Liam.
—Bueno, Liam... —Caleb levantó una mano para silenciar el inicio del interrogatorio de mi madre.
—Dale una tregua, mamá. Ni siquiera ha acabado aún.
Cuando Alice Payne creía que alguno de sus hijos se había metido en un lío o le estaba ocultando algo, llevaba a cabo toda una operación de localización y rescate. El procedimiento se basaba en cocinar sin descanso durante varias horas, luego cebarte como si fueras un pavo de Navidad y, cuando tu cerebro estaba demasiado concentrado en hacer la digestión y tus neuronas flotaban en una nube de placer gastronómico, ella entraba a matar. Te lanzaba preguntas una detrás de otra hasta que estabas lo suficientemente confundido como para ser incapaz de contarle cualquier cosa que no fuese la verdad.
En realidad, yo apenas había comido. Me había dedicado a mover los alimentos de un lado a otro del plato, y eso de por sí ya era bastante preocupante. Adoraba la cocina de mi madre tanto como la de mi padre; al menos él todavía no estaba en casa para ver mi lamentable caída.
—Estoy bien, mamá —dije para tranquilizarla, aunque dudaba mucho que eso funcionase con ella.
Sin embargo, lo que fuera que hubiese visto en mi rostro a mi llegada consiguió que no actuara como era habitual. A esas alturas ya debería haberme tenido contra las cuerdas y, si eso no hubiera funcionado, estaría también torturando a Caleb para arrancarle una confesión. Sabía lo unidos que estábamos.
Sentí el deseo de preguntarle cuánto hacía que sabía que Caleb era gay o si lo había sospechado desde siempre. ¿Le habría dado yo también alguna idea al respecto? No había llevado a muchas chicas a casa, la verdad, pero salí con algunas en el instituto de las que mis padres tuvieron conocimiento y, en una ocasión, traje conmigo a una compañera de la universidad en Acción de Gracias. No estábamos saliendo, aunque nos habíamos enrollado un par de veces, pero ella no tenía con quién pasar las fiestas y yo se lo propuse a sabiendas de que en casa siempre había comida de más y un hueco en la mesa. Estaba seguro de que, como mínimo, mi madre había pensado que íbamos en serio y lo de «Solo somos amigos, mamá» era una excusa.
—Echaba de menos una buena comida casera —comenté. Eso le daría cuerda para desvariar sobre lo poco que me cuidaba desde que me había ido a la universidad, y prefería oírla refunfuñar al respecto que tener que dar otras explicaciones—. Y mañana por la mañana no tengo clase.
Odiaba mentirle, pero necesitaba al menos otra noche más de calma antes de regresar al campus y tener que enfrentarme a... lo que había dejado atrás. Me perdería unas cuantas clases, pero llegaría a tiempo para ir a entrenar. Es más, pensaba ir directo al campo. Todo mi equipo estaba allí, así que no tenía que pasar por casa para nada.
Luego ya vería cómo me las arreglaba para no perder los papeles y acabar gritándole a Malik.
No. No se merecía ni siquiera eso.
«Olvídalo», me dije. Pero resultaba más difícil cumplirlo. Una vez que lo tuviera delante... Era demasiado consciente de lo que me hacía una sola de sus miradas. No quería acabar derrumbándome y darle la satisfacción de comprobar lo mucho que me había destrozado. Necesitaba conservar aunque fuera algo de mi dignidad. ¿Ya tenía a alguien en su vida? Bien, pues que se quedara con él.
—¿Habrá fiesta de Halloween en la hermandad? —preguntó Caleb en voz demasiado alta.
Mi madre perdió interés y se concentró en ir enjuagando los utensilios que había empleado para el banquete de rescate. Le sonreí a mi hermano en agradecimiento por la maniobra de despiste. Caleb sabía perfectamente cómo funcionaba mi fraternidad. Por supuesto que habría fiesta de Halloween. Teníamos fiestas incluso cuando no había nada que celebrar. La de Halloween era una de las más importantes del año. Esperaba que Maddox hubiera hecho entrar en razón al decano, porque habría un motín si nos prohibían montar algo ese día.