RENJUN

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Llevaba toda la semana trabajando sin descanso. A veces me asustaba al pensar que ni siquiera era eso, trabajo, sino más bien ne-cesidad, o una mezcla de ambas cosas.

La pintura era el motor de mi vida, la razón por la que me había mantenido en pie, fuerte, lleno de cosas que plasmar y volcar. Recuerdo el día que Jaehyun me preguntó cómo conseguía hacerlo y yo le respondí que no lo sabía, que simplemente lo hacía.

Si me hubiera hecho esa pregunta tiempo después..., no le habría contestado lo mismo, le habría confesado que era mi válvula de escape, que lo que no sabía expresar con palabras lo transmitía con colores, formas y texturas. Que era más mío y solo mío que ninguna otra cosa en el mundo.

Si no hubiera sido mi cumpleaños, aquella noche me habría quedado pintando en mi pequeño ático hasta altas horas de la madrugada, como hacía a menudo los fines de semana, pero mis amigos de la universidad se habían empeñado en prepararme una fiesta y yo no podía negarme a ir.

Me vestí mientras recordaba la llamada de Haechan unas horas atrás para felicitarme y, de paso, darme la noticia de que el bebé que esperaba con Mark iba a ser un niño, el mejor regalo que iba a recibir ese día, sin duda.

«Mark y Haechan decidieron usar un vientre de alquiler para así poder realizar el sueño de ambos de ser padres »

Me acerqué al espejo para hacerme un peinado con el cabello recogido, llevaba el pelo tan largo que ya casi nunca me lo dejaba suelto; había pensado en cortármelo varias veces, pero el cabello largo me recordaba a esos días en los que caminaba descalzo y vivía en una casa alejada del resto del mundo, días en los que no me preocupaba demasiado la idea de peinarme o no. Hasta en eso había cambiado, la forma de vestir, más cuidada.

Intentaba controlarme cuando sentía algún tipo de impulso jalándome, porque había aprendido que los estímulos no siempre conducen por los caminos adecuados. Me esforzaba por ser más sereno, pensaba las cosas antes de lanzarme al vacío y me molestaba en considerar las consecuencias.

El teléfono sonó otra vez. Como siempre, mi corazón pareció saltarse un latido al ver ese apellido en la pantalla: Jeong Taeyeon, tomé aire antes de descolgar.

—¡Feliz cumpleaños, cielo! —exclamó ella.

—Veintitrés años ya. No puedo creer lo rápido que pasa el tiempo, si parece que fue ayer cuando te tomaba en brazos y te paseaba por el jardín para que dejaras de llorar.

Me senté en el borde de la cama y sonreí.

—Gracias por llamar. ¿Cómo están ustedes?

—A punto de tomar un avión, en la zona de embarque—Se echó a reír como una niña porque, al parecer, su marido estaba intentando hacerle cosquillas para quitarle el teléfono.

— ¡No seas pesado, Baekhyun, ahora te lo paso! Lo que te decía, cielo, que estamos en el aeropuerto de San Francisco y en una hora sale nuestro vuelo a Punta Cana.

—Vaya ruta están haciendo, qué envidia.

—Te llamo en unos días para hablar con más calma y sin interrupciones.

—No te preocupes, deja que hable Baekhyun.

—¡Feliz cumpleaños, Renjunnie! —exclamó él de inmediato.

—¿Vas a celebrarlo con tus amigos? Pásatela bien, disfruta.

—Gracias, Baekhyun, intentaré hacerlo.

Colgué y me quedé unos segundos mirando la pantalla del teléfono con nostalgia, pensando en todas las felicitaciones que había recibido aquel día..., y también en las que no.

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