XLI: La sentencia

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Recorrer los pasillos con el mismo tapiz le daba dolor de cabeza. Ver los candelabros y toda la mugre que dejó el incendio le provocaba urticaria. Sin embargo, aunque en lo profundo el sentimiento y las ganas de destruir todo lo estuvieran aniquilando, Harry se mantuvo firme, enderezó su columna y alzó su mentón en muestra de que en aquel lugar ya nadie le haría daño a menos que él así lo quisiera.

El guardia a su espalda no había dicho nada, pero el agarre firme de sus manos en sus muñecas lo decía todo, no lo dejaría escapar si la idea se le pasaba por la cabeza. Aunque, siendo sinceros, tampoco lo haría, las cosas se habían puesto demasiado frágiles como para actuar heroicamente en medio de un pasillo, donde más guardias y soldados vendrían en cuanto se les llamara.

Al doblar para llegar al siguiente camino Harry inhaló profundo. En su mente reproducía constantemente las palabras de Louis, la forma única y dolorosa en la que lo tocó durante toda la noche, como si supiera que esto ahora vendría. Le había matado en vida hacer el amor mientras su vida peligraba, le había destrozado ver llorar a Louis en una situación como aquella. Y no podía juzgarlo, ninguno de los dos era demasiado fuerte, no tenían chance de saber si al final de todo ellos saldrían ganando. Solo esperaba que Astrid y Niall aparecieran y los salvaran de aquel infierno.

Llegaron a las escaleras principales, Harry las bajó con cuidado, su cuerpo dolía por las golpizas y su piel sucia llena de las marcas provocadas por Louis, se lograban avistar cuando la camisa flameaba ante el tenue viento. Harry no se dejaría intimidar por nadie ahí dentro, Erik quería separarlos, él le enseñaría que nada en el mundo obtendría ese placer.

Tragó grueso cuando volvió a estar dentro del salón principal, Harry no miró a su alrededor, las esculturas seguían divirtiéndose al notar el miedo en algunas de sus facciones. Erik estaba sentado en el trono, como no, pensó Harry, era su juguete favorito. Varios guardias custodiaban cada puerta hacía los pasillos y la sirvienta que vio el día anterior mantenía su cabeza gacha en una esquina de las escaleras. Harry la miró, no se le hacía conocida, pero una punzada en el corazón le advirtió que fue contratada por la muerte de Sebastian.

Después de no haber dormido, cerró los ojos, su muerte era otro de aquellos fantasmas que lo acechaban junto al de teresa.

Erik sonrió y se levantó una vez Harry detuvo su andar lúgubre, su cabello nuevamente iba pulcramente peinado hacía atrás, la corona resplandecía y el traje negro con diseños plateados también. Harry en comparación lucía como un vagabundo sacado de un pozo.

—¿Ve, Lord Liam? yo jamás miento.

El nombre fue como una bala. Harry miró hacía los ventanales, llevándose la enorme sorpresa de ver al hermano de Donna sosteniendo un vaso con licor en sus manos. Sintió alivio y a la vez tristeza al ver su estado.

—¡Liam! ¡Debe ayudarme! —dijo de inmediato, mirando a Erik por si se acercaba a él. —¡Erik quiere asesinarme!

Lord Liam lo miró, pero en vez de ver piedad, solo notó el frio de la perdida y la sed de venganza. La misma mirada que una vez Louis cargó, Liam la traía consigo. Harry abrió la boca, poco a poco la desesperación hacía lo suyo en su interior. Negó, confundido.

—Es lo que usted se buscó. —respondió Liam, volviendo a beber de su vaso. Harry sintió que sus ojos ardían —. Mi hermana... ella lo quería, lo admiraba, ¿Cómo pudo?

—¿Qué? —susurró sin aliento. Harry miró a Erik, su hermano sonreía sin descaro. El enojo verberó desde su estómago y se posicionó en su garganta al comprender. Dio un paso para golpearlo, pero el guardia lo regresó a su lugar al instante. —¡Que le dijiste Erik! ¡Yo no asesiné a Donna, no seas un maldito mentiroso!

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora