JAEHYUN

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No recordaba haber estado tan nervioso jamás.

La cafetería en la que habíamos quedado tenía un aspecto rústico, con las paredes recubiertas de madera y estantería llenas de plantas y objetos antiguos cuya función era ahora decorativa.

Cuando entré, Renjun aún no había llegado, así que me senté en una de las mesas del fondo, cerca del ventanal que daba a una calle poco transitada. Pedí un café cargado, a pesar de que sabía que no sería de ayuda para calmarme, y me masajeé las sienes con los dedos mientras me fijaba en uno de los balcones del edificio de enfrente, con sus maceteros a juego, los colores extendiéndose en las ramas que se deslizaban hacia abajo por haber crecido demasiado, las flores amarillas salpicando el verde intenso...

Todo era arte, todo, lástima que no pudiera plasmarlo.

Alcé la mirada al oír las campanitas que colgaban sobre la puerta de la entrada. Se me secó la boca. Renjun avanzó despacio, con sus ojos clavados en los míos, justo como pensé que no haría, porque parecía que siempre tenía la capacidad de sorprenderme. Tan impredecible...

Había dado por hecho que su mirada sería escurridiza, pero no, era desafiante.

Contuve el aliento mientras se acercaba, vestía unos jeans ajustados y una playera sencilla y gris de manga corta, pero solo pude pensar en que era el chico más brillante que había visto en mi vida, porque eso era, brillaba.

Me pregunté cómo era posible que nadie más en esa cafetería se diera cuenta de la luz que parecía reflejar su piel, de sus ojos resplandecientes y de la fuerza que desprendía a cada paso que daba.

Apoyé las manos en la mesa y me levanté, Renjun se quedó parado delante de mí, yo me incliné hacia él y le di un beso en la mejilla, aunque, en realidad, más que un beso fue un roce, porque él se apartó rápido antes de sentarse y colgar el bolso en el respaldo de la silla. Me acomodé enfrente.

Nos miramos, me faltaba el aire. ¿Cómo empezar? ¿Qué decir?

Me fijé en la tensión que se asentaba sobre sus hombros estrechos y deseé poder calmarlo de algún modo, como en antaño. Como cada vez que él estaba mal, cuando yo era su tabla de salvación y no el que causaba los problemas.

—¿Desea tomar algo?

Renjun tardó en desenredar su mirada de la mía antes de alzar la vista y centrarse en la mesera que había venido a tomar su orden tras servir mi café. Contemplé el líquido oscuro mientras él pedía un jugo de manzana y deseé cambiarlo por una copa de cualquier cosa que pudiera beberme de un trago para apaciguar los nervios.

—Así que... aquí estamos —susurré.

—Aquí estamos —repitió él bajito.

Volvimos a quedarnos callados. Era un puto idiota. Después de años sin hablar con Renjun, lo único que se me ocurría decir era eso. Cerré los ojos y respiré hondo, armándome de valor.

—Renjun..., yo... —Tenía un nudo en la garganta.

—El contrato —me cortó, — deberíamos hablarlo.

—Ya. Eso —Hice una pausa cuando la mesera regresó para servirle el jugo.

—Se lo mandé a tu profesor.

—No lo habló conmigo —contestó.

—¿Por qué? —lo miré intrigado.

—Porque no quise escucharlo.

—Vaya, eso es... prometedor.

No sonrió, ni un poquito; tampoco debería haber esperado que lo hiciera. Reprimí un suspiro y abrí la carpeta que había dejado a un lado de la mesa, deslicé una copia hacia él y tomé la mía. Renjun frunció el ceño mientras empezaba a leerlo. No había tocado el jugo, yo intenté dejar de mirarlo como un niño embobado y me centré en remover mi café.

—¿Hay algo que quieras saber? — pregunté.

—Sí, quiero que me lo expliques todo. Sin sorpresas.

—Antes te gustaban las sorpresas...

Me taladró con la mirada. Había sido una cagada decir algo así, pero cuánto había echado de menos esa sensación que despertaba en mí con un solo gesto.

—Jaehyun, no quiero perder el tiempo.

—Está bien. Esto es lo que debes saber...

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