Epílogo

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Dicen por ahí que si el camino te hace llorar, la victoria te hará sonreír.
Y Penélope quería decir que si era cierto.

Habían pasado cinco años desde aquel suceso que la empujó a tomar una decisión que no sabía si sería capaz de enfrentar. Una situación que tenía un nombre y un apellido que había decidido olvidar.

Tanto lloro, tanto sufrió y parada, detrás de la puerta, sonreía nerviosa al ver a través del pequeño recuadro de cristal, como los individuos sonreían y asentían hablando entre ellos.

—Estoy seguro que con esa intensidad con la que miras hasta pudiste comunicarte con ellos.

—Estoy cagada de los nervios, Aidan.

—¡Basta!— su mejor amigo la tomó de los hombros girandola hacia él —Lo hiciste increíble, Penn. Deja de darle tantas vueltas, lo peor que puede pasar es que no te la den y luego de un año volver a intentarlo.

—¿Cuando vas a aplicar para la tuya?— preguntó la chica mientras desabrochaba los botones de su filipina.

—No estoy seguro de querer hacerlo— Penélope lo miró con obvia sorpresa —Amo la cocina, pero entrar en los procesos de Michelin es bastante estresante.

—Pero este es nuestro restaurante y...

—Y estás en total derecho de darle todas las estrellas que quieras a éste lugar y a ti— interrumpió —Yo no me iré y trabajaré contigo hasta el último de mis días, pero las estrellas las mereces tú. Definitivamente lo disfrutas más que yo.

Luego de que Penélope se presentara a ella y a su menú con las presuntos inspectores, subió a su pequeña oficina  junto con Aidan para celebrar que habia recibido nada menos que excelentes opiniones.

—¿Quieres un trago?— Penélope negó —Claro, lo había olvidado.

Aidan sirvió dos vasos con agua descartando la idea de beber alcohol frente a su amiga.

—¿Cómo te sientes?— extendió uno de los cristales a la chica y ésta lo recibió con una sonrisa sentada en la silla detrás de su escritorio.

—Agotada más que cualquier cosa.

—¿Ya tomaste una decisión?— Penélope asintió antes de que la puerta se abriera sin aviso revelando la figura masculina que había estado evitando hacía unos días.

—Lo siento— el hombre se disculpó escondiendo una caja detrás de sí —Pensé que no había nadie.

Aidan miró a Penélope por última vez alzando sus cejas como despedida y salió del lugar dándole palmaditas al individuo de la puerta.

—Pensé que te vería en casa— habló Penélope nerviosa con voz suave.

—Quería pasar antes a dejarle una sorpresa a mi esposa— Pedro se acercó a ella coquetenadole con una encantadora sonrisa y tomó su mano izquierda para dejar un beso sobre su alianza. —¿Acaso no puedo?

El hombre se puso de cuclillas frente a Penélope y dejó sobre sus piernas la conocida caja blanca con bordes negros y letras claras que decía Pierre Marcolini.

Desde el momento en que Penélope pisó Bruselas en su luna de miel, luego de probar una de las marcas más caras y exquisitas en cuanto a chocolate se tratase, Pedro se encargaría de hacerle llegar la cantidad que ella quisiese luego de haberla llamado su marca favorita.

—¿Algún motivo especial?— preguntó sonriendo ampliamente.

—Si, el que te amo.

Los ojos de Pedro no desprendían otra cosa que no fuese amor y devoción por la mujer que hacía cuatro años desposó en una boda íntima, por pedido de ella, en la casa de Praiano.

Penélope observó detenidamente al hombre que definía como su único y verdadero amor, acarició su rostro notando como cada vez sus ojos se rodeaban de ligeras arrugas y su cabello se pintaba ligeramente de unos exquisitos destellos plateados.

A pesar del tiempo que había transcurrido, aún sentía que solo le bastaba una mirada de él para que lograra sentir como se encendía todo por dentro en una llamarada imposible de apagar.

—¿Que sucede, cariño?— Pedro se atrevió a cuestionar cuando sintió la mano de la mujer temblar suavemente sobre él sabiendo a ciencia cierta la actitud extraña que había tomado desde unos días atrás.

El hombre se puso de pie debido al crujir de sus rodillas por la incomoda posición levantando del asiento a Penélope dejando la caja sobre el escritorio.
Acto seguido, Pedro se sentó en la silla colocando a la mujer sobre sus piernas.

—Tengo que decirte algo y he tratado de...— Penélope tomó aire tratando de no quebrarse antes de terminar de hablar. Sus emociones habían estado a flor de piel. —No sé cómo decirte esto, la verdad. Estoy dispuesta a tomar una decisión que nos beneficie a ambos y aunque una parte de mí nunca había pensado que esto sucedería, debo decir que siento algo de felicidad. Sé que quizá no estés listo o simplemente no lo desees porque nunca hablamos de esto antes y si no quieres dar el paso yo lo entenderé perfectamente.

—Mi vida, me estás asustando.— Pedro juntó sus cejas sin lograr comprender todo el discurso de Penélope y su respiración levemente se agitó pensando lo peor. Pensando en que su esposa, la mujer que le enseñó a amar de nuevo estaba a punto de dejarlo. —Dime que está pasando, todo se puede solucionar menos la...

—Estoy embarazada.

La mujer soltó con los ojos cerrados sin ver la expresión que su marido le estaba dando ante tal confesión.
El silencio reinó entre ellos lo que parecía ser una eternidad. Estuvieron quietos en la misma posición hasta que la mano de Pedro sostuvo la mejilla de Penélope.

—Nena...— dijo en un hilo de voz —Mirame.

Penélope obedeció encontrándose con los ojos de su amado al borde de las lágrimas y una sonrisa tan amplia que mostraba casi toda su dentadura.

—¿Estás... feliz?— cuestionó dudosa a lo que Pedro parpadeó dejando caer sus lágrimas riendo suavemente —Pensé que después de lo que pasó con Olivia y el niño, quizás tu no querías... Y es que nunca lo hablamos, y...

—Mi pasado no tiene nada que ver con mi presente, Penn. ¡Y por supuesto que estoy feliz!— El hombre sostuvo a su esposa y se levantó dando vueltas con ella en brazos.

Los pies de Penélope tocaron el suelo luego de unos minutos. Pedro la tomó de las mejillas y entre las lágrimas desbordadas de felicidad absoluta, se besaron con ternura, Con amor y complicidad.

Eran el uno para el otro.

—Tenemos que ir a casa— el hombre la tomó de la mano llevándola hacia la puerta.

—¿Qué... Por qué?.

—Quiero hacerte el amor antes de que ya no pueda y desde hoy no volverás al restaurante hasta nuevo aviso. No dejaré que te pongas en riesgo a tí y a nuestro bebé.

Penélope se detuvo en medio de la oficina y soltó una carcajada causando que Pedro volteara hacia ella con las cejas hechas uno a causa de la confusión.

—Nuestros. Son gemelos.

Dijo sin reparo mordiéndose el labio esperando alguna reacción desconcertada de Pedro, pero solo consiguió mas vueltas y mas besos.

Y entonces recordó los votos de su esposo el día de su boda:

"Se dice mucho «Contra viento y marea» alegando al aire y el agua. Pero muy poco se habla del fuego y es que no se lo menciona porque no te han conocido.
No voy en contra, voy contigo porque vas dentro de mí.
Eres la llama que mantiene ésta hoguera donde se supone que mi corazón está."



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Y como todo llega a su fin, ésta historia también.
No voy a llorar y espero que ustedes tampoco a menos que sea de felicidad como Pedro cuando se enteró que preñó a su esposa jajaja.

Gracias a quienes han leído y disfrutado junto conmigo.

Nos veremos en alguna próxima historia para seguir alimentando nuestro amor al susodicho.

Y por si no quedo claro, MIL GRACIAS 💖

















Entre Fogones (Pedro Pascal) - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora