JAEHYUN

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Llegué media hora antes, asi que me apoyé en el muro de la puerta principal de la universidad y esperé mientras contemplaba las nubes enmarañadas que atravesaban el cielo plomizo. Llevaba toda la noche sin dormir y tenía dolor de cabeza, pero estaba tan acostumbrado a ambas cosas que ni siquiera pensé en tomar una pastilla antes de salir de casa, aunque me arrepenti después, porque quería verlo todo bien, quería estar al cien por cien en cuanto entrara en su estudio.

Por primera vez, entendí a Sam, entendí lo expectante que se mostraba antes de visitar a cada artista y descubrir en qué había estado trabajando durante los últimos meses; ella solía decir que era mágico, como contemplar todo un mundo contenido entre cuatro paredes. Y no había nada que deseara más que poder ver el mundo de Renjun entre colores y trazos.

Lo distinguí a lo lejos mientras caminaba distraído por el sendero rodeado de plantas, llevaba los audífonos puestos, parecía perdido en sus pensamientos, y vestía unos pantalones cortos y deshilachados que dejaban a la vista esas largas piernas que tiempo atrás me rodeaban las caderas cada vez que me hundía en él.

Inspiré hondo e intenté apartar aquellos recuerdos, porque en aquel momento estábamos tan lejos de ellos... que casi parecía que hubieran pertenecido a otras personas y no a nosotros.

Levantó la cabeza y me vio. Cuando llegó al muro, se quitó los audífonos sin prisa y yo me incliné para darle un beso en la mejilla, a pesar de que sabía que el gesto le molestaría.

Me fijé en que llevaba las uñas un poco mordidas y en la inquietud que reflejaba su mirada.

— Te prometo que no será tan horrible como estás pensando — susurré.

—Solo echaré un vistazo rápido, no hace falta que lo hagamos todo hoy.

—No, mejor terminemos cuanto antes.

Yo entendí que evitara pasar conmigo más tiempo del necesario, pero no por ello me molestaba menos. Me metí las manos en los bolsillos mientras lo seguía por la banqueta.

En silencio, avanzamos varias calles más antes de llegar hasta un edificio antiguo que tan solo parecía tener tres alturas.

Renjun buscó las llaves en su maletín y abrió la puerta. No había ascensor, así que subimos por las escaleras. Enseguida empecé a distinguir el olor a pintura y, cuando llegamos al estudio, se intensificó hasta inundarlo todo.
Respiré hondo, porque ese olor eran recuerdos: Lay, Renjun, mis sueños olvidados, una vida entera concentrada en algo invisible.

—Perdona, está todo un poco desordenado—dijo Renjun mientras recogía algunos tubos vacíos que estaban por el suelo y un par de trapos manchados.

Yo no contesté, porque estaba demasiado ocupado intentando absorber todo lo que veía a mi alrededor. Renjun se apartó cuando di un paso al frente para acercarme a la hilera de cuadros apoyados en una de las paredes. No sé si era por él, por el techo inclinado y el suelo de madera, o por el torrente de color que inundaba aquel lugar, pero ese ático era... mágico.

Me estremecí mientras avanzaba despacio recorriendo con la mirada cada rincón, fijándome en la fuerza que todos poseían, a pesar de que algunos cuadros eran muy distintos de otros, porque probablemente los habría pintado en épocas distintas.

—¿Cuánto tiempo necesitas?

Me volteé al oír su voz temblorosa. Renjun se había sentado en un sillón negro y redondo, en la esquina más alejada de mí. Parecía tan indefenso que, durante unos segundos, volví a encontrar en él al niño que había visto crecer ante mis ojos. Le sonreí para intentar tranquilizarlo.

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