Juro que yo no fui -Lester

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21 de junio, solsticio de verano.

Por primera vez en estas fechas, no había ninguna misión, ningún reto que completar, ningún funeral. Todos estábamos en el campamento mestizo; bueno, no todos, pero la mayoría. Yo, Apolo, en forma de Lester, fui a visitar a mis hijos y mis amigos. Es extraño decir eso, amigos semidioses. Antes los veía como ganado y futuros amantes, ahora los veía como iguales.

El campamento estaba lleno de campistas. Todos corrían con sus camisas naranjas; algunos destacaban con su camisas originales hechas por el mismo Nico di Angelo. A mi me regaló una, un poco simple para el dios de las artes, la cual decía: "El dios de hacer hijos guapos". No sé si preocuparme o alegrarme. Últimamente anda muy creído con sus mascotitas sombras, su imperio de camisas y su cicatriz.

—¡Lester!— La voz de mi oráculo Rachel me despertó de mi trance. Le sonrío a la pelirroja y caminó hasta ella—. Ya termine mi sorpresa.

Cuando llegué me contó que tenía una sorpresa, pero que no la había podido terminar. Rachel ya iba a comenzar la universidad el próximo otoño y sentía un aire de nostalgia en todo. Los semidioses de la segunda guerra contra los titanes, ya habían crecido. Quedan unos cuantos y solo les queda un año o dos para tener su último verano. No olvides lo que se siente. Su voz me recordaba constantemente mi deber.

Caminamos por todo el campamento que se había llenado con más cabañas y mini casas de todos los estilos. Los campistas acomodan las mesas y sillas afueras, ya que iba hacer una noche especial. Por primera vez en mucho tiempo, un montón de estrellas fugaces se podrían ver en el cielo nocturno. Yo había visto muchas de esas, pero para los humanos eran momentos únicos y casi irrepetibles.

—¡Cuidado! —Un par de hijos de Hermes lanzaban el agua sucia de la cabaña a los que pasaban.

Apenas cruzamos la línea de ataque, pero unas hijas de Afrodita recibieron toda la suciedad y se pusieron a llorar. ¿Quién sabe lo que contenía ese agua? Y para entonces, sería una suerte que hubiera agua caliente en las duchas. De la que me salvé, pero pobres muchachas. Nos acercamos a la cueva del oráculo, pero Rachel continúa su camino.

—¿Rachel? —le preguntó curioso.

—¡Apúrate! —Es lo único que me dice y me jala del brazo para que corramos.

Llegamos a una nueva área que Annabeth mandó a construir, que servirá como una sala de estudio al área libre. Aunque ya casi estaba terminada, yo sabía cómo se iba a ver. Hasta que noté que la pared detrás de la sala estaba cubierta con una manta. Los semidioses mayores, Quirón y Dionisio estaban esperando a que llegáramos. Will, mi hijo, estaba junto a su novio. Había crecido tanto en el último año.

—Gracias a todos por venir. Esto es un regalo que les tengo para antes de irme a la universidad. Ya que en el último tiempo hemos hablado tanto de recordar a los que nos han dejado, pero cuesta mucho con solo nuestra memoria, he decidido hacer un mural con todos aquellos que nos dejaron para que hoy podamos estar aquí.

La cortina se cayó y muchas caras me miraron. Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver los ojos azules del cielo diurno que tanto me habían cambiado. Jason Grace sonríe ante todos. Era tan detallado que parecía que estaba vivo. Luego estaban mis queridos hijos Lee y Michael, valientes luchadores que murieron en la guerra contra Cronos. Crest, mi amigo Pandos, su pelaje por siempre blanco y puro. Muchas caras sonrientes decoraban el muro. Definitivamente Rachel era el mejor oráculo que podía tener. (No se me enojen otros oráculos, ya fue suficiente con liberarlos una vez).

Abracé a Rachel con fuerza solo para poder llorar tranquilamente en su hombro, sin que Meg me viera llorar y me molestara por eso. Luego, Nico di Angelo me jaló del brazo y caí sentado en el suelo; todo para que él pudiera abrazarla. En otra vida, le hubiera costado una fulminación con un rayo de luz, pero yo ya no era ese Apolo.

—¿Otra vez llorando, Apolo?— preguntó mi antigua señora, Meg McCaffrey.

A los trece años le habían sentado bien, ya que creció un buen de centímetros. Su cabello se lo había dejado largo para finalmente hacerlo en una cola de cabello. También estaba usando una camisa hecha por Nico que decía "Jefa de Apolo" y un overol que usaban los hijos de Deméter para recolectar fresas.

—¡Meg! —le abracé—. Feliz cumpleaños.

—Señorita Meg para ti.

Ambos reímos. Siempre trato de verla en mis tiempos libres. Más que todo en Palm Springs con sus hermanos, los otros hijos de Nerón. Este año, todos ellos vinieron al Campamento Mestizo en verano; todos ya habían sido reclamados por sus verdaderos padres divinos, pero los traumas que dejó Neron en ellos les creó un lazo de unión que solo ellos entenderán. Debe ser lindo tener hermanos de trauma. ¿Seré yo parte de ellos?

—¿Cómo van los trece años? —le pregunto.

—Podrían ir mejor.

—¿Mejor que ser una niña de trece años con un unicornio? —Utilizando mis poderes, hago aparecer un obsequio—. Tal vez esto le agrade, mi señora.

Al abrirlo, se revela una hoz hermosamente detallada, era de cobre y en su mango se pintaba un sol cuyos rayos eran tallos de flores. Sus lentes de gatito se empañan de lágrimas. Ella me abrazó.

—Pensé que necesitas una nueva arma, ahora que eres una semidiosa hecha y derecha.

—Soy zurda.

—Pues combina con la hoz. —Al parecer, los niños de 13 años no entienden los chistes históricos—. Vamos, cuéntame como te ha ido en este verano.

Después de ponernos al día, el sol empezó a bajar y todos nos colocamos en nuestros puestos. Los sátiros entregaron palomitas y hot dogs para cenar. Yo me senté con mis hijos y Nico. Meg se fue a sentar con sus hermanos. Rachel se sentó junto a nosotros un tiempo después.

—Estas cosas te deben aburrir. —comenta Nico.

—La verdad es que no. En mi caso, no soy muy consciente de los fenómenos astronómicos. Ese tema era más el de Helios.

El nombre Helios, hizo eco en mi mente. Una imagen del dios en el palacio del sol donde estudiaba las otras estrellas junto a Asteria, la diosa de las estrellas. Yo nunca la conocí, entonces porque veo esta visión. La titan se convirtió en la isla donde yo y mi hermana nacimos, Delos. Ya que mi padre la empezó a perseguir cuando la guerra de los titanes se llevó a cabo. ¿Será por esto la visión?

—¡Mirenlas! —gritó un campista

Las estrellas empezaron a recorrer el cielo en un espectáculo. Líneas que aparecían y desvanecen justo como llegaban. Todos nos quedamos expectantes de tal acto. Entonces, un terremoto empezó. Todo se sacudía, por dicha estábamos afuera. Los objetos se caen, las ninfas se escondían en los árboles, algunos sátiros chillaban. Coloqué mi cuerpo encima de Rachel y de mis hijos de manera protectora para cubrirlos de lo que caía, hasta que el temblor terminó.

—¿Qué fue eso?

—¿Desde cuándo tiembla así?

—¿Volví a Chile?

—¿Están bien?— preguntó a Quiron

Nadie está herido, por dicha. Todos los niños se observan sorprendidos y asustados. Excepto el chileno que ya estaba acostumbrado. Me levanté para ayudar a Quirón a devolver el orden, cuando una ola de magia me noqueó en un instante. El árbol de Thalia empieza a incendiarse y la barrera es destruida.

Vuelvo a ver a Dionisio, quien estaba con sus hijos, y había vuelto a la forma que usaba en los años dorados. Una túnica morada, su mirada juvenil y despreocupada.

—Apolo... ¡Ahhh! —Empezó a gritar como si lo estuvieran matando. De pronto se volvió cenizas y sólo quedó una leve luz morada. Esta flotó hasta las manos de alguien encapuchado, quien desapareció en menos de un segundo.

Todos nos quedamos observando justo el área donde desapareció. Me acerqué hasta ahí, esperando que todo fuera una broma de mi hermano pequeño. Hasta que siento miradas observando. Todo el campamento me rodeaba en shock, esperando que el gran Apolo los ayudará.

—Yo no fuí, lo juro. 

Myth & WarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora