RENJUN

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Cerré los ojos al dejar atrás el portal, inhalé, exhalé. Intenté mantener la calma concentrándome en sentir el aire entrando y saliendo con lentitud.

Tal como ya imaginaba, había tardado tan solo unos días en derrumbarme delante de Jaehyun.

Al encontrarnos en la galería, estaba tan bloqueado que apenas asimilé el momento. Unas semanas más tarde, en la cafetería, conseguí mantenerme sereno, a pesar de la tensión.

El día que apareció en mi habitación, empecé a caer un poco, sobre todo cuando, al regresar por la noche, descubrí que la cama seguía oliendo a él.

Y después..., después el suelo se había agitado bajo mis pies al verlo en el ático observándolo todo con esa mirada curiosa y aguda que parecía ver más de lo que las pinturas mostraban a simple vista. Me había quedado sin aire al sentir sus brazos rodeándome y su cuerpo pegado al mío. Deseé poder contenerme como él y guardarme para mí lo que sentía, pero no pude. Porque era cierto, lo había odiado, sí, pero también lo había echado de menos.

Era casi antinatural que ambos sentimientos pudieran coexistir, pero de algún modo retorcido lo hacían. Porque detestaba la última parte de nuestra historia, esa en la que descubría que Jaehyun no era el chico que creía conocer, sino que tenía muchas más capas, algunas llenas de cobardía, de sentimientos que se quedan por el camino.

Seguía recordando las últimas palabras que él había pronunciado justo antes de que me fuera corriendo de su casa en mitad de la noche. Me sentía muy niño al escuchar en mi cabeza mi propia voz diciéndole: «Eres incapaz de luchar por las cosas que quieres». Y luego la suya inundándolo todo, la terraza, aquella madrugada, mi corazón: «Entonces quizá no las quiera tanto».

Yo no quería saber nada de ese Jaehyun, nada, pero sí del otro, del que había sido amigo y familia, al que no tenía que pedirle más de lo que podía darme, porque la siuación no lo exigía. A ese Jaehyun lo echaba mucho de menos. A él y sus bromas, sus sonrisas y su buen humor. A tenerlo en mi vida.

El problema era que resultaba duro separar ambas partes, porque en ocasiones se entremezclaban como dos gotas de pintura de diferentes colores que, al juntarse, terminan formando una nueva tonalidad con la que no sabía qué hacer.

Di un par de vueltas a la manzana a paso tranquilo. Cuando me sentí más calmado, regresé sobre mis pasos, pero en vez de subir de nuevo al ático, entré en la cafetería de esa misma calle y me senté en una de las mesas del fondo.

Pedí un café con leche antes de sacar de bolso una libreta con algunos apuntes de clase que empecé a repasar en silencio. El teléfono sonó casi una hora después, era Jaehyun, tomé aire y descolgué.

-¿Dónde estás? - preguntó.

-Abajo, en la cafetería.

-Voy para allá - dijo antes de colgar.

Y cinco minutos más tarde, Jaehyun estaba sentado enfrente de mí, con un codo apoyado con despreocupación encima de la mesa de madera y gesto pensativo mientras decidía qué tomar, la mesera esperó mientras lo miraba con interés; había olvidado las reacciones que Jaehyun podía despertar a su paso si se lo proponía.

—¿Qué tal está el sándwich vegetal?

—Nadie se ha quejado hasta el momento—Ella le sonrió y él correspondió al gesto.

—Pues uno de esos. Y té frío, gracias.

— No hay de qué — le guiñó un ojo.

La mesera se alejó y yo alcé una ceja.

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