Día 2:sábado,10 de noviembre del 2012

941 25 3
                                    

Por un momento creí que todo sería un mal sueño, pero desperté y sigues sin estar. Mi teléfono no suena, no estás afuera de mi puerta, no hay señales de ti Entonces, ¿sí fue un verdadero adiós? ¿No era broma? Adiós,

adiós,

adiós.

¿Hasta cuándo debo repetirlo

para asimilarlo? Ya no puedo tomar el café, me tiemblan los de- dos como si tuviera siete tazas encima, me sudan las manos, me he lastimado los labios y los carrillos de tanto morderlos. Me falta el aire y los nudos de la gar- ganta están apilándose; quiero arrancarme el cabello, comerme las uñas, destrozar mi lengua, ser víctima de la autofagia. Me siento desesperada por una dosis de ti, una mentira me sería suficiente, dos mentiras de gravedad me sabrían bien, las acepto todas, las comería sin degustarlas, solo las quiero.

¿Qué hice? ¿Por qué di el último paso? ¿En qué estaba pensando?

Quisiera regresar el reloj, seguir como hasta hace diez días, buscando excusas para autoengañarme y pensar que si no estás es porque no puedes, tienes ecupaciones, el trabajo, los problemas, tu vida, tu otra historia...

donde ya dejé de actuar.

No sé, tal vez sí me gustaba excusarte. Al menos asi te sentía conmigo, al menos me escribías esporádi camente para preguntarme por algún libro. Al menos estabas. Al menos había una remota posibilidad de que lo reconsideraras, pero ahora pronunciamos lo impro- nunciable, y me declaro culpable por el primer adiós que se lanzó al aire. ¡Pero es que me obligaste!

Yo no quería, juro que no quería, pero me pusiste al pie de la proa y no tenía escapatoria, lo escupí porque no tenía otra opción. No tomé esa decisión, la tomas- te tú, yo solo ejecuté la sentencia; ahora la herida la tengo en la espalda mientras tú caminas erguido y con la cabeza en alto haciéndote pasar por inocente. Me tendiste la red y yo me enredé cual sardina. Pero dime, pequeño perverso, ¿pedirme un abrazo final con ese rostro lleno de éxtasis? Sumado a tu risilla de diversión ante mi semblante devastado por tremenda escena de terror de la cual no sabía cómo evadirme. Fui tu juego, tu deporte, el pez que ensartas y lanzas al mar porque te has dado cuenta de que no te sirve.

Estoy descendiendo del peldaño desde el cual te observaba con dulzura. Se me acabó el cuento, se te cayó la máscara, están en agonía las promesas atadas al cuello. Todos en mi cabeza preguntan por ti y sé dónde
estás, pero no sé cómo responderles, decirles que sigo en un profundo declive donde cierro los ojos esperando el impacto de mi cuerpo contra el suelo.

De nada sirve que le hayas cerrado la puerta a esta historia, si yo quedo atrapada en medio

Cartas que nunca llegaron Donde viven las historias. Descúbrelo ahora