RENJUN

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Jaehyun no dijo nada más, tan solo asintió despacio y pensativo antes de poner en marcha el coche.

Seguí callado mientras dejábamos atrás las calles y nos alejábamos de la ciudad. Pronto estuvimos circulando por una carretera flanqueada por el bosque tropical. Él me sonrió cuando me miró de reojo durante un tramo recto y el gesto me calmó. Así que empecé a relajarme, porque estaba agotado tras el día de nervios y esa conversación pendiente que parecía flotar entre nosotros.

Valoré la posibilidad de dormir un rato, pero se esfumó de un plumazo en cuanto vi que nos desviábamos hacia la derecha para adentrarnos en un sendero sin asfaltar y estrecho.

—¿A dónde vamos? —fruncí el ceño.

—¿No tienes ganas de aventuras?

Su mirada traviesa me recordó al Jaehyun de siempre, el que le había pedido que fuese, y me calentó por dentro por esa sensación de familiaridad.

Frenó delante de una playa desierta.

—¿Qué hacemos aquí?

No contestó. Salió de la camioneta, fue a la parte trasera y abrió la cremallera de la lona en la que guardaba las tablas de surf.

—Espero que estés bromeando —mascullé.

—¿No te apetece? Vamos, sal del coche.

—Esa no es la cuestión. Ni siquiera llevo bañador.

—¿Ni ropa interior? —El muy idiota sonrió cuando notó que me sonrojaba. Apreté los labios.

—No es que vaya a ver algo que no conozca bien, cariño.

Puse los ojos en blanco y él se alejó hacia la orilla. Me quedé allí un minuto largo observándolo caminar bajo el sol del atardecer y preguntándome si no era mejor enfrentarme al Jaehyun desconocido que a ese que siempre me acorralaba contra las cuerdas como si desease sacar mi parte más impulsiva, esa que yo intentaba dominar y controlar.

Lo insulté mentalmente un par de veces antes de dejarme llevar por el deseo y la envidia que me dio verlo en el agua. Me quité la ropa y di gracias por haberme puesto ropa interior oscura. Después tomé una de las dos tablas que quedaban y me encaminé hacia la playa mientras contemplaba el cielo anaranjado.

—Has tardado —me reprochó cuando lo alcancé.

—Perdona, estaba enumerando todas las razones estúpidas por las que te sigo el juego.

—Me encanta cuando te enfadas.

Se alejó sumergiéndose en el agua y lo seguí.
No logré cabalgar las tres primeras olas buenas, pero en el cuarto intento me mantuve en pie sobre la tabla, con el cuerpo flexionado hacia delante, deslizándome con suavidad mientras el mar y su aroma me envolvían; y todo fue perfecto. Perfecto. Esos momentos de plenitud que surgen cuando menos te lo esperas y que te sacuden, como si te recordasen que sí, que son posibles y que te llenan de energía.

Cuando tras tantas caídas noté que empezaba a estar dolorido y agotado, salimos del agua y nos sentamos en la orilla húmeda para secarnos un poco. El sol casi había desaparecido; los rayos rojizos y anaranjados salpicaban el cielo, que empezaba a oscurecerse y los pájaros que lo surcaban parecían pequeñas sombras desde allí, sobre el murmullo del mar.

—¿Cómo pintarías esto? —pregunté sin pensar.

—¿El cielo? — Jaehyun arrugó el ceño.

—No lo sé.

— Algo te habrá venido a la cabeza —insistí.

Dejó escapar un suspiro y relajó los hombros.

—Con las manos...

—¿Cómo dices? — me reí.

—Eso —sonrió.

—Con las manos. Tomaría la pintura con los dedos y luego los extendería así hacia arriba —explicó colocándolos como una garra.

Imaginé los rayos así, dibujados de un solo trazo con la yema suave de sus dedos, y me estremecí.

—Deberíamos irnos ya.

—Sí. Vamos —dijo levantándose.

No hablamos durante el trayecto de regreso, pero tampoco fue incómodo. Tenía la sensación de que habíamos encajado algunas piezas que estaban sueltas desde hacía tiempo, y puede que el puzle no fuese perfecto y que siguiesen sin estar en su lugar exacto, pero por el momento me servía así. Porque cuando lo miré mientras conducía y cantaba en voz baja la canción que sonaba por la radio, me di cuenta de que volvía a necesitarlo en mi vida. Alejarme de él ya no era una opción. Nunca lo fue, en realidad, al menos hasta que me obligó a hacerlo. Jaehyun era como esa paleta de fresa que estuve años sin probar, pero que, en cuanto lo hice, pasó de nuevo a convertirse en el sabor de mi día a día. El más adictivo.

Cuando llegamos a Brisbane, me acercó a la residencia. Distinguí a Jeno sentado en el escalón del portal. Abrí la puerta del coche incluso antes de que Jaehyun pusiese el freno de mano y salí.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Pensé que podríamos vernos esta noche.

—Claro. No sabía a qué hora acabaríamos.

Noté que Jeno se fijaba en mi pelo enredado y en la arena de la playa. Quise borrar la sensación de culpabilidad que me anudó la garganta, porque no me gustaba sentirme así, que todo fuese tan tenso, tan incómodo.

— Paramos después de acabar y se hizo un poco tarde.

—¿Ha ido todo bien? — Me dió un beso en la mejilla.

Asentí, pero no seguí hablando al ver que Jaehyun también bajaba del coche y se acercaba para saludar. Le estrechó la mano a Jeno con gesto imperturbable, esa máscara que tanto odiaba y me intrigaba a partes iguales.

Jeno le preguntó si le apetecía ir a tomar algo, y Jaehyun declinó la oferta diciendo que le quedaba un largo trayecto. Se despidió de mí con un beso en la mejilla.

—¿Por qué has hecho eso? —pregunté.

—¿El qué? —Jeno entró en el portal cuando abrí.

—Ya sabes. Eso. Invitarlo a quedarse.

—¿Tiene algo de malo?

—No, pero...

—Dijiste que no le guardabas rencor.

Suspiré al llegar a la habitación y me senté en la cama. Jugueteé distraído con un hilito que colgaba del borde de mi camisa mientras Jeno me observaba pensativo. Y por primera vez desde que nos conocimos, tuvimos uno de esos silencios raros de los que es difícil escapar.

Tomé aire al alzar la cabeza.

—Es incómodo —susurré.

Jeno se frotó el mentón, tenso.

—Pues no debería serlo, Renjun.

—Ya lo sé, pero lo es.

—¿Qué significa eso?

—Nada. No significa nada.

Jeno se acercó a la ventana y la abrió; el aire templado de la noche se coló en la habitación. No sé cuánto tiempo estuvimos allí callados, cada uno pensando en sus cosas, pero me levanté cuando no soporté más esa inquietud que parecía apoderarse de todas las cosas bonitas que habíamos construido durante aquellos años: la amistad, la confianza, la seguridad. Lo abracé por detrás y apoyé la mejilla en su espalda. Él no se movió, pero tampoco me apartó.

Y en aquel momento eso fue suficiente.

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