XXII: El llanto de un traidor

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Antes de que el sol saliera, Harry y los demás abandonaron el prostíbulo para encaminarse al puerto en busca de un barco para viajar, asegurándose de no llamar la atención por si el hombre con quien Niall peleó los veía y les hacía pagar.

Harry advirtió mientras caminaban que no había ningún alma en la oscuridad de la mañana en el muelle, nada más que bolsos andrajosos y húmedos llenos de resto de mariscos, estrellas de mar y mejillones abiertos aparecían en el camino. Niall hizo una mueca de repudio cuando pasó por encima de una red sucia, intentando contener las náuseas ante el moribundo hedor. Harry arrugó la nariz y contempló con pesar lo que había ante él. Era cierto que no tuvo oportunidad de socializar o admirar el maravilloso paisaje de Terian como hubiera querido, pero estaba cien por ciento seguro de que era mucho más hermoso que esto. Y si la gente veía mejoras económicas, todo aquel basural desaparecía. Apenado, sostuvo la capa de Louis lo suficientemente alto como para no mancharla con el agua estancada de las grietas del suelo.

El frío se sentía cortante y aterrador, más en aquel sector gracias al agua que chocaba con los pequeños murales del muelle y salpicaba su agua a sus pies, donde los botes se mecían lánguidamente. El cabello de Harry había pasado de estar rizado a lucir liso y opaco. Se hallaba pegajoso, húmedo y reseco, al igual que el de los demás. Harry intentaba no tocarlo, o mirarse, pues sabía que su aspecto había empeorado desde que salieron de la taberna de Niall días atrás.

En silencio, cruzaron toda la primera caleta, con una pequeña lámpara que hurtaron del prostíbulo en el que estuvieron antes de huir. Zayn la llevaba a la altura de su pecho y caminaba en frente de todos para enseñar el camino mientras Astrid frotaba sus manos para hacerlas entrar en calor. Ninguno había cambiado su atuendo, pero Astrid tuvo la ocurrencia de robar un abrigo color bordó de un marinero que se había dormido en una mesa; le quedaba enorme, pero lograba cumplir con el propósito de no hacerla morir de hipotermia.

Cuando alcanzaron el final del camino, las casas comenzaron a abrirse paso, la mayoría elegante para ser de gente con poco dinero. Harry las contempló con los labios entreabiertos, todas tenían más de tres pisos y escaleras de cuatro escalones para llegar al umbral y a pesar de la neblina que comenzó a rodearlos de pies a cabeza, dejando en claro que no tenía ánimos de salirse del camino, Harry pudo verlas nítidamente. Todo el grupo se miró unos a otros y se detuvieron frente a una avenida, dudosos en si aventurarse por esta ante la bruma que se ciñó sobre ellos. Harry respiró profundo, capturando el sabor marino y a orina en su paladar. Tenía el estómago revuelto, sin saber si era por hambre o por el miedo a no encontrar a alguien que los ayudase.

No estaba del todo seguro en si Elov vivía en Terian o había vuelto a Ribëia, de ser así, quizás habría sido de ayuda, pero poco le importaba cualquiera de las dos opciones. El hecho de haberlo nombrado la noche anterior no significaba nada, y cualquier comentario de Niall para que lo buscase, le haría odios sordos.

El viento de pronto silbó, Harry se estremeció y dio un paso atrás. Astrid le tomó la mano en ese momento cuando lo vio ser preso del miedo a lo que podían encontrarse en esas calles siniestras. Él hizo una mueca y observó la mirada amable y comprensiva que le brindaba Astrid. No estaba solo, se dijo a sí mismo, ahora tenía a dos compañeros que podían ayudarlo si alguien lo reconocía e intentaba llevarlo.

Le devolvió el apretón de mano a Astrid y suspiró mirando sus manos. Niall esperaba expectante una respuesta a la pregunta silenciosa que habitaba en sus ojos azules, que bajo la oscuridad de la madrugada lucían negros.

—Hay que buscar a algún pesquero. —dijo Harry en voz baja para no levantar sospechas de la gente que dormía.

Niall entornó los ojos y dio un paso hacia él.

Mariposa (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora