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Zayn.

No le confesé a Payne que teníamos una cita pendiente. No supe muy bien por qué se lo oculté. Quizá era el hecho de que yo no me metía en citas. O que en realidad sí que deseaba tener una con él. No era capaz de ponerme de acuerdo conmigo mismo al respecto.

Nos fuimos en mi coche a un restaurante a las afueras del campus. La noche era un poco más fresca de lo habitual y yo no tenía ganas de caminar, la verdad. Estaba destrozado. Payne me había desarmado y luego había unido todas las piezas de nuevo con una habilidad exquisita, pero me había dejado agotado física y emocionalmente; esto último era lo más... extraño.

Comimos como cerdos. Ambos teníamos buen apetito, y esa misma mañana nuestro coordinador ofensivo se había ensañado especialmente con nosotros. Comenzamos a charlar mientras devorábamos nuestras hamburguesas, patatas fritas, alitas... Un poco de todo.

Me encontré hablándole de mi anterior equipo, de algunos de los amigos que había tenido que dejar atrás, aunque no eran demasiados, e incluso de parte de mi salida del armario con unos padres que se mostraron un poco distantes frente a mi revelación, pero que tampoco montaron un drama. Más bien se limitaron a ignorar ese detalle de mi vida. Supongo que mi miedo a su reacción había superado con mucho la realidad.

Payne no hizo ninguna gran aportación mientras se lo contaba. Veía las dudas en sus ojos y mis antiguos miedos reflejados en su rostro. Ni siquiera estaba seguro de cómo se sentía al respecto o de si lo nuestro no era para él más que un experimento alocado que recordaría avergonzado en el futuro, en una preciosa casa junto a una bonita chica y con un par de críos correteando a su alrededor; un futuro sobre el cual ni siquiera sabía por qué estaba pensando.

Pero tuve que admitir que me inquietaba preguntarle directamente sobre su sexualidad. No sabía si estaba preparado para la respuesta que pudiera darme y, si solo se trataba de curiosidad por su parte, supongo que podía esperar un poco más para descubrirlo. Cuando me hubiera saciado de él.

—¿Qué hay de ti? —pregunté, y agitó las manos frente a él con cierto frenesí.

—No, yo... Yo no he...

Apreté los labios para no reírme.

—Me refiero a tu familia, chico de oro. ¿Viven cerca?

Sus mejillas se colorearon al comprender que no le estaba preguntando por su salida del armario, dado que resultaba obvio que no se había producido y que tal vez nunca lo hiciera.

Puede que ese pensamiento me molestara un poco, pero lo aparté a un lado y me puse a interrogarlo sobre sus padres y la posible existencia de algún hermano o hermana. Así fue como me enteré de que tenía un hermano menor que vendría a estudiar a nuestra misma universidad el próximo semestre. Caleb Payne se había tomado algo así como un año sabático, pero ahora estaba listo para retomar sus estudios.

También me contó que su padre era obrero de la construcción y su madre enfermera, y que se habían conocido cuando él tuvo un pequeño accidente laboral en sus primeros años de profesión. Habló con claridad de lo mucho que se habían sacrificado para enviarlo a la universidad y de cómo la cosa se pondría aún peor con la incorporación de su hermano a los estudios. Había cariño en sus palabras y mucho respeto, y eso me gustó.

A pesar de que seguía pensando en él como en el chico de oro por su aspecto, Payne no era un idiota engreído incapaz de valorar lo que sus padres hacían por él.

Y luego estaba yo, sin problemas de dinero, pero sí con una falta clara de compromiso por parte de mis propios padres con su labor. A veces creía que declararme gay no les había afectado mucho porque, en realidad, no se preocupaban por mi bienestar en general. Al menos, no de la forma en que me habría gustado.

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