[31] Bloqueo.

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Katakuri abrió un ojo con dificultad. La tenue luz de la lámpara del techo asaltó su retina con la misma violencia que la bombilla de un faro. Gruñó malhumorado y enterró la cabeza en un cojín bordado que olía a flores secas. Tardó varios minutos en orientarse y recordar por qué estaba durmiendo en el sofá de Brûlée.

Recordaba vagamente haber hablado con ella antes de desmayarse, pero ¿antes de eso?.

Inmediatamente le vinieron a la mente un montón de imágenes desordenadas, pero sólo había una capaz de hacerle volver en sí: un beso en el dorso de la mano. La deliciosa, suave y cálida sensación de los labios de King sobre su guante le asaltó de nuevo, como si le hubiera besado hacía cinco segundos.

La conmoción del recuerdo le hizo incorporarse como un resorte y se arrepintió al instante. Un repentino y espantoso dolor de cabeza le golpeó, impidiéndole pensar demasiado. Era mal momento, sentía que había muchas cosas en las que tenía que pensar urgentemente y ni siquiera había arañado la superficie de las más urgentes.

Unos pasos resonaron escaleras arriba al otro lado de la habitación y Brûlée no tardó en aparecer en su campo de visión, ataviada con un vestido ligero y cómodo. Katakuri la envidiaba, sintiéndose húmedo y apretado en sus ropas empapadas de sudor. Podía ver que ella se esforzaba por no hacer ruido, pero los chirriantes pasos que daba a cada paso eran un tormento. El menor ruido acentuaba su dolor de cabeza.

Realmente no estaba hecho para beber alcohol.

—¡Buenos días!—Susurró ella al acercarse a él—¿Has dormido bien?.

Grrrmpf—Murmuró él en respuesta—Muy bien.

Te lo merecías—Se burló ella, dándole una palmada de castigo en el hombro—Vamos, levántate.

Aunque su voz era baja, le martilleaba las sienes. Como él no se movió, ella insistió.

Voy a servirte el desayuno, así que será mejor que te levantes, Katakuri. Será mejor que me hagas caso si quieres sobrevivir a tu resaca.

Tenía mucha hambre, pero la idea de comer algo le daba náuseas. Se sentó de todos modos, dispuesto a abandonar la relativa comodidad de un sofá demasiado pequeño para él, se lo debía a Brûlée. Debía de haberse roto la espalda arrastrándolo hasta aquí.

Enterró la cara entre las manos y exhaló lentamente, como si aquel gesto pudiera ayudar a suavizar sus facciones. O a recomponer su noche. Le costaba poner las cosas en orden y cuanta más información le llegaba, más ganas tenía de levantar el sofá y esconderse bajo él para no volver a salir.

Millones de berrys en daños. Millones. Edificios destruidos, calles saqueadas, mobiliario urbano hecho pedazos. Como si pudiera permitirse gastar dinero en semejantes tonterías en un momento tan crítico de la historia de Totolandia. Si mamá alguna vez se enterara...

Siento que tienes cosas que decirme—Continuó Brûlée, que preparaba la comida al otro lado de la habitación.

Me siento ridículo. Cómo he podido dar semejante espectáculo...

Es cierto que nunca te habíamos visto así.

No era un reproche. Realmente estaba disfrutando de la situación y se le notaba en su voz alegre.

—¡Pero algún día tenía que pasarte a ti! Fue tu bautismo con el alcohol, por así decirlo.

Siento que me va a estallar la cabeza.

Se levantó, todo dolorido, y se reunió con Brûlée en la cocina. Había pasado mucho tiempo desde que había estado en su casa. Su casa era pequeña, acogedora y todo en ella llevaba su marca. Como no tenía ningún territorio bajo su jurisdicción, aparte del Bosque de la Tentación, podía permitirse el lujo de tener su propia casita, amueblada con sencillez. Mamá no exigió que su casa representara nada para el mundo exterior. También se le pidió que exhibiera un retrato familiar en su entrada, pero parecía normal tal como estaba: colocado en un pequeño gabinete de madera, con otras baratijas decorativas para resaltarlo.

Prince Incendié [Traducción Español]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora