración. Todos los días, todas las noches, Harry se lamentaba de esa embustera y cruel decisión.

Erik hundió sus uñas en la piel de su cuello, sacándole más sangre. Harry miró la oscuridad de su mirada. Un odio infinito y putrefacto, que nunca creyó ver en los ojos de su hermano adoptivo, ahora danzaban como flamas de una ardiente hoguera imposible de detener. Se percató en ese momento que había firmado una carta con la muerte, un pacto sangriento del cual no podría escapar nunca.

—Asesino —susurró Erik.

Harry comenzó a llorar.

Él no lo era. No de manera consciente al menos. Porque si asesino se consideraba a aquel que se defendía... ¿Dónde ponía eso a Erik y todos los asesinatos que lideró en el castillo?

—No —jadeó, quedando sin aire.

—Asesino.

—No, no.

—Asesino.

Abrió los ojos de golpe. La habitación en la que Harry se encontraba ahora no era aquel frio bosque, donde la nieve lavaba su sangre en un intento de consuelo, más bien era la suya. La habitación donde dormía con su esposo, donde reía y vivía en paz. Su corazón que latió despavorido segundo atrás arduamente intentó desacelerar el pulso, pero la sensación de los dedos de Erik clavándose en su cuello persistían, generándole escalofríos. Respiró hondo, mirando el armario, la mesa tallada, la escalera y vela que seguía consumiéndose bajo un cristal de esfera hecho por Louis. Se apoyó en sus codos y miró a su esposo.

Louis dormía desnudo a su lado, dándole la espalda mientras una ligera sábana cubría su cadera. La habitación tenía una cálida iluminación amarilla, la cual, por supuesto, menguó su angustia. Sin decir palabra alguna se acurrucó detrás de él. Pasó su brazo por la cintura y respiró hondo el aroma del perfume a sándalo que persistía en su la piel de su espalda.

Louis soltó un leve gruñido al ser despertado.

—No te enojes —susurró Harry. Depositando suaves besos en el centro de su columna.

Louis no estaba enojado, jamás lo estaría con el chico que tan dulcemente lo abrazaba todas las noches. El problema era que el sueño aún no se iba por completo de sus párpados, y había estado durmiendo tan plácidamente que despertar ahora quizás le imposibilitaría retomarlo. Aun con los ojos cerrados alzó un brazo, se giró y atrapó a Harry en un abrazo que sabía bien necesitaba. Los rizos dorados de su chico acariciaron su pecho cuando se acomodó sobre él.

—¿Otra pesadilla? —consultó Louis con la voz ronca, tomando la mano de Harry para besar sus nudillos.

Harry asintió.

—Estaba en el bosque con Erik. Él me estrangulaba.

El cuerpo de Louis se tensó e inevitablemente se apoyó en su codo, mirando a Harry con el ceño contraído y molesto. Últimamente Harry no había dejado de soñar con la rata de Erik. Y no lo culpaba, después de lo que pasó en el castillo y conociendo la naturaleza de su esposo, era de esperar que se sintiera culpable. Pero joder... odiaba tanto que lo hiciera, que lo mirara con esos ojos llorosos donde la culpa centelleaba, opacando la alegría y dicha con la que esperó viviera desde ahora a su lado.

Harry rodeó las mejillas de Louis con sus delicadas manos, sosteniendo la mirada penetrante que él le entregaba.

—Harry...

—Lo sé. Erik está muerto. No puede hacerme daño.

—No. Claro que no. Pero en sueños... —Louis apoyó su frente contra la de Harry, negando para si —, si pudiera, haría que parara.

—Se detiene cuando despierto y sé que estas aquí para abrazarme.

Louis gruñó y depositó un suave beso en los labios de Harry. Su chico inmediatamente sonrió, envolviendo su cuello con sus brazos para abrazarlo. Volvió a tumbarse cuando se dio cuenta que se había calmado y abrió sus brazos en una invitación muda para que fuera ahí. Harry sonrió hasta que sus mejillas se tornaron rojas y se acurrucó sobre el pecho de Louis, quien aprovechó de dejar caricias en su espalda desnuda.

Los ojos de Harry contemplaron la llama de la vela que reposaba en la cómoda a un lado de la cama, una que él jamás pidió pero que Louis puso tan cuidadosamente para él, para que todas las noches, si despertaba, no temiera de la oscuridad.

—Gracias —susurró, saboreando el calor del cuerpo de su esposo. De sus manos dejando caricias suaves en su espalda y hombros

Louis rodeó su cintura, besando su frente y la punta de su nariz.

—Estaremos bien, mi chico. Tú estarás bien.

—Lo estoy. Contigo siempre estaré bien.

Compartieron unos cuantos besos suaves, con aquel sabor a promesa y futuro, hasta que Harry volvió a dormirse con la luz de aquella vela entibiando sus mejillas mientras los brazos de Louis lo mantenían a salvo otra noche más.

Sin embargo, cuando la madrugada y las primeras aves cantaron, unos duros golpes en la puerta les hizo despertar. Harry se sentó en la cama, frunciendo el ceño.

—Quédate aquí —ordenó Louis, poniéndose de pie y enfundándose en su pantalón.

Harry negó rápidamente, un escalofrío gélido recorrió sus vertebras. Se levantó de la cama cuando los golpes fueron más violentos.

—Te acompaño.

—No. Quédate aquí.

Aun así, bajó al primer piso de la cabaña con Louis. Harry buscó con la mirada algo que lo ayudase a pelear si se trataba de forasteros, pero nada parecía adecuado. Hacía mucho tiempo que su corazón no latía tan rápido por simple miedo, que no sentía aquella cosquilleante sensación en su lengua.

Tocaron más fuerte la puerta. Louis soltó la mano de Harry y cogió uno de sus martillos de su bolso, el cual llevaba a su trabajo en el pueblo. Pero la puerta fue prácticamente derribada en ese instante, rebelando una cara familiar y cinco hombres armados.

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora