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Liam.

Había hecho pasta, un básico para mí, y era un milagro que no la hubiera echado a perder. No podía dejar de pensar en que Zayn estaba arriba, en su habitación, manteniendo una reunión con la que podría ser su agencia deportiva en un futuro no muy lejano. Sabía que aquello era importante, muy importante. Podía cambiarle la vida a Zayn por completo.

En el pasado, yo había tenido también una buena cuota de sueños en los que jugaba al fútbol americano de forma profesional en la NFL. La diferencia era que Zayn era lo suficientemente bueno como para conseguirlo. Así que cuando oí el sonido de unos pasos firmes y decididos acercándose a la cocina, me giré hacia la puerta, rezando mentalmente para que las cosas hubieran ido bien. Zayn apareció en el umbral y se detuvo allí, con los ojos clavados en mí y una expresión indescifrable en el rostro. Un calor profundo se apoderó de su mirada mientras me observaba, y lo siguiente que supe fue que se estaba quitando el polo con el que se había vestido para hablar con Foster.

Tiró de la parte trasera del cuello, se lo quitó por la cabeza y lo lanzó a un lado sin molestarse en comprobar dónde caía. Su pecho quedó expuesto
y el piercing de su pezón destelló bajo los fluorescentes del techo. Zayn estaba construido de una forma maravillosa, cada músculo, cada valle, cada línea de su cuerpo era una jodida locura. Sus oblicuos descendían hacia su ingle junto con un rastro de vello oscuro. Ni siquiera tenía el botón de los vaqueros abrochado y, por lo bajo que colgaban estos de sus caderas, estaba bastante seguro de que de nuevo había olvidado la ropa interior.

Se me hizo la boca agua.

Joder, era imponente y precioso, y un montón de cosas más que apenas podía llegar a procesar con él frente a mí. Zayn tenía la capacidad de absorber todos mis pensamientos coherentes y convertirme en pura necesidad.

Avanzó hacia mí despacio y su mirada se tornó oscura y lujuriosa. Se me disparó el pulso mientras retrocedía sin darme cuenta siquiera de que lo estaba haciendo. Hasta que me topé contra un armario y la encimera se me clavó en la parte baja de la espalda.

—¿Zayn? —lo llamé en voz baja y titubeante.

No contestó. Pero para entonces ya estaba sobre mí. Deslizó una mano sobre mi nuca y ancló la otra en mi cadera. Creo que nunca lo había visto así; contenido y desatado a la vez, como si mantuviese alguna clase de lucha consigo mismo.

Como si estuviera a punto de explotar y arrasarlo todo a su alrededor y lo único que evitase que eso ocurriera fuera un débil hilo de control.

Parecía al límite. A un paso de quebrarse.

Se cernió sobre mi boca y capturó mis labios como quien toma posesión de algo que cree suyo por derecho. Y yo me abandoné a él. Dudo que hubiera podido resistirme y tampoco quería hacerlo. Lo dejé ganar, no peleé. Lo deseaba con una intensidad que hacía que me doliese el pecho y la piel. Y lo que fuera que estuviese sucediendo no importaba.

Su lengua buscó la mía con desesperación y se bebió el gemido que brotó de mi garganta con avidez. Durante un rato, todo lo que pude hacer fue resistir a sus envites y permitir que me saqueara a placer. Me entregué a él como quien alza una bandera blanca y finalmente se rinde porque no hay otra cosa que pueda hacer. Me besó, exigente, y seguramente se llevó partes de mí que no le había entregado jamás a nadie.

Pero yo lo permití. Y también lo disfruté.

Cuando se retiró apenas la distancia necesaria para mirarme a los ojos y hablar, yo estaba sin aliento, y cualquier cosa de aquella habitación que no fuera él había desaparecido.

—Te necesito dentro de mí —afirmó con un tono tan exigente como necesitado. Todo a la vez.

Aturdido, parpadeé, tratando de encontrar sentido a sus palabras.

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