XIV

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— Si te digo esto júrame que no dirás nada a nadie. —No debía hacerlo, lo sabía pero después de que todos los licántropos que conocía hubieran pasado ese día de mierda creía que era algo así como su obligación hacerlos pensar en otra cosa, distraerlos para que todo fuera mejor, al menos eso haría con Morgan.

— ¿A quién se lo diría? —Se burló, en realidad no tenía a muchas personas a las que contarles nada.

— A Lang. —Su rostro serio asustó un poco a Morgan, no era normal que Mary tuviera esas actitudes, ella siempre parecía despreocupada y feliz.

— No, no se lo diré.

— Lang, bueno, ella es mi amiga solo porque su madre era mi amiga. — Mary suspiró, se arrepentía un poco de haberlo dicho pero ya estaba hecho. — No me malentiendas, la quiero, y mucho, si es mi amiga, pero si estoy aquí todavía es porque su madre me lo pidió.

— ¿Ella sabe que conociste a su madre?

— No, piensa que llegué a este pueblo cuando cumplió 8, el único que lo sabía era su padre, su madre me pidió que fuera así, que llegara a cuidar a su hija si algo malo le pasaba a ella.

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—Tú. — El cazador entró a la sala de las celdas, estaba asustado pero intentaba aparentar seguridad, aparentaba demasiado mal. — Vienes conmigo.

Los tres licántropos se vieron, sabían que habían señalado a Samuel pero no entendían porque.

— No, mi beta no irá, quieres algo, entonces conmigo.

— No es una pregunta, perro tonto, necesitamos más sangre.

Lang miró a su amigo, sabía que, aunque sin palabras, estaba pidiéndole aprobación, la alfa no lo permitiría.

— Te prohíbo, a los dos, dar sangre voluntariamente bajo ninguna circunstancia. —Ordenó y todos ahí sabía que bajo la orden de un alfa no podían hacer nada. — Si quieres sangre será mía.

— Te estás arriesgando, morirás si sigues donando sangre. — Entonces la meta de los cazadores no era matarlos, saber eso era muy útil.

— No parece que te importe demasiado matar.

— Entonces ven tú. — El cazador tomó por el brazo a Lang y tiró de ella con todas su fuerzas, no demasiadas para un licántropo pero si mucha para alguien con el ánimo tan bajo como el de Lang.

Se encerraron en la misma habitación de siempre, en la especie de enfermería improvisada que tenían pero más importante, la única salida que tenían de esa prisión.

— Tu brazo. —Ordenó el cazador.

— ¿Me dirás por fin cómo te llamas? — El cazador se quedó callado, quería ignorar a Lang pero solo era un niño, un joven aterrado porque estaba frente a la alfa de una manada a la cual, hacía menos de dos semanas le había arrebatado a su padre. — ¿O me dejaras adivinar? yo voto que pedazo de mierda suena bien para alguien como tú.

— ¿Pedazo de mierda? Un perro como tú debería tenerme más respeto.

— Un perro como yo debería romperte el cuello. — El cazador tragó saliva tan pesado que parecía petróleo.

El chico estaba por colocar la aguja en el brazo de Lang, no necesitaba tanta sangre, necesitaban curar a los suyos, a los que lograron escapar al menos, los hombres lobos eran brutales, sus ataques muy agresivos, por eso debían acabar con ellos, pensó y pensó hasta que la sangre huyó de su cuerpo cuando Lang tomó la muñeca del cazador para detenerlo.

— ¿Por qué debería seguir dándote de mi sangre? ¿Por qué no mejor te rompo ahora mismo? Podría arrancarte la cabeza si quisiera.

Con el temblor más incapacitante que podía tener, el cazador se apresuró a sacar una navaja de su bolsillo, normalmente hubiera sido fácil pero ahora ese maldito trozo de tela parecía una bolsa enorme, la bolsa de una mamá cuando quiere encontrar sus llaves. Al final lo logró, ese no sería su tiempo record, y aunque para sus ojos pasó hora y media, la verdad es que en cuestión de segundos estaba apuntando al cuello de Lang con su afilada navaja de plata.

— ¡N-no te atrevas a hacerme nada! — Tan asustado como un bebé, a punto de llorar ¿A dónde se había ido todo ese valor? ¿A dónde se había ido su fuerza? La culpa lo consumía, lo enredaba y pegaba a su cama cada noche, la imagen de la joven que tenía enfrente, aferrada a su padre, toda esa sangre bañándola, y después sus ojos, sus ojos llenos de dolor y de ira, los ojos más humanos que había podido ver, tanto que lo conmovieron, claro, luego el miedo innato de darte cuenta que alguien camina hacia ti con intención de matarte, que al buscar ayuda en la única persona que ha estado para ti siempre, al voltear a ver a tu hermana esta esté prensada por una bestia que amenaza con robarle la vida. ¿Entonces eran animales o humanos? Porque esos ojos lo tenían muy confundido.

— ¿Qué me detiene? Tu estúpida navaja puede matarme pero tú morirías conmigo.

Y es que Lang no reaccionaba, sabía que ahora era su responsabilidad la manda entera, que debería protegerlos a como diera lugar, también sabía que no tenían a nadie más, ya era mucho con perder a su alfa, sabía que su pueblo sufriría pero el odio, el recuerdo de Morgan, el terror que reflejaba al verla fuera de si, luego la sangre, y la muerte.

— Los matarán a ellos, si morimos aquí ellos morirán. — La navaja hizo un pequeño corte en el cuello de Lang, nada grave, solo escapaba una gota roja que marcaba todo su cuello.

— No, te equivocas, ellos morirán conmigo, morirán por la manada... ellos morirán por la venganza.

— Q-que mueran las bestias. — El miedo estaba ahí pero esa frase era diferente, parecía estar grabada en su memoria, una frase repetida como las tablas de multiplicar.

— Creo que por una vez opinamos lo mismo, que mueran las bestias. — Gruñó, grave y aterrador, cada uno se refería a un tipo de bestia diferente. —Pero si morimos, si algo me pasa tu compañera morirá, que tú y yo sabemos necesita más de mi sangre.

Tuvo que quitar la navaja, retroceder un paso rezando que por lo menos Lang no le hiciera nada. Su hermana era muy importante.

Lang no se movió, se controló lo que pudo para no atacarlo, aprovechó esos segundos donde el cazador tenía la mirada bien en el suelo para analizar toda la habitación, tal vez salir sería sencillo. Una sola puerta que daba a unas escaleras, todo el lugar daba la sensación de ser un tren, todo alargado, cuarto tras cuarto.

La licántropa se levantó de la mesa metálica, no se acercó, no respiró, no movió el aire, solo se le quedó viendo bien fijo. Lo tenía ahí, indefenso y al borde de las lágrimas, mostrándole el cuello, sabía que de un golpe lo rompería, vengaría a su padre pero no habría honor en matar a un muerto, tenía que pelear para al menos sentir algo.

— David, soy David. —Tal vez por la culpa o por el miedo, podía que solo fuera una forma de distraer al monstruo que tenía al frente, darle unos segundos más de vida.

No se atrevía a mirarla dando todos esos pasos a su alrededor, si su maestro lo viera dejarse amedrentar por la bestia lo golpearía muy fuerte ¿A qué le tenía más miedo en ese momento? Pero como se le ocurría siquiera a pedir algo, como anhelaba esa sangre si en sus manos tenía las de un padre. No, tenía la sangre de una bestia, un monstruo sin corazón como el que no tuvo miramientos al momento de matar a sus padres, a su familia, un animal que debía ser erradicado para evitar más sufrimiento.

Un animal que lloraba de dolor al ver a su padre muerto.

El pequeño desfile de Lang se detuvo con ella una vez más sobre esa mesa, sentadita y con la banda elástica amarrada en su brazo para que se le marcaran las venas y de una vez por todas terminaran con ese circo.

— No sé porque hago estas estupideces. —Se limitó a decir. — Siempre me dijeron que tenía el corazón muy grande, ese es el gran defecto que me vuelve una idiota.

Poco ConvencionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora