Liam
«Joder. Joder. Joder.»
Inspiré bruscamente cuando Malik empujó un poco la punta de su dedo. Fue suave, pero me tensé de todos modos. No porque no lo quisiera, sino porque me estaba volviendo loco y lo quería demasiado.
No apartó los ojos de mí y yo tampoco desvié la mirada. Permanecía plantado delante, con una rodilla hincada en el suelo y la otra pierna doblada, de manera que aquello casi parecía una proposición de matrimonio. Claro que, teniendo en cuenta que tenía un dedo empujando en mi agujero, se trataba de algo mucho más sucio y menos romántico.
—¿Quieres... ? —comenzó a decir.
—Sí.
Soltó una carcajada y pequeñas arruguitas se le amontonaron en los laterales de los ojos de una forma que encontré adorable, lo cual casi resultaba más preocupante que todo lo que estaba sucediendo entre nosotros. Por mucho que me fastidiara reconocerlo, en el fondo sabía que Malik no era tan idiota ni arrogante como yo había pensado en un principio. Salvo cuando se trataba de mí, porque entonces sacaba a relucir toda esa mierda descarada y se comportaba como un capullo para exasperarme.
Pero, con los demás, en los entrenamientos o cuando estaba por el campus, me había ido percatando de algunos detalles que no coincidían en absoluto con la imagen que tenía de él.
Lo había observado más de lo que quería admitir. Era un buen compañero de equipo, nunca le negaba ayuda a nadie y trataba con respeto a los novatos de la fraternidad, algo que no se podía decir de todos. Lo había visto trabajar mano a mano con algunos de los tipos que solían calentar regularmente el banquillo después de que el entrenador diera por finalizado un entrenamiento; les daba consejos o los ayudaba en la sala de máquinas del gimnasio sin hacer ningún tipo de alarde al respecto.
Por qué yo estaba pensando en eso precisamente en ese instante no lo sabía; tal vez era que contemplarlo arrodillado, o el modo en que no había dudado en hacerlo tampoco en las duchas para chuparme como si le fuera la vida en ello, despertaba una extraña calidez en mí.
Joder, podría acostumbrarme a tener a Malik a mis pies. Y también a ser yo el que se arrodillase para él.
Se retiró un poco y su mano desapareció, pero esa vez me dio la sensación de que no trataba de torturarme. Frunció el ceño. Colocó la mano de nuevo en torno a mi polla y comenzó a acariciarme despacio aunque con firmeza.
Las pelotas se me apretaron tanto que pensé que me correría de un segundo al siguiente. Dios, ¿por qué demonios era tan fabuloso todo lo que me hacía?
Tiró del botón de sus vaqueros y se bajó la cremallera mientras continuaba bombeándome sin pausa. Me reí al comprobar que, de nuevo, no llevaba nada bajo el pantalón.
—¿Problemas con la ropa interior? —inquirí, y cuando quise darme cuenta me había movido y estaba sosteniendo su cara con una mano.
Me brindó una media sonrisa tan sucia que se me escapó un gemido. Su pulgar se movió en círculos sobre la cabeza de mi polla, extendiendo la humedad de la punta de un modo perverso.
—Me gusta estar siempre listo.
Y con esa afirmación, se tumbó sobre mí. Su erección empujó contra la mía y la sensación fue una jodida locura. Se me arqueó la espalda y mis caderas presionaron más contra las suyas. Era tan bueno... Tan placentero... Todo él. Todo lo que hacía o cómo me tocaba.
—Eso es. Vamos allá, chico de oro —murmuró frotándose durante un momento contra mí.
Luego se separó lo justo para colar las manos entre nuestros cuerpos y agarrar nuestras pollas juntas. Una punzada de decepción me sacudió el estómago al comprender que no intentaba ir más lejos. Había creído que lo haría. Que me follaría de una vez por todas.