RENJUN

54 11 1
                                    


Abracé a Jeno antes de que pudiera cerrar la puerta del coche. Olía como siempre, a esa colonia que solía ponerse cada mañana y que ya asociaba a él. Su cuerpo contra el mío encajaba igual que ocho días atrás, a pesar de que tenía la sensación de llevar sin verlo mucho más tiempo, como si hubiéramos pasado un mes separados.

—Es como si me hubiera ido a la guerra —bromeó.

Yo me eché a reír mientras me separaba. Jeno se inclinó y me dió un beso dulce y bonito, aunque odié no haber tomado yo la iniciativa, ese tendría que haber sido mi primer impulso. Me puse de puntitas para alcanzar sus labios.

—¿Aún es temprano? — preguntó.

—Sí, faltan varias horas —Me había ido pronto de la comida para recogerlo antes de la exposición.

— ¿Quieres dar una vuelta? Quiero enseñártelo todo. ¿Sabes? No sé por qué no volví antes. Deberíamos haberlo hecho. Venir aquí y pasar un día en la playa y luego tomarnos un helado en el mejor sitio del mundo y...

— Renjun, respira —se rio mirándome.

—Lo siento. Estoy emocionado. Y nervioso.

—Todo irá bien. Te lo prometo.

Y a pesar de que Jeno no tenía ni idea de arte, ni de exposiciones ni de nada relacionado con ello, lo creí. Porque a diferencia de las promesas de Jaehyun, las de Jeno siempre habían sido reales y sentidas, con esa serenidad que no te da pie a cuestionarte nada más.

—Gracias por estar aquí.

—No pensaba perdérmelo.

Sonreí y lo jalé con suavidad.

—Vamos, vamos — lo animé.

Ya había empezado a anochecer cuando llegamos a la galería. Quise aparecer más tarde, cuando estuviera abierta al público, para evitar pasarme cada minuto a punto de sufrir un infarto cada vez que viera a alguien entrando o, por el contrario, las salas vacías; ambas opciones me resultaban igual de temibles. De modo que habíamos consumido la tarde entre paseos, anécdotas de mi infancia que él escuchó con interés y helados compartidos. Después habíamos ido al hostal para que yo me cambiara de ropa.

—¿Listo? — Jeno me apretó la mano.

—De ninguna manera—Pero di un paso al frente y luego otro y otro más hasta alcanzar los escalones de la entrada. Me acerqué a él para susurrarle:

—Si en algún momento ves que tengo pinta de ponerme a vomitar, intenta que llegue a los sanitarios.

Su risa alegre me calmó un poco.

—No necesitas pedirlo, está hecho.

No le dije que, además de los nervios por lo evidente, también me inquietaba el momento en el que Jaehyun y él se cruzaran. No sé por qué me costaba tanto ubicarlos en un mismo entorno, como si algo no encajara en esa idea, pero me resultaba incómodo. Y ese mero pensamiento me hacía sentir culpable; porque Jaehyun ya no era nada mío y tenía que aprender a vivir con ello sin que cada situación despertara sensaciones dormidas.

Había gente dentro, bastante gente.

Tenía un nudo en la garganta mientras avanzaba hacia las salas de la exposición. Y entonces, cuando entre todas las emociones del día había olvidado esa sorpresa de la que Jaehyun me habló la noche anterior, la entendí, o mejor dicho, la escuché. Una canción de los Beatles sonaba bajito a través de los altavoces repartidos en diferentes puntos de la galería. Y cuando terminó, las notas de la siguiente empezaron a alzarse entre las voces de los asistentes que charlaban animados sin ser conscientes de que yo estaba a punto de derrumbarme. De que, de algún modo, entre la pintura y la música de mi vida, sentí que mis padres estaban allí, conmigo, acompañándome a través de los recuerdos.

—Renjun, ¿estás bien? —Jeno se preocupó.

—Sí, perdona —logré esbozar una sonrisa.

Me obligué a respirar hondo antes de internarme entre la multitud. Si he de ser sincero, apenas me enteré de lo que sucedía durante la siguiente media hora. Estaba abrumado y un poco mareado. Me deje llevar cuando mi hermano me abrazó orgulloso y cuando lo hicieron los demás; no solo los Jeong, también Haechan, Mark y algunos conocidos y antiguos compañeros del instituto que se habían pasado por allí. Las salas estaban llenas, Doyoung organizaba el cáterin en la recepción y la música no dejaba de sonar como un regalo inesperado. Todo era perfecto. Casi todo.

Paré a Sam cuando nos cruzamos.

—¿Has visto a Jaehyun? —le pregunté.

—Creo que antes entró en su oficina —frunció el ceño, como si hasta ese momento no se hubiera percatado de su ausencia.

—Iré a buscarlo.

— Voy yo — contesté.

—De acuerdo. Espera, Renjun —apoyó una mano en mi hombro y sonrió.

—Quería que supieras que ya hemos vendido un cuadro y se han interesado por otros tres. La inauguración ha sido un éxito y creo que esto es solo el principio.

Estuve a punto de preguntarle qué cuadro habían comprado, porque el hecho de desprenderme de algo tan mío me incomodó, pero me olvidé de ello en cuanto volví a acordarme de Jaehyun conforme las notas de «Let it be» flotaban a mi alrededor. Avancé por el pasillo dejando atrás a la multitud y abrí la puerta de su oficina sin llamar.

—¿Jaehyun?

Mi voz se perdió en la penumbra y unos brazos sólidos me rodearon y me estrecharon contra un pecho que conocía demasiado bien. Contuve el aliento al notar su respiración cálida en la nuca, y luego..., luego lo sentí agitarse contra mí. Y la humedad en la piel.
Los dedos aferrados a mi cintura. El alivio. También el dolor. Me estremecí cuando supe que estaba llorando, parpadeé para contener las lágrimas, pero fue en vano. Lo abracé más fuerte y deseé poder fundirme con él, ver todo lo que estaba sintiendo, escarbar en su corazón. Y no sabía qué significaba eso, pero tampoco quería pensarlo, porque durante unos minutos de silencio y oscuridad, solo fuimos dos personas que pese a todo seguían queriéndose y compartiendo demasiado.

—Se lo prometí... — su voz ronca nos envolvió.

Cerré los ojos cuando lo entendí. La promesa que le había hecho a mi padre cuando se dió cuenta de que él nunca lograría exponer y, a cambio, le dijo que conseguiría que yo sí lo hiciera.

Me aferré a él. Apoyé la cabeza en su pecho.

—Gracias por todo, Jaehyun. Por la música.

—Gracias a ti por dejarme volver a tu vida.

Lo que somos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora