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Zayn

—Olvida la ducha y vete a la cama —rugí con voz inflexible.

Payne respiraba a trompicones. Mi propio pecho subía y bajaba a un ritmo frenético mientras observaba el atractivo lío en el que se había convertido mi nuevo compañero de equipo. Tenía el pelo castaño alborotado, los labios hinchados y enrojecidos, las pupilas dilatadas y las mejillas coloreadas por la vergüenza de un modo adorable.

Lástima que estuviera tan borracho, porque no podía negar que estaba deseando arrancarle los pantalones, inclinarlo sobre el lavabo y follármelo hasta que le temblasen las rodillas y ninguno de los dos pudiera mantenerse en pie.

Según todas mis indagaciones —y había hecho unas cuantas—, Liam Payne era heterosexual. Pero la manera en que había respondido a mis besos contaba algo muy diferente. Y, a decir verdad, yo había querido que fuera así desde el momento en el que le había puesto los ojos encima dos semanas antes. Que no dejara de mirarme también había sido una señal, aunque él se creyera muy discreto al respecto.

«No te enredes con él, imbécil.»

Un supuesto hetero borracho gritaba problemas, yo lo sabía muy bien, sin contar con que vivíamos y entrenábamos juntos. Yo no escondía mi orientación sexual, aunque tampoco la iba gritando a los cuatros vientos. Que mi antiguo equipo hubiera sido más o menos discreto al respecto y lo hubiera aceptado bien —al menos, en su mayoría— no indicaba que eso fuera a suceder también aquí. Era un recién llegado y no estaba seguro de querer agitar tan pronto ese avispero.

Fuera como fuese, tampoco pensaba reprimirme. Mis días de vivir en el armario se habían acabado hacía ya un año y no tenía ninguna intención de volver a él.

Al día siguiente Payne me odiaría, eso seguro. Los rumores en el vestuario no tardarían en comenzar, las miradas de reojo y los comportamientos extraños a mi alrededor, como si el mero hecho de que un chico al azar se paseara junto a mí con solo una toalla cubriéndolo fuera suficiente como para que babeara por él.

—Largo, Payne —le espeté con más dureza de la que pretendía. Me importaba una mierda lo que pensase de mí, pero no quería que creyese que me había aprovechado de su ebriedad, así que suavicé mi tono al añadir—: Vamos, te ayudaré a llegar hasta tu habitación.

A lo mejor volver a tocarlo no era una buena idea, pero me guardaría mis manos para mí mismo y mantendría el estúpido coqueteo al mínimo. Para empezar, ni siquiera debería haber coqueteado con él de camino aquí.

—Siento todo esto. No volverá a ocurrir —agregué cuando no se movió.

Parecía jodidamente asustado, y eso me hizo sentir mal a muchos niveles. Me armé de paciencia para soportar los siguientes minutos y lo que, a la mañana siguiente, preveía como un día muy largo y jodido.

—Me has besado —farfulló titubeante, y estuve a punto de echarme a reír.

—Tú también.

Más que besarlo, lo había devorado. Y, por mucho que me hubiera dicho que tenía que parar, apenas si había podido contenerme hasta que las cosas habían ido demasiado lejos. Esperaba que al menos pudiera agradecerme eso.

Se lamió los labios como si intentase recuperar los restos de mi sabor de ellos. Mala idea, joder. Yo quería más. Quería volver a besarlo y hacerle otras muchas cosas para las que no creía que estuviese preparado. La idea de que a él le sucediera lo mismo no hacía nada por aplacar mi erección ni favorecía la decisión de mantenerme fuera de su camino.

Avancé hacia él despacio y con las manos en alto.

—Te ayudo.

Cuando no se movió ni me lanzó un puñetazo, me decidí a envolver un brazo en torno a su espalda y recostarlo contra mí para darle apoyo. En realidad, ya no se veía tan borracho, pero lo último que quería era que tropezara y acabara haciéndose daño de camino a su dormitorio.

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