XIX

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La condición física de un hombre lobo es excepcionalmente buena, mejor que buena, era un milagro y a pesar de eso Lang sentía que su aliento había escapado al igual que su alma, pero ni con eso se detuvo porque sabía debía proteger a todos.

— ¡PAPÁ! —Gritó una cuarta, o quizá quinta vez, tenía que encontrar al alfa de la manada para saber qué debía hacer.

Tenía que salvarlos, arreglar el problema, sacar a los malditos cazadores de su casa, de su pueblo.

— ¿DÓNDE ESTÁS? — Volvió a gritar rompiéndose la voz en el proceso.

La segunda explosión la aturdió, estaba justo a un lado cuando el estruendo la tiró al suelo. Apenas y podía reincorporarse y ya veía a algunos betas ensangrentados, retirándose porque en el frente solo morirían, el resto, los que se mantenían en pié comenzaban a agruparse para enfrentarse a quienes fuera necesario pero aún no los encontraban, no importaba todo su esfuerzo, no había ni olor ni ruido. Eso le dio una idea de dónde podían estar.

— ¡Lang! ¿¡Estás bien!? —Habría soñado con esa pregunta en cualquier otro momento, soñado con la cercanía de aquellas cálidas manos sobre su rostro justo al despertar o antes de dormir pero a un lado de un posible campo minado no.

— ¿Qué haces aquí?

— Sentí... sentí que debía salir a ayudar.

—No pude detenerla, es estúpidamente rápida. — Se excusó Dana que estaba justo detrás de ella. Y claro que era rápida, era omega, ese era su gran atributo, la velocidad.

— Regresa a la casa, ahí estarás segura.

— No, la gente no está segura, no los dejaré fuera.

— Escúchame bien Morgan, lo que sientes son los instintos por ser la Luna de la manda y tú me acabas de dejar bien en claro que no quieres esto, me mandaste a la mierda. así que refúgiate antes de que algo malo te pase.

Cómo no era de extrañar, una vez más no escuchó a Lang, nadie de sus amigos lo hacía a decir verdad y comenzaba a ser irritante, irritantemente peligroso cuando tu mate corre directamente a los escombros de la casa que fungía como armería secreta, la cual está a punto de derrumbarse por completo. La alfa la siguió sin pensárselo, olvidando su cometido inicial, primero estaba Morgan.

— ¿Estás loca? Sal de aquí. — Gritó desde lo que alguna vez fue el marco de la puerta.

— Ayúdame a sacarla. — Es que Morgan se había encontrado con una pobre beta a la que le habían caído todos los escombros.

Dana se quedó fuera, esperando una indicación, ese era su papel, acatar a su alfa y aunque también quería entrar a ayudar no podía. Aun así admiró la determinación de Morgan por salvar a alguien que no conocía, en verdad parecía la Luna de la manada, tenía la fuerza, eso la hizo tomarle un poco de aprecio y respeto, pero solo un poco.

La beta se había desmayado por un golpe en la cabeza, un golpe por una de las muchas piedras que estaban cayendo del techo, y pronto no solo estaría desmayada porque un gran bloque estaba por caer sobre Morgan y esa beta.

La humana se vio atrapada en una situación un poco desagradable, muy poco, cosa de nada el morir, había tenido una vida muy corta para su gusto, y en definitiva habría sido más larga de no ser por esa estúpida, testaruda, molesta, linda, atenta, comprensiva, mujer que solo tenía ojos para ella, pero sobre todo tonta. Sin poder hacer, literalmente nada más, cubrió el cuerpo de la beta con su propio cuerpo con la esperanza de al menos salvar su vida. Obvio, Lang no permitiría eso, por eso con un salto, tomó el cuerpo de ambas mujeres y rodó en el suelo esquivando, por lo menos las rocas más grandes.

— ¡LOCA! ¡No vuelvas a hacer nada como eso! — Gritó mientras tomaba a Morgan por los hombros para agitarla, hacerla entrar en razón.

— Pero las dos estamos a salvo. — Se jactó muy orgullosa, con una sonrisa que de no ser porque estaban en peligro hasta hubiera hecho feliz a Lang.

— Dana, sácala de aquí, enciérrala si es necesario pero no permitas que se ponga en peligro.

— No te atrevas Lang. —Reclamó. — Sé lo que hago, tú lo dijiste, son instintos.

— ¡Eso no te hace invencible! Casi mueres aquí.

— Iré contigo. — Aseveró. —Y si Dana o tú se atreven a impedírmelo les romperé la nariz, lo juro. — Las mencionadas tuvieron que detenerse un segundo para procesar la amenaza de Morgan ¿Ella? ¿Romperles la nariz a dos guerreras que habían entrenado desde que eran unas bebés para pelear, para dar su vida si era necesario? Las dos temblaron de miedo, algo les decía que la amenaza se convertiría en realidad, el aura de la omega era aterradora.

Lang en verdad que no quería hacer nada de eso, a pesar del miedo constante a perder su nariz a manos de la omega estaba dispuesta a encerrarla en una celada si así se aseguraba de que nada malo le sucedería. Miró con detenimiento los ojos de Morgan, fue solo un segundo pero con eso le bastó para saber algo aún más aterrador, a lo que en verdad debía tenerle miedo no era a un golpe, era a que Morgan la odiara por el resto de su vida si la encerraba, la odiara por no dejarla ayudar a la manada, por negarle su instinto. Supo que así sería, que la odiaría por una simple razón, si a ella le hicieran lo mismo jamás podría perdonar.

— No te separes de mí ni de Dana en ningún momento.

— Así lo haré.

Los únicos lugares insonorizados de toda la ciudad eran el despacho del alfa y el despacho de la casa del beta de la manada, si su padre tenía que salir para resolver unos asuntos y ahora no podían encontrarlo ni usando sus super-sentidos entonces tenía que estar en uno de esos dos cuartos. En el despacho de su propia casa no podía ser, esa estaba siendo custodiada por más de 10 betas y ningún había aullado así que estaban seguros, al menos por ahora, entonces solo estaba la casa de Dana.

— ¿Crees que estén atrapados? — Cuestionó la beta.

— Imposible, es mi padre, el seguro está controlando la situación. — El olor tan intenso a sangre no decía lo mismo.

Morgan no entendió cuando sus guías se detuvieron en seco, tampoco cuando se pusieron a la defensiva pero prefirió no preguntar nada y solo esconderse detrás de Lang para estar segura.

Tres disparos, dos al aire y uno a la pierna de Dana. Incluso con todo ese dolor no se doblegó, se quedó de pie y lista para pelear como la guerrera que era.

— ¿Fue un daño importante? — Preguntó Lang sin despegar la vista del tirador.

— Curará en unos minutos, estoy bien. — Sin ser capaz de decir nada más Dana terminó transformándose tan rápido como el mismísimo sonido y saltando sobre un cazador que se paseaba presumiendo el arma con la que acababa de "lastimar" a la beta.

— Frente a nosotras hay otros tres. — Murmuró la alfa a su mate solo para que no se espantara. — Pelearé con ellos.

Pelar no era la mejor definición para esa masacre pero no era momento de investigar en un diccionario si había sido apropiado usar esa palabra o existía algún otro término mejor.

— ¡Lang! — El alfa que salió de la aparente nada se abalanzó sobre su hija, la abrazó para romperle las costillas de lo feliz que estaba al ver que no le había sucedido nada.

— ¿Qué está pasando papá?

— Lang, escúchame con atención, tienes que obedecerme, las cosas saldrán bien. — Las palabras del alfa no sonaban precisamente como si las cosas fueran a salir bien.

— Que lindo es cuando las familias se reencuentran después de un hecho tan traumático como este ¿No lo creen? — La voz de ese chico se volvió la más desagradable del mundo, seguro que ninguno de los presentes la olvidaría jamás (Y con todos esos superoidos era menos probable aún.) Ahí, parado sobre rocas que habían sido disparadas de alguna explosión estaba él.

— Ustedes... — Solo esos dos cazadores, los de la universidad. El imbécil que había atacado a Lang, estaban frente a todos.

— Boo.

Poco ConvencionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora