RENJUN

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Quería levantarme y salir corriendo. Todo mi cuerpo me pedía que lo hiciera: el corazón latiéndome acelerado, los nervios en la panza, las palmas de las manos sudorosas y, sobre todo, mi instinto, esa sensación que no parece atender a la razón, pero que, a veces, sencillamente nos guía.

Jaehyun estaba igual. El pelo un poco más largo rozándole las orejas; los ojos de un color oscuro que me recordaban a las profundidades del mar; la piel bronceada por el sol, los labios gruesos y la mandíbula marcada. Me di cuenta de que se había afeitado antes de venir, porque tenía un par de cortes pequeños en un lado de la mejilla; nunca fue demasiado cuidadoso pasándose la cuchilla.

Después me fijé en su mano apoyada sobre el papel del contrato: masculina, con los dedos largos, las uñas cortas y algunas pieles levantadas.

Respiré hondo y aparté la vista.

Fue como si necesitará volver a memorizar cada detalle, todas esas pequeñas cosas que quedan olvidadas con el paso del tiempo;
la diminuta cicatriz que le cruzaba la ceja izquierda y que se había hecho a los dieciséis años al darse un golpe con el borde de la tabla de surf, los primeros botones de la camisa que siempre se desabrochaba, la curva de sus labios...

— Como artista representado, la galería te asegura mantener al menos diez obras al mes en su catálogo; no es algo estático, la idea es renovarlas cada poco tiempo. También conseguiremos que asistas a ferias de arte y exposiciones. Los beneficios se reparten en un cincuenta por ciento.

—No creo que sea justo.

—¿Perdón? —alzó una ceja.

—No aceptaré menos de un sesenta por ciento.

Jaehyun pareció sorprendido, pero luego lo vi apretar los labios para reprimir una sonrisa. Se quedó callado un minuto antes de suspirar.

—De acuerdo. Un sesenta, pero recuerda que la galería invierte en ti, se encarga del transporte, que no es poca cosa, de asesorarte y darte a conocer, entre otros asuntos.

Entrelacé las manos por debajo de la mesa, pero de cara a Jaehyun, me mantuve firme aunque estaba temblando.

Una pequeña parte de mí había esperado que él no accediera tan fácilmente a mi objeción, quizá entonces no habríamos llegado a un acuerdo y yo... me sentiría menos cobarde por no seguir adelante. Intenté mantener la calma, pase saliva.

—¿De todo eso te encargarás tú?

— Sí — me miró fijamente.

—¿No puede hacerlo otra persona?

Una expresión extraña cruzó el rostro de Jaehyun.

—¿Tan horrible te resulta? —Su voz ronca me acarició.

Parpadeé, y me dejó un poco perturbado. ¿Qué responder a eso? Sí, me resultaba horrible calcular todo el tiempo que tendríamos que pasar juntos, constatar que mirarlo me dolía, que echaba de menos lo que habíamos tenido antes de que pusiera un pie en su casa y mi universo cambiara para siempre. Y me entristecía pensar en todo lo que ya no podíamos recuperar.

—¿Qué más harás? — Esquivé la otra pregunta.

—Valoraré las obras. Es complicado, pero debemos tasarlas. Las estudiaremos antes de decidir cómo debemos venderte.

—¿Cuánto dura el contrato?

—Dieciocho meses.

—¿Y qué pasa si me arrepiento y quiero romperlo?

— Renjun... — Inspiró hondo —Eso no pasará, no te arrepentirás.

—¿Te sorprende que dude de tus promesas?— un músculo tensó su mandíbula.

Jaehyun tardó unos segundos en asimilar mis palabras.

—No te fallaré esta vez.

Su voz era apenas un susurro. El primer pensamiento que me azotó fue que parecía sincero, y después me reprendí por seguir confiando en él. Negué con la cabeza.

—Quiero renegociar la duración.

—Es el contrato estándar, Renjun.

—Entonces quiero un contrato «no estándar».

—Esto no funciona así —replicó tenso.

—No firmaré por dieciocho meses.

—¡Carajo!—Jaehyun se frotó la cara, dejó escapar el aire que estaba conteniendo y se recostó sobre el respaldo de la silla.

—Está bien. Un año. Y es algo excepcional, así que no tenses más la cuerda, Renjun.

—Lo otro era descabellado — me defendí.

Y lo decía en serio. Todos opinaban lo mismo en el sector. A menudo, las galerías se aprovechaban de los artistas, que firmaban contratos abusivos por la ilusión de ver sus obras colgando de las paredes; no era raro que algunos negocios ofrecieran tan solo el treinta por ciento de los beneficios y se llevaran el setenta, o que el artista tuviera que cubrir los gastos extraordinarios, o que al final no se cumpliera lo pactado.

—Dame tu correo y te mandaré una copia cuando modifique el contrato —dijo mientras tomaba los papeles y volvía a meterlos en la carpeta.

—Y en cuanto firmes, acordamos un día para visitar tu estudio.

—¿Mi estudio? — lo interrumpí.

—Tienes una beca de la universidad, ¿no?

Asentí con la cabeza, pero tuve que posar el vaso porque me temblaba la mano. Me fijé en que Jaehyun tampoco había probado su café, que seguía intacto delante de él.

—No quiero que nadie entre ahí.

Jaehyun frunció el ceño contrariado.

—¿Estás bromeando?

—No, claro que no.

—Eso no es negociable, Renjun.

—Todo es negociable —repliqué.

—Tengo que ver tus obras. Tengo que hacer un estudio de todas ellas. Tengo que valorarlas, tasarlas y catalogarlas, ¿lo entiendes?

—Sí, pero... — Quería llorar, quería huir.

— Renjun... — Jaehyun alargó la mano por encima de la mesa para buscar la mía, pero la aparté y retomé el control.

—Lo haremos poco a poco, ¿de acuerdo? El primer día solo les echaré un vistazo rápido, tenemos tiempo.

Asentí, porque no podía hablar, me levanté cuando me tranquilicé.

—Tengo que irme.

Jaehyun abrió la boca, pero debió de pensarlo mejor, así que la cerró y se mantuvo callado mientras yo me inclinaba y escribía en una servilleta mi dirección del correo electrónico de la universidad. Antes de que pudiera darme la vuelta, él se levantó y me sujetó de la muñeca. Sentí un escalofrío. Seguía teniendo la piel cálida y un agarre firme, decidido.

—¿Aún tienes mi número?

—Lo borré —admití.

La nuez de su garganta se movió cuando tragó saliva, escribió su teléfono en otra servilleta que terminé guardándome en el bolsillo trasero de los jeans. No le dije que me sabía su número de memoria. No le dije que ojalá muchas otras cosas pudieran borrarse así, sencillamente apretando un botón.

Salí de la cafetería sin mirar atrás.

Necesitaba aire; alejarme, encontrarme.

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