Se supone que debía odiarla, pero fue lo contrario. La vi y te entendi. Hasta ganas me dan de conocerla y lo digo de la mejor manera. Una mujer llena de amor hasta desbordarse, con las pestañas tan rizadas que parece que sonrien y bailan. Entiendo que te perdieras en el vals de sus ojos y que no quisieras más violín que el de su risa. Es preciosa, realmente preciosa. Sin cicatrices en los brazos, con labios que nunca han pronunciado maldiciones ni lamentos, una mujer que, podría jurar, ha habitado en nidos de paz, que ha estado entre los brazos de mamá y papá, por ende, puede ofrecerte un mundo a través del espejo y hablarte de lo maravilloso que es vivir.
¿De qué puedo hablarte yo, si mi casa es Alaska en su peor helada de la historia?
¿Qué puedo cantarte a los ojos sin ahogarme entre la sal y no precisamente la del mar?
Me miro en ese espejo quebrado y te entiendo, también la llevaría con orgullo al evento más importante de mi vida, estoy segura de que cualquier color que se ponga haría de ese sitio el más elegante y formal. Qué suerte que te miren, qué suerte que la mires. Que ya no cargues con ningún costal de piezas que te atrasen, yo no podria ofrecerte más que esta construcción frágil que lleva mi nombre. Mereces a alguien completa, que no ande tejiéndose lo que le cortaron, con las dos alas intactas, con la sonrisa sin rastros de tristeza, sin histo rias de naufragios ni abandonos en medio del desierto. Si, como ella.
La vi y no pude odiarla, sentí ternura al ver en sus ojos la misma ilusión que tuve yo. ¿Qué puedo decirte? Cuídala, que un día, dentro de muchos años nos encontremos y pueda verte de su mano, entonces sabré que mi dolor valió y que tu adiós fue la mejor decisión.
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Cartas que nunca llegaron
Romancelibro de gilraen eärfalas el libro no es mío todos los derechos reservados a la autora