Liam
Los días se arrastraron uno detrás de otro durante las dos siguientes semanas. Comenzaron los entrenamientos. Grayson no pertenecía al equipo de fútbol, pero también era un atleta, aunque lo suyo fuera el voleibol. Así que todos estábamos tratando de retomar la forma que habíamos perdido durante las vacaciones y acomodarnos a la nueva rutina de ejercicio, ejercicio y más ejercicio.
A pesar de que me machaqué en el campo y pasé horas en el gimnasio, estaba tenso como el infierno y de un humor lamentable. Por mucho que me esforzase para desgastarme hasta que lo único que pudiera hacer fuera caer rendido en mi cama al final del día, nunca resultaba suficiente. Apenas había visto a Malik fuera de los entrenamientos, y no tenía claro si él me evitaba a mí o yo a él.
Bien, mentira. Yo seguro que lo evitaba a toda costa, pero la idea de que él estuviera haciendo lo mismo me provocaba un absurdo malestar en la boca del estómago que no sabía cómo sobrellevar. No podía dejar de pensar en lo que había sucedido entre nosotros. Daba igual lo mucho que me empeñara en apartar las imágenes explícitas que mi mente me lanzaba de modo aleatorio y en los momentos menos adecuados: Malik con la mano alrededor de mi polla, Malik susurrándome obscenidades al oído, Malik sonriéndome, cerniéndose sobre mi entrepierna y atragantándose con mi erección... (Eso no había ocurrido, pero a mi imaginación no parecía importarle.) Y había otras fantasías mucho más sucias, unas en las que no quería pensar y que implicaban a Malik a mi espalda empujando y machacándome de forma salvaje hasta clavarme al puto colchón.
Estaba jodido. Muy jodido. Y no de la manera divertida.
También me sentía aterrorizado, pero la cuestión era que estaba más cachondo que asustado, lo cual era peligroso, porque, si seguía así, acabaría abalanzándome sobre él la próxima vez que nos cruzásemos en el pasillo y suplicándole que me follara de una vez por todas.
—Ey, ¿vas a lo de esta noche en Phi Delta? —La pregunta fue lanzada al interior del vestuario por Jules, uno de los defensas.
Acabábamos de terminar el entrenamiento y yo apestaba. Me había llevado un sermón del coordinador ofensivo sobre estar centrado y no perder el objetivo de vista, sobre mucho trabajo y menos juergas, como si me pasara las noches de fiesta en fiesta. Resultaba gracioso, porque solo había ido a una en las últimas dos semanas y con la única intención de buscar un polvo sin complicaciones con alguien pequeño y bonito que no midiera uno ochenta y cinco, tuviera el pelo negro ni una voz profunda y sexy. Que no fuera un cabrón mandón y arrogante. Ah, sí, y sin nada colgando entre las piernas.
Había sido un desastre. No porque no lograra un ligue. No era un gilipollas prepotente como Malik, pero yo sabía que gustaba a las chicas, y conseguir a alguna dispuesta a darse un revolcón conmigo no solía ser nunca un problema. Pero cuando me había encontrado en un rincón oscuro, apretándome contra las curvas de una de mis compañeras de clase, su lengua en mi boca y mis manos sobre su culo, todo me había parecido... equivocado.
Mi libido se había declarado en huelga indefinida y yo había tenido que salir de la fiesta a toda prisa tras balbucear una burda excusa.
Lo peor era que, en cuanto pensaba en Malik, no tenía ningún problema en ponerme duro como una piedra. Así que estaba sobreviviendo a base de pajas. A ese paso se me caería de tanto machacármela, y ni siquiera resultaba tan placentero como lo había sido con el idiota de Malik.
Cooper, sentado en el banco a mi lado, me dio un empujón con el hombro que me devolvió al presente.
—¿Vas a ir o vas a seguir comportándote como un imbécil?
—Estoy bien —repetí, porque Cop parecía sospechar que me pasaba algo y me había interrogado varias veces al respecto.
«Estoy bien» era mi respuesta comodín en esos días. Una mierda, vamos. Y mi mejor amigo no tenía intención de comprarlo. Me conocía demasiado bien.
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