Zayn.
—Apartense, joder —gruñí al resto de los chicos.
La mayoría se había largado enseguida con sus respectivas citas, pero un pequeño grupo permanecía allí para asegurarse de que Payne estaba bien. Ni siquiera lo había pensado cuando lo vi palidecer de un modo enfermizo y tambalearse sobre el escenario. Llegué justo a tiempo para evitar que cayera de bruces y me lo llevé a la parte trasera de la sala en brazos.
En ese instante estaba tumbado sobre un viejo sofá y su cabeza estaba sobre mis muslos. Aquello no le iba a gustar en absoluto cuando se despertase, pero parecía que se encontraba bien y yo iba a quedarme justo donde estaba hasta que volviera en sí del todo. Había comprobado su pulso, y su respiración se había suavizado y era pausada y regular.
Me dije que estaría bien.
—Largaos de una vez. Yo me quedo con él. Maddox se adelantó.
—Tienes a los de waterpolo esperando. —Hizo un gesto burlón con las cejas y yo no pude evitar reírme.
—Dales las gracias de mi parte a esos capullos por cumplir. —Maddox frunció el ceño sin entender—. Quedé en que pagaría mi propia puja. No hay cita para mí.
Conocía a los chicos de waterpolo porque su capitán era un viejo amigo del instituto. Había acordado que pujarían por mí como un favor personal y yo lo pagaría. Tener a esos tipos gritando cantidades de un segundo al siguiente había animado bastante las cosas e iba a tener que rascarme el bolsillo a lo grande, pero había merecido la pena. Quería contribuir a la causa con todo lo que pudiera, pero no deseaba una cita. Me corrijo: no quería una cita que no fuera con el tipo que ahora dormitaba sobre mis piernas, y estaba convencido de que él no había empleado las pujas anónimas para ganarme.
Yo, por el contrario, tenía ahora la única cita con él que se había vendido, dado que la subasta pública había llegado a su fin.
La mirada de Maddox osciló entre mi rostro y el de Payne y arqueó las cejas curioso. No resultaba difícil adivinar lo que estaba pensando, ya que él era el único que conocía la identidad de los que habían pujado mediante el sistema de sobres. También hablaba por sí solo el modo en que me había aferrado al chico de oro en el escenario y lo había cargado en brazos entre bambalinas, así como que lo hubiera acomodado a medias sobre mí.
Le hice un leve gesto de negación con la cabeza y Maddox me guiñó un ojo. Dio una palmada y comenzó a dispersar a los más rezagados, enviándolos con sus citas de una vez.
Al fin.
Aquellos tipos eran como jodidas viejas cotillas, ansiosos por cualquier chisme jugoso.
Al quedarme solo, enredé los dedos en los rizos castaños de Payne. Los deslicé por su barbilla, por su sien, y luego continué jugueteando con su pelo de forma distraída. Mierda, no había planeado nada de aquello. Sí lo de la cita y la puja, por supuesto, pero no sabía por qué lo estaba haciendo.
Me reí de mí mismo. No era de los que se autoengañaban o se contaban mentiras hasta convertirlas en realidad; lo había hecho durante algún tiempo en el pasado y había aprendido por las malas que no servía de nada. Desde entonces, solía ir a por lo que quería y no me rendía hasta obtenerlo. Pero la manera en que Payne me atraía, la forma en que no podía dejar de pensar en él y evocar cada segundo de lo que había sucedido en la ducha del vestuario me volvía loco.
Así que, al parecer, me lo estaba negando a mí mismo solo para comprobar si de verdad lo quería tanto. O alguna mierda similar que no entendía ni yo.
Me recosté sobre el sofá, apoyé la nuca en el respaldo y miré al techo. Luego me permití cerrar los ojos un rato. Mis músculos se relajaron, pero mis manos continuaron acariciando sin descanso el pelo de Payne. Resultaba relajante.