El día que te fuiste comenzó el invierno, los días pasaron a tener cuarenta y ocho horas, pues todo transcurría más lento.
Las noches se convirtieron en una estancia en Sodoma, porque no había peor tortura que el caer en cuenta que ahora eras de piedra.
Nunca fui fuerte cuando se trataba de volver, era más fácil nadar contracorriente que resistirme a ir hacia ti. Yo y mi tonta idea de que había nacido para estar a tu lado, la sentía tan creíble y normativa que hacerme a la idea de caminar de la mano con alguien más me parecía ofensa.
El día que te fuiste, el café comenzó a saberme a agua, los dulces a sal y la cerveza a té frío. Quise ahogarme en seis tragos, pero solo te veía a ti nadando en el vaso.
¡¡Qué jodido comprobar que el alcohol y las penas son amigas hipócritas! Olvidas por un instante. Pierdes la memoria y, al otro día, te das cuenta de que estuviste a nada de mandar el mensaje más humillante de tu vida; seguro tu inconsciente estuvo debatiendo con tu dedo índice para no pulsar la tecla, un duelo de corazón y cerebro, donde dan argumentos de lo que se quiere, se necesita y se prefiere.
El día que te fuiste me sentí fuera de mí, como si una parte estuviese despidiéndose porque solamente existía si era contigo. Mi cama triplicó su tamaño, doy vueltas y vueltas y nada más... pero ya no te encuentro. Nadie sabe que está roto hasta que le ruega al olvido para que haga acto de presencia.
Quiero pensar que solo somos dos idiotas jugando a cambiar hojas, porque creer que para ti ha sido más fácil... me quiebra más que el día que te fuiste.
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Cartas que nunca llegaron
Romancelibro de gilraen eärfalas el libro no es mío todos los derechos reservados a la autora