Liam.
—Ha venido mucha gente —comenté asomándome a la sala por un lado de la cortina.
La subasta benéfica era una tradición para mi fraternidad y en todo el campus, pero esa vez se habían superado todas las previsiones. Claro que se decía por ahí que la puja por el idiota de Malik iba a estar muy muy reñida. El presidente de la fraternidad, Maddox Wright, estaba que no cabía en sí mismo, sabiendo que sería todo un éxito y que tal vez eso llevara al decano a replantearse el castigo que nos había impuesto. O al menos a reducir su duración.
Maddox nos había alentado a darlo todo, como si hubiera una manera mejor o peor que otra de estar plantados en el escenario mientras te iluminaban con un foco de dos millones de vatios y los asistentes lanzaban cantidades al aire a grito limpio.
Un montón de chicas murmuraban entre sí, los chicos reían; aquello parecía una exposición de carne lista para ser degustada.
—He oído que varios miembros del equipo de waterpolo van a pujar por Malik —comentó Jude Hall, uno de los hermanos novatos.
Ladeé la cabeza para contemplar su expresión, buscando señales en su rostro sobre lo que pensaba de eso, y juraría que el tío prácticamente estaba babeando sobre la cortina. ¿Por Malik? ¿Por el equipo de waterpolo? A saber. Pero parecía muy interesado, eso seguro.
Me encogí de hombros y traté de no ceder a la amargura que ascendió desde mi estómago y me llenó la boca. Alguien pujaría por Malik, mujer u hombre, a lo mejor incluso el puto equipo masculino de waterpolo al completo. Joder, estaba convencido de que el tipo podría darles lo suyo a todos ellos sin siquiera despeinarse.
Y eso me consumía por dentro de una forma insana.
Maldije para mí, aunque no debí de ser muy discreto porque Jude me lanzó una mirada interrogante para la que no tenía una respuesta adecuada.
¿En serio estaba colgado por Malik?
Un escalofrío me recorrió la espalda al pensar en esa posibilidad. A lo mejor solo tenía que dejar que me follara y ya está. Ir de frente, pedírselo y solucionar el tema como quien se arranca una tirita solo para descubrir que la piel de debajo ya está completamente curada. Tenía muy claro que ni yo era un enfermo ni ser gay, una enfermedad. Pero Malik sí que era una droga, no tenía dudas, y yo me había hecho adicto al subidón que me producía su mera presencia.
No, ni siquiera eso, le bastaba con existir, sin importar lo lejos o cerca que estuviese de mí.
Tenía a Malik bajo la piel, en el pecho, en el estómago. En los huesos y los músculos. Lo tenía metido hasta el fondo —y eso no era una bromita jocosa ni un juego de palabras—, pero no era suficiente. Quería más.
—¿Has pujado por alguien? —preguntó Chad, acercándose hasta el lugar desde donde Jude y yo continuábamos observando la sala cada vez más llena. No sabía si le hablaba a él o a mí.
Fruncí el ceño.
—¿Nosotros también podemos pujar?
Tanto Chad como Jude asintieron, pero fue Chad el que contestó:
—Se aprobó en la última reunión, a la que, por cierto, no viniste. Los hermanos también podemos pujar, pero la cita tendrá lugar otra noche, dado que hoy tenemos que salir con nuestros compradores.
Chad no hizo referencia a que todos los subastados eran hombres, y me alegró ver que no le daba mayor importancia. A lo mejor resultaba que yo era el único idiota que estaba preocupado por quién se la metía a quién.
Aunque todo aquello de las pujas y los subastados seguía sonando de lo más turbio. Menos mal que lo que se recaudase iría destinado a un programa de entretenimiento infantil para niños que estaban hospitalizados. A lo mejor eso nos salvaba del infierno al que estaba seguro de que iríamos de cabeza.