Tratabas de meterme en la cabeza esa tonta historia del hilo rojo. Te dije que eran puros cuentos cursis y locos de la predestinación y con tus ojitos me miraste como diciendo «creo que fuiste y eres para mí».
Y yo, inocente petirrojo, boba y con la baba hasta el piso de escucharte, dándole el beneficio de la duda a tu absurdo cuento, ya miraba mi meñique y me imaginaba que esa soga del mal estaba en el tuyo. Entre más lo pen- saba, menos estúpida me parecía la idea y hasta le tomé el gusto. Tal vez mi escepticismo me hacía alejarme de las cosas reales y bonitas.
Dejé a un lado esa madurez que me imponía y creí que sí habíamos nacido para estar juntos; porque me sentía completa, porque tenías todo lo que yo quería, porque nadie podía amarme con tanta fuerza como tú. ¡Y mírame ahora! Los párpados morados de llorar toda la noche, mientras miro la luna y pregunto si el anciano está allí.
Supongo que los hilos rojos, de existir, se rompen, y de no romperse, te ahorcan.
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Cartas que nunca llegaron
Romancelibro de gilraen eärfalas el libro no es mío todos los derechos reservados a la autora