RENJUN

99 12 4
                                    



Conocí a Jeno poco después de llegar a Brisbane, había aceptado salir un rato con Xiaojun y Hendery tras un día terrible, de esos que a veces me golpeaban durante los primeros meses y que llegaban cargados de recuerdos. Quizá por eso me animé a lavarme la cara, porque aún tenía los ojos hinchados de tanto llorar, a ponerme un  conjunto que todavía no había sacado del clóset y a terminar en un lugar tomándome una copa con ellos.

En algún momento de la noche nos pusimos a bailar, cuando empezó a sonar una canción lenta, yo me alejé diciendo que iba a pedir otra copa, pero lo que pretendía era dejarlos  a solas. Sentado en un taburete delante de la barra, los contemplé mientras se movían al son de la música, sonriéndose y regalándose besos y susurros al oído.

—¿Pintas? —me preguntó un chico.

—¿Cómo lo sabes? —fruncí el ceño.

— Tus uñas —respondió mientras se sentaba en el taburete de al lado y buscaba con la mirada al mesero. Tenía el cabello castaño oscuro, unos ojos rasgados y una sonrisa contagiosa.

— ¿Y qué es lo que pintas exactamente?

—No lo sé. Depende —respondí bajito.

—Ya veo. Eres uno de esos chicos misteriosos...

—Te aseguro que no — sonreí porque me hizo gracia su deducción. Yo era más bien todo lo contrario: demasiado transparente.

—Es solo... un mal día.

-Entiendo. Volvamos a empezar. Me llamo Lee Jeno.

Me tendió la mano. Yo se la estreché.

—Encantado. Huang Renjun.

Estuvimos toda la noche hablando. No sé qué hora sería cuando ya había bebido lo suficiente como para decidir que era una buena idea desahogarme con un completo desconocido. Le conté por encima la muerte de mis padres, mi historia con Jaehyun, los meses dificiles que había pasado al llegar a Brisbane..., todo.

Jeno era una de esas personas que desprenden confianza. Escuchó atentamente, me interrumpió cuando era necesario y compartió también detalles de su vida: lo exigentes que eran sus padres con él, lo mucho que le gustaba la fotografía y escalar cada vez que podía escaparse.

Cuando mis amigos quisieron irse, les dije que me quedaría un rato más con Jeno. Él se ofreció a acompañarme a la residencia dando un paseo.

Mientras recorríamos las calles y nuestras voces rompían el silencio de la noche, me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no me sentía tan tranquilo.

Al llegar a la puerta del bloque de edificios, él se acercó un poco inseguro, apoyó una mano en la pared y me dio un beso; no fue incómodo, sino bonito. Se apartó y me miró bajo la luz anaranjada de los faroles.

—Sigues enamorado de él.

No fue una pregunta, tan solo una afirmación, pero, de todas formas, yo asentí con la cabeza e intenté no echarme a llorar, porque me habría gustado que no fuera así; habría querido tener el corazón en blanco y conocer mejor a un chico como Jeno, tan encantador.

Desde aquel día, se convirtió en uno de mis mejores amigos.

Durante los siguientes años, conocí a muchos otros chicos y él tuvo un par de noviazgos que no terminaron siendo lo que esperaba.

Yo me limitaba a relaciones de una noche en las que buscaba algo que nunca llegaba a encontrar. Entendí pronto la diferencia entre coger y hacer el amor, entre desear a alguien y quererlo, era una línea tan gruesa que no me veía capaz de volver a cruzarla.

Era una madrugada de invierno cuando llamé al timbre de su casa llorando y con el corazón latiéndome con fuerza contra las costillas, Jeno abrió de inmediato.

—¿Qué te ocurre? —preguntó tras cerrar la puerta.

Ansiedad. Conocía bien los síntomas. Tragué saliva.

—Creo que no siento nada, Jeno, creo..., creo que...

No podía hablar. Él me abrazó y yo escondí la cabeza en su pecho reprimiendo un sollozo. Estaba pasando una mala época.

Me aterraba volver a estar vacío, la idea de entumecerme. Dejar de pintar... Solo pensar en esa posibilidad hacía que se me formara un nudo en la garganta. Pero es que, cada día que pasaba, las emociones parecían empequeñecerse y me veía a mí mismo levantándome cada mañana tan solo porque sabía que tenía que hacerlo. Ya no me satisfacían los besos de cualquier desconocido ni tampoco los recuerdos a los que me había aferrado cuando necesitaba pin-tarlos, volcarlos.

—Tranquilo, Renjun — Jeno me acarició la espalda.

Yo sentí un leve estremecimiento conforme su mano se movía arriba y abajo. Y después no pensé, tan solo me dejé llevar por el impulso. Respiré contra su mejilla, temblando de miedo, notando lo bien que olía, lo suave que era su piel...

Nuestros labios se encontraron como si fuera algo natural, Jeno me apretó más contra él y estuvimos besándonos durante lo que pareció una eternidad, sin prisa, solo disfrutando del beso.

Cuando empezamos a quitarnos la ropa, me sentí seguro. Cuando aterrizamos en el colchón de su dormitorio, me envolvió una sensación confortable. Y cuando lo sentí moverse dentro de mí, me sentí querido. Y hacía mucho tiempo que no me sentía así, de modo que me aferré a él; a su espalda, a su amistad, a su mundo, porque tenerlo cerca era serenidad y la calma después de la tormenta.

Una semana después, mi hermano vino a verme. Quedamos en una cafetería tranquila en la que hacían un sándwich de pollo delicioso, pedimos dos y unos refrescos, como siempre, y entonces vi cómo se frotaba la nuca antes de suspirar.

—¿Pasa algo? —pregunté intranquilo.

—Yo... creo que debo decírtelo.

—Adelante. Dime lo que sea.

—Volví a ver a Jaehyun.

Se me encogió el estómago al escuchar su nombre. Ojalá pudiera decir que no provocaba en mí ninguna reacción, ojalá pudiera ser indiferente ante esas siete letras que formaban su nombre, ojalá...

—¿Por qué me lo cuentas? —protesté.

—Es justo, Renjun. No quiero que existan mentiras entre nosotros. Ni siquiera lo tenía planeado, solo sé que, después de pasar un rato con los Jeong el otro día, conduje hasta su casa, sin pensar, o pensando, porque desde que me comprometí con Ten no puedo dejar de darle vueltas..., me preguntó quién sería mi padrino y yo..., carajo...

—No hace falta que sigas. Está bien, Kun.

Él me miró agradecido. Lo entendía, de verdad que sí.

Sabía lo importante que Jaehyun había sido para mi hermano y no pensaba interponerme entre ellos si tenían algo que recuperar...., pero eso no significaba que doliera menos. Me dolió durante toda la comida, aunque no volvimos a mencionarlo. Y me dolió después, mientras caminaba por la calle. El dolor solo se calmó cuando llegué al departamento de Jeno y sus brazos me acogieron, la seguridad, lejos de todo lo demás.

Desde entonces, nosotros éramos algo más.
No estaba seguro de qué implicaba ese «más» y tampoco me sentía preparado para intentar averiguarlo. No éramos pareja, pero tampoco solo amigos. Jeno había intentado en varias ocasiones que habláramos de ello, y yo... le pedía tiempo.

Lo que somos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora