Capítulo 40

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((PEDRO))

Estaba convencido que considerarme un turista aquel día fue una pésima idea. Las altas temperaturas y el sol podían freír un huevo en el asfalto, o bien podría cocinarme por debajo de la ropa que llevaba pegada a la piel debido al sudor, por lo que entré a una heladería artesanal en el centro de la pequeña ciudad.

El establecimiento era pequeño y acogedor, tenía una decoración bastante femenina y colorida.
Tomé asiento en una mesita frente al gran ventanal, deje los audífonos de lado, y mirando a la gente pasar disfruté un helado.

El espacio entre las mesas no era muy grande, que si prestabas atención, podías entender las conversaciones ajenas. Tal y como pasó en ese momento.

—Pobre...

—¿Pobre?. Más bien ¡Perra! De seguro también se lo cogió cuando estaban en Madrid. Bueno, no la culpo porque si está bien guapo.

—¿Y como supiste?

—Nicole los vió en el pasillo... Besándose.

Mierda.
¿Cuántas eran las probabilidades que el día anterior una tal Nicole haya visto a dos personas besandose en un pasillo?

—¡Ay, pero que mierdilla que es Nicole!. Se presta para correr un chisme de esos, pero ella bien que se follaba al novio hasta antes de que Penélope volviera.

Lo que había escuchado ya no dependía de un ejercicio estadístico, era una certera verdad. Estaban hablando de nosotros. Quizás no era la única Penélope en la ciudad, pero en mi mente, las probabilidades se habían agotado.
Cómo por reflejo, giré a mirarlas al instante que la nombraron. No las conocía porque no estuvieron en las pasantías, pero por sus miradas podía decir que ellas sabían perfectamente quien yo era.

—Señoritas,— Me acerqué a ellas. Podría arrepentirme despues, pero en ese momento no estaba tolerando escucharlas hablar de Penélope. —Es de muy mala educación hablar de la vida privada de las demás personas.

—Creo que es de peor gusto escuchar las conversaciones ajenas.— Respondió una de ellas mientras las otras se limitaba a permanecer en silencio.

—No hubiese prestado suficiente atención si no hablaras de mí— apoyé una mano sobre la mesa para acercarme a ellas —Porque dudo mucho que el guapo del que hablabas era el novio de Penélope.

Las miré por última vez, me despedí con un movimiento de cabeza y dejé el lugar.

La cólera que experimentaba en ese instante estaba a punto de hacerme vomitar.
Realmente Penélope debía amarlo tanto, o que se yo, para que permitiera semejantes humillaciones.
Ese desgraciado no la respetaba, no la valoraba, no la quería. No la quería como se lo merecía.

¿Acaso yo podía hacerlo?
¡Que va!. Ella y yo no teníamos nada.
Tenía que dejar de hacerme preguntas estúpidas y enfocarme en mi vida, en la que ella no era parte.

¿Realmente ella no era parte?


Volví al hotel, acalorado y enojado y siendo cuestionado por mi consciencia. La ducha fría no hizo justicia porque una vez salí del baño, el enojo aún me quemaba la piel y las preguntas me taladraban la cabeza.
Había tomado una decisión, no estaba seguro si era la mejor opción, pero ya estaba decidido.
Llamé repetidas veces a Simon y al tercer intento contestó.

—¡Maldita sea! Si fuese una situación de vida o muerte ya tendrías que haber venido por mi cuerpo.

—Y con gusto te enterraba— contestó burlón —¿Que sucede?, ¿Listo para volver?.

—De hecho, no tomaré el vuelo de esta noche. Necesito que te hagas cargo de todo un día más, por favor.

—¿Cómo que no volverás está noche?— su tono relajado había cambiado por uno bastante confundido —¿Pasó algo con tus papeles?, ¿El instituto te necesita para algo más?

—No, no, nada de eso.— con la mano libre froté mi rostro en desesperación tratando de encontrar la forma de decirle lo que pasaba sin que él perdiera la cabeza.

—Entonces, espero que tengas una buena razón. Manejar todo esto es bastante complicado.— Pero me quedé mudo y el lo supo todo de inmediato, me conocía tan bien. —No me jodas...

—Solo es un día más, te lo juro. Volveré mañana por la noche y yo mismo me encargaré de cambiar el vuelo.

—¡Carajo, Pedro!— paso de confundido a ofuscado en cuestión de segundos —Es una mujer a la que tranquilamente le doblas la maldita edad. Está comprometida y tú, tu aún estás casado y de remate con un hijo. ¿Que diablos estás haciendo?.

—Solo necesito hablar con ella. Decirle algunas cosas y... — no estaba seguro si Simon entendería, pero era mi amigo y la única persona en la que podía confiar —Tengo que evitar que se quede con el.

—¿Y que se quede contigo?— si no hubiese Sido por la forma tan irónica en que lo mencionó, podría jurar que mi cabeza contó eso como una posible opción.

—No, pero no puedo dejar que se quede con el mientras le destruya la vida.

—Pero ese no es tu problema, hombre.

—Solo un día más, eso es todo. Por favor...— supliqué.

—Maldita sea, Pedro.— suspiró rendido, sabía que lo había entendido. —Te veo en dos días.

Noté que la suerte estaba de mi lado cuando cada cosa que hacía se daba bien y sin problema. Convencer a Simon no resultó tan difícil, cambiar la fecha del vuelo no tardó ni 10 minutos, pero ví a la misma suerte marcharse cuando luego de varios intentos necios al número de Penélope, la voz de la operadora repetía que el número estaba fuera de servicio.

Rápidamente recordé que en mi lista de contactos tenía uno en particular que podría decirme dónde encontrarla. No iba a dejar la ciudad sin por lo menos hablar con ella.



» Ni el sol brillaba tanto como aquel anillo en la mano de Simon.

—¿Estás seguro?.

—Totalmente.

—¿No crees que es muy pronto?— Simon parecía preocupado y yo estaba decidido.

—La amo, Baker. Haría cualquier cosa por ella y por eso quiero casarme. Quiero tratarla como se merece, quiero darle todo de mí y hasta más.— El rubio se veía no tan convencido. —Pienso pedírselo ésta noche.

—Pedro, ¿Por qué no te tomas un tiempo para pensar mejor las cosas?— le refuté con la mirada —Has escuchado lo que dicen de ella y...

—A mí no me importa lo que digan de ella.— Interrumpí.

—Solo me preocupo por ti y lo sabes. Eres como mi hermano.

—Entonces solo deberías apoyarme y ya.

—Estás demente, Pedro.— Mi amigo me abrazó. —Pues si es lo que quieres, ya sabes que apoyo todas tus idioteces.

Si Tamsin se casaba conmigo, yo sería su segundo esposo y no me importaba.
Se decía que había estado casada y le fue infiel con un socio de su padre por dinero. Y luego del divorcio, ella logró quedarse con todo y el pobre hombre quedó en la calle.
En palabras de ella, la habían engañado y humillado; nunca fue infiel y ganó el juicio porque estaba embarazada.

Y yo le creía.






Entre Fogones (Pedro Pascal) - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora