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Liam

Había algo oscuro y pecaminoso en la manera en que Malik me ladraba órdenes y mi cuerpo respondía a ellas por inercia. Era excitante y vergonzoso al mismo tiempo. No necesitaba esfuerzo ni ningún tipo de coacción para ejercer influencia sobre mí, solo esa voz rica, pausada y autoritaria derramándose en mis oídos y sacudiéndome de pies a cabeza como un maldito tsunami.

Entré en la última ducha del pasillo sin siquiera preocuparme de llevar una toalla conmigo. Abrí el grifo y, con las manos apoyadas en la pared, me metí bajo el chorro de agua caliente. El corazón me sacudía las costillas con cada latido, pero, aun así, había algo calmante en el hecho de estar allí plantado esperando a que Malik apareciera. Tal vez, después de todo, me gustaba que me diera órdenes.

Quizá era más fácil así y podía decirme que me estaba limitando a obedecer.

No tenía ni idea. Pero cuando oí ruido a mi espalda y el clic de la puerta cerrándose, no me moví. A pesar de la existencia de dichas puertas, en el campus no debían de sentirse tan comprometidos con la privacidad de los estudiantes como para añadir un pestillo, así que debería haber estado más preocupado. Uno de mis compañeros de equipo podía equivocarse de puerta o sentirse especialmente gracioso —algo de lo más habitual— e irrumpir en la ducha en cualquier momento. Y podía oír el sonido de otros grifos abiertos y hasta algún intercambio de comentarios de un cubículo a otro, lo cual debería haber bastado como recordatorio de lo mucho que podían torcerse las cosas si encontraban a Malik allí conmigo.

El pensamiento se desvaneció de mi mente cuando unas grandes manos me sujetaron de las caderas. Me tensé durante un par de segundos, pero entonces los pulgares de Malik se movieron en círculos sobre mi piel, despacio, con una suavidad que resultaba casi tierna, y mis músculos se relajaron bajo ese contacto.

Pasamos unos pocos minutos así, en silencio, como si de algún modo nos estuviéramos acostumbrando a la presencia del otro de nuevo o alguna mierda profunda por el estilo. Hasta que sentí el aliento de Malik revoloteando junto a mi oído. Pegó su pecho a mi espalda y sentí el metal frío de su pezón contra la piel. Luego acomodó su polla entre mis nalgas como si ese fuera su sitio, lo cual igual no iba muy desencaminado dados los últimos acontecimientos.

Me estremecí, pero ni me di la vuelta ni lo rechacé. Mi desesperación estaba ya muy lejos como para salir de allí corriendo y escandalizado y, si era honesto conmigo mismo, lo único que había conseguido Malik era excitarme aún más.

—No tengo un condón y no puedo follarte —susurró, y yo tuve que apretar los párpados y los labios para evitar dejar escapar un torpe jadeo. Su melodiosa risa resonó en el estrecho espacio cuando lo percibió. Cabrón—. Además, estoy seguro que te pondrías a gemir a gritos y todos sabrían exactamente lo que estamos haciendo. Y tú no quieres eso, ¿no es así?

—Te encanta oírte hablar, ¿verdad? —repliqué en un susurro, y lo acompañé de algunas maldiciones también en voz baja.

A pesar del ruido del agua corriendo, cualquiera que oyera a dos tipos murmurando en el interior de una de las duchas no tardaría en preguntarse qué demonios estaba pasando. Y no estaba seguro de cómo se tomarían mis compañeros de equipo la idea de que su quarterback y su mejor running back no solo se ponían de acuerdo en las jugadas dentro del campo.

La rica risa de Malik llenó el aire una vez más. Joder, el tío de verdad estaba encantado de conocerse.

—En realidad, lo que me gusta es cómo reaccionas cuando me oyes hablar. Resulta... embriagador.

Se estaba burlando de mí, pero me obligué a aguantar. También a no ceder con tanta facilidad a sus exigencias. Bien podría conservar aunque solo fuera un poco de dignidad, si es que aún me quedaba algo de eso.

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