JAEHYUN

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No sabía qué hora era cuando me desperté, el dolor había disminuido, pero me seguía palpitando la cabeza. Me levanté despacio evitando hacer movimientos bruscos, y caminé descalzo hacia la sala. Me detuve en cuanto percibí el aroma que flotaba por toda la casa y lo vi ahí, sentado en uno de los taburetes de la cocina con la mirada clavada en mí. Un silencio denso nos abrazó.

—¿Sigo soñando? Porque entonces no tengo muy claro por qué aún estás vestido.

Renjun puso los ojos en blanco antes de sonreír.

— Quería ver cómo estabas — dijo.

Me senté en el taburete que quedaba libre al otro lado de la barra de madera, frente a él. Lo miré con el ceño fruncido intentando comprender qué hacía allí, porque, por mucho que me alegrara de verlo, también estaba sorprendido.

Me quedé callado mientras él se levantaba y servía la sopa en un tazón que me puso delante antes de tenderme una cuchara, me estaba costando entender la situación.

—Ya me encuentro mejor. Esto no es necesario.

—Solo es una cena normal —contestó él.

—Te lo agradezco, pero no se me antoja mucho.

Me había pasado la tarde con náuseas. Ya no las tenía, pero los días de migraña prefería aferrarme a una botella o a mi cama, nada de sopas calientes.

—Tu familia tiene razón. Eres insoportable, Jaehyun — resopló.

— Cuando alguien pasa por tu casa para hacerte las cosas más fáciles, basta con un «gracias» y con meterte en la boca lo que sea que te haya preparado. Se llama educación.

—Ya sabes que de eso yo no tengo.

—Cierto. Debería irme ya, así que...

—No, espera. Cena conmigo, la mitad.

Señalé el tazón con la cuchara y lo miré suplicante. Carajo, si esa mirada de imbécil no conseguía ablandarlo, nada lo haría, porque empezaba a avergonzarme de mí mismo. Renjun dudó, pero terminó sentándose.

Repartimos la sopa en dos tazones y nos la terminamos perdidos entre silencios que decían demasiado. O quizá solo los percibía yo. Quizá me resultaba más fácil pensar que aún quedaba algo de «nosotros» que aceptar la realidad, el dolor.

Me levanté para recoger los tazones.

—Debería irme ya — dijo Renjun.

—No vas a irte caminando y de noche.

—Deja de decir tonterías — replicó.

—Yo te llevaré. Solo espérate un rato, mientras me fumo un cigarro, vamos.

Tomé el paquete de tabaco, él me miró con desconfianza antes de seguirme a la terraza.

— Si no te conociera, cualquiera pensaría que acabo de secuestrarte o algo así. No pongas esa cara.

Renjun resopló y yo encendí el cigarro. Se quedó a mi lado, con las manos sobre el barandal. Las estrellas salpicaban el cielo oscuro de la noche.

Cuando el silencio se volvió denso, lo miré fijamente.

—Así que..., ¿qué sentido tiene esto?—pregunté.

—¿Sentido? No sé qué quieres decir.

—Que estés aquí...

—Quería saber cómo estabas — repitió.

Me armé de valor para hacerle la pregunta que más temía, porque puede que en el fondo ya lo conociera tanto como para sentir a través de su piel, así que sabía...., sabía que me haría sufrir. Y me seguía costando afrontar las cosas, entenderlas.

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