XXVII

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— Cuando la Luna te ilumine solo quédate quieta, comenzarás a transformarte así que no te asustes.

— Claro, fresca como lechuga. — Morgan solo podía imaginarse insultando a Dana en todos los idiomas que conocía ¿¡Cómo se le ocurría decirle que no se asustara!? Estaba a punto de mojar los pantalones.

— Sabrás que todo terminó cuando la piedra de ceremonia deje de iluminarse, mi padre me dijo que también te sentirás diferente, pero en realidad nunca entendí a qué se refería.

— Iré... iré a ver a mi madre. — La omega intentó huir a toda velocidad.

— No te atrevas a dar un paso fuera de la roca o juro te ataré para que no escapes.

— ¡Solo necesito un momento! — Reclamó en lo que pronto se convertiría en un berrinche. — Quiero respirar.

— Morgan, estás afuera de la casa, no hay mejor lugar para tomar aire, solo relájate y deja de complicarme la vida que ya de por sí hoy será estresante.

— Gracias por el ánimo. — Respondió Irónica.

— Necesitas saber la verdad. —Aseguró sin darle más importancia. — Si algo sale mal en este momento no me imagino el caos que causaría, eso traería la ruina a la manada.

Morgan solo pudo paralizarse un poquito más, el mejor día de su vida, decirle que debía hacer todo perfecto o acabaría con un pueblo mágico ancestral.

— Dana, en verdad, deja de hablar, te lo suplico. 

La beta barrió con la mirada a la futura Luna de la manda, Morgan solo le parecía una niña caprichosa, al menos la mayor parte del tiempo.

— ¿Estás muy segura de que debo hacer esto hoy?

— En seis horas y veintitrés minutos.

— Y si, dijo, esto solo sería algo hipotético ¿Y si tal vez me estuviera arrepintiendo nuevamente?

— ¿Tenemos que volver al discurso de la salvación y eso? No me gustaría repetirlo.

Morgan se dio cuenta de que todo el miedo que tenía solo era porque no quería sentir dolor, se lo habían repetido bastantes veces, que ya no dolería, que solo pasaba la primera vez (Ja, la primera vez) Era porque su cuerpo tenía que acostumbrarse pero seguía sin creer que no dolería nada que se le rompieran todos los huesos y se reacomodaran. Obvio era normal tener miedo a eso, pero por lo menos la idea de liderar un grupo de seres mitológicos, que hasta hace un par de meses creía eran una mentira ya no era su peor pesadilla.

— Pero tu discurso no incluye mi tranquilidad ¿Lo sabías? Si hago algo mal entonces todo se irá al carajo.

— ¿Pensaste que dejaría que arruinaras todo? Sé lo tonta que puedes ser. — Morgan no sabía si eso la aliviaba o la molestaba aún más. — Solo encárgate de lucir bien y no hacer nada estúpido.

— No soy Lang. — Se burló, una burla triste que más bien les rememoraba a ambas que no tenían idea de que estaba pasando más allá de sus reducidos territorios.

Dana también rió, de solo pensar en su amiga haciendo... cualquier cosa en realidad y por algún motivo estropeándolo de alguna forma, cometiendo los errores más simples, bueno es que eso le pareció lindo y perfecto para rememorar en ese momento.

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La gente congregada alrededor del patio se convirtió de una pequeña reunión a una multitud de la cual, al menos la mitad no estaba muy alegre de lo que estaba por suceder. El rencor los tenía cegados, el odio era el sentimiento más puro en sus corazones justo detrás del amor por su manada, que reduciéndolo y pensando a bien que sucedía, ere el mismo sentimiento.

Morgan podía verlos, todos esos ojos juzgando cada acción, movimiento, cada parpadeo era motivo para desacreditar cualquier logro que pudiera tener. Ni siquiera esa oscuridad penetrante podía alejarla de las miradas, todo gracias a sus nuevos y estúpidos sentidos.

— Deja de temblar, solo cierra los ojos y respira, la Luna estará lista en unos minutos.

Sentía partes de su cuerpo que no sabía siquiera que existían, temblar descontroladas en un pánico abrumador. Su respiración irregular preocupaba a Dana pues era la única que podía escucharlo, o la única que en verdad quería hacerlo.

Era inexplicable el por qué todo aquello había sucedido de esa manera, terminar así no era su sueño, sueños que ahora veía reducidos a migajas de la vida de alguien más, alguien que jamás podría ser por una estúpida fiesta. Ahora no temía reprobar, ahora su mayo miedo era que un grupo de cazadores (Que tampoco entendía muy bien porque siquiera intentaban cazar criaturas míticas, ni como todo aquello podía ser tan ajeno a la población en general) la lastimaran a ella o peor aún, que lastimaran a su madre y a todos los niños que ahí vivían.

La sensación era mística un cosquilleo era lo más similar con lo que lo podía comparar y ni siquiera se acercaba a lo que en verdad estaba experimentando, la fuerza creciente en su pecho abrumaba el pensamiento, como si nada más existiera, y lo agradeció porque las miradas estaban por sacarla de quicio.

— ¡NECESITAMOS REFUERZOS! —No, no podían estar atacando en ese momento, no podía ser algo tan terrible, aunque si lo pensaba también era factible, los vigilaban, por tanto dejarlos terminar un ritual tan importante sería estúpido.

Pero es que el grito de ese beta casi causa que toda la manada se descarrilara ¿Qué se supone que debían de hacer en esos casos? Sin ningún líder que pudiera, valga la redundancia, guiarlos estaban perdidos, por eso los lobos eran animales de grupo.

Morgan apenas tenía conciencia, era lo normal con el ritual, las sensaciones tomaban control del cuerpo hasta ser lo único que podía percibir hasta que el espíritu, el alma, o como se desee llamar, tuviera una paz absoluta. Lo peor, no había forma de frenarlo en ese momento.

Dana sabía que tenía que hacer algo, debía proteger a toda costa a la nueva luna de la manada, pero también debía proteger a todos los demás, debía ser la líder de todos presentes, debía, debía, debía, se comía la cabeza y se maldijo por solo tener 19 años. Levantó el ánimo, se lamentaría después, ahora tenía cosas que hacer, sin decir palabra corrió detrás de los soldados que pedían ayuda, ella y otros diez o quince más, primero debían analizar el peligro. El resto se quedó protegiendo a Morgan, qué si bien no les agradaba, ahora ya no podían hacer nada al respecto porque estaba realizando el ritual, perderla en ese momento devastaría a toda la manada.

Dana solía reprimir lo que sentía, era algo sabido, pero cuando vio a Lang cargando a Samuel y justo detrás de ellos a su padre, bueno, si no hubiera llorado en ese momento sería la historia de una psicópata.

Poco ConvencionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora