RENJUN

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Superé la pérdida de mis padres, no, no sería honesto decir eso; en realidad, la asimilé, la acepté, pero a cambio dejé partes de mí en aquel proceso, y me llevé otras nuevas. Me abrí, me enamoré y me rompieron el corazón.

Salí de casa de Jaehyun una noche a finales de primavera con todos esos pedazos en las manos. Fue otro tipo de dolor, un dolor que mastiqué solo en los días que estuve paseando por Brisbane y perdiéndome entre sus calles.

Uno de esos días visité un mercadillo cerca del río, estaba lleno de puestos con una increíble variedad de género, pero solo uno de ellos llamó mi atención. Quizá porque por aquel entonces aún seguía echándolo de menos y creí que así me sentiría más cerca de él, así que compré el objeto que tiempo después metí en el primer cajón de mi mesita, con la esperanza de no volver a necesitarlo. Y esa noche, cuando la nostalgia y la soledad me envolvieron, lo tomé. Saqué la caracola que había comprado, la pegué a mi oreja y escuché el sonido del mar con los ojos cerrados, «lo escuché a él».

Durante las siguientes semanas estuve un poco aislado, centrado en mis cosas. En primer lugar, porque no le respondí el teléfono a Kun durante días, después de enterarme de que él sabía que Jaehyun iría a la inauguración de la exposición, no me convencieron sus explicaciones, pero era mi hermano, terminé por descolgar y, entre el cuarto o el quinto perdón, terminé refunfuñando por lo bajo y aceptando sus disculpas.

Por lo demás, me centré en pintar más que nunca. La exposición había salido bien, la crítica no había sido excepcional, pero tampoco mala. La experiencia fue como un empujón hacia delante, el impulso que necesitaba para volcarme aún más en ello las noches que empezaba a pasar en el ático, no se lo dije a nadie, pero ya había llegado a dormir allí en un par de ocasiones y, a veces, me obligaba a pisar el freno para hacer una vida normal, ver a Jeno o quedar con mis amigos.

Cuando el profesor Lee Minhyuk me pidió otra vez que fuera a reunirme con él durante la hora de tutoría, ya no estaba tan nervioso. Ese fue mi error, quizá, porque no esperaba lo que ocurrió, tan solo me senté en su oficina con una sonrisa y lo miré expectante.

—Tengo una buena noticia, Renjun —Le brillaban los ojos.

—No haga que empiece a suplicar... — dije con un hilo de voz.

Él se recostó en su silla visiblemente contento.

—Se interesó por ti un representante — soltó.

—¿Por mí? —parpadeé sorprendido, conteniendo la emoción.

Ni en mis mejores sueños hubiera imaginado algo así; para empezar, porque aún estaba aprendiendo, probando técnicas nuevas, afianzándome en mi estilo. Y, además, el mundo del arte era complicado, duro y competitivo; pocos podían vivir de ello o conseguir que los representaran.

—Sí. Trabaja en una galería de Byron Bay...

—¿Cómo se llama? —sentí que me quedaba sin aire.

— Jeong Jaehyun. Es una galería importante porque, a pesar de ser pequeña, el dueño, Song Mino, tiene muchos contactos en Europa y colabora con... Renjun, ¿qué te ocurre?

Supongo que me había quedado pálido, porque se mostró preocupado.

—Yo... no puedo... — Me levanté —Perdóneme.

— Renjun, ¡espera! ¿No escuchaste lo que te dije?

—Sí, pero no me interesa —logré decir mientras apretaba el asa del bolso entre los dedos. Me temblaban las rodillas; fue como si la oficina se hiciera más y más pequeña.

—Es una oportunidad de oro. No solo para ti, también para la universidad. El prestigio de que un alumno nuestro sea representado incluso antes de graduarse...

—Lo siento, pero es imposible —lo interrumpí, y salí de la oficina.

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